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Bussi, Pando, ellos y nosotros

El 20 de diciembre de 1975, mi padre descorchó una botella de vino, nos sirvió un poco a todos y propuso un brindis por la muerte de Francisco Franco. Papá era médico, es decir, nadie que anduviera por ahí celebrando muertes, precisamente.

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El 20 de diciembre de 1975, mi padre descorchó una botella de vino, nos sirvió un poco a todos y propuso un brindis por la muerte de Francisco Franco. Papá era médico, es decir, nadie que anduviera por ahí celebrando muertes, precisamente. Sin embargo, por la mitad madrileña de su sangre corría un odio químico hacia quien se hizo llamar durante cuatro décadas “caudillo de España por la gracia de Dios” y lo dejó sin conocer a algunos tíos. Desde mis 12 años, lo vi mirándome fijo y diciendo, serio, con aquel vozarrón: “Acaba de morirse un reverendo hijo de puta, hijo”. Tres meses y cuatro días después, mi viejo lloró. “Las cosas que se hablan en casa no se hablan en el colegio”, me dijo. Creí entender lo que decía. Me metió miedo. Doble miedo: yo acababa de saltar de la primaria al secundario y todos, de Isabel a Videla...
El martes 5, cuando Antonio Domingo Bussi fue retirado en camilla de los Tribunales tucumanos con asistencia respiratoria, rostro desfigurado y ojos precadavéricos, se me vinieron de golpe aquellas dos imágenes casi consecutivas de mi viejo. No me alegré de ver al anciano chacal en esas condiciones ni se me ocurrió ir a por un buen malbec. Más bien me amargó preguntarme por qué será que la justicia divina (siempre y cuando exista) llega antes que la terrenal y mucho después de que el mismo Bussi ganara ocho elecciones, entre ellas a gobernador y diputado nacional.
¿Cuánto tuvo que ver el atraso de la siempre postergada Tucumán en la magnitud de esos apoyos, ahora en decadencia?
¿Cuánto, la idea berreta pero muy difundida entre los 60 y los 70 de que las soluciones llegarían de la mano de “un Franco o un Fidel Castro”; o sea, de alguien que, pensara como pensara, viniera a imponer alguna clase de orden, cualquiera, pero con mano dura?
¿Y cuánto, la propia democracia que lo más vistoso que supo construir para encarar un desarrollo moderno en la provincia más pequeña del país fue el fugaz liderazgo de Ramón “Palito” Ortega, sucedido por Bussi en 1995, en elecciones limpias?
Ahora mismo se está llevando a cabo en la capital de la Independencia el experimento político más comparable al que encarnan Cristina y Néstor Kirchner a nivel nacional. José Alperovich y señora son la expresión provinciana del doble comando matrimonial. Dos días después de la camilla bussista, otros viejos, jubilados ellos, fueron echados a palos y gases de la plaza por pedir el 82% móvil. Redistribución del ingreso, que le dicen...
En ese mismo instante, desde el otro costado de la Argentina, en Corrientes, la indescriptible Cecilia Pando amenazó de muerte al secretario de Derechos Humanos de la Nación, al cabo de otro juicio a militares procesistas. Su mano desencajada en señal de degüello es, ya, la imagen más patética del año político. Gesto elocuente de un sector ideológico enredado entre los pliegues de las Fuerzas Armadas y de la Sociedad Rural, que ya ni siquiera está contra las cuerdas, sino que hace rato se cayó de cabeza al ring side.
Ahora, de nuevo en el banquillo, Bussi llora y dice que la desaparición de personas es “un arbitrio psicológico de los terroristas”. Será condenado otra vez, seguro. No cumplirá su condena: tiene 82 años. La parca llegará antes. Por lo demás, ya estaba bajo prisión domiciliaria desde hace cinco años... en un country.
Pando también podría ser condenada: el delito de amenazas merece, según nuestras leyes, de dos a seis años de prisión. Pero, curiosamente, todavía nadie la denunció por los hechos de Corrientes. Ningún funcionario. Ningún fiscal. Ella no llora. Dice que actuó bajo emoción violenta y que se arrepiente pero, al parecer, no tanto por lo que gritó y lo poco sutil de sus gestos, sino por “haber sido funcional al discurso de los Kirchner”.
Su marido, siempre atrincherado en las iracundas faldas de Cecilia, le dijo ayer a PERFIL, justificándola, los dos envueltos en una bandera argentina, que “el Gobierno tiene a D’Elía y a Moreno y nadie les hace nada”. En su derechismo de infantería, el mayor Mercado & Sra. parecen no llegar a entender del todo que, cada vez que abren la boca, donde más los aplauden es en Balcarce 50.
En una semana, Bussi, Pando y Luciano Benjamín Menéndez hicieron más por la vuelta de página que andaba buscando Cristina Kirchner que todos los asesores presidenciales juntos y dos conferencias de prensa seguidas. Y fue Pando quien les prestó algo de su juventud a los decrépitos ex generales. Gracias a ella parecen vivitos y coleando, situación que las fotos no logran registrar y que fortalece el costado más políticamente correcto de la estrategia oficial.
Fue el contexto ideal para que el Gobierno recuperara las mayorías parlamentarias perdidas durante la guerra con el campo, al derogar el anacrónico Código de Justicia Militar. Y para que la ministra de Defensa, Nilda Garré, terminara ayer la semana pasando a disponiblidad a 23 jefes sospechados de corrupción, sin que nadie le preguntara por qué no corrió la misma suerte el general Roberto Bendini cuando las sospechas de haber metido la mano en la lata apuntaban directamente a él. La causa fue archivada por un juez federal de Santa Cruz, muy amigo de los Kirchner.
Ante malos tan malos, hasta el menos pintado se agranda. Si el problema son ellos, para qué cambiar nosotros. En el fondo, es como repetir lo de siempre: “Yo, argentino”