“Buzzi teme que haya una radicalización del conflicto y habla de un escenario de guerra civil. Es un disparate. Nos quieren devolver a la Argentina chiquita, a una Argentina oligárquica.”
Luis D’Elía
“D’Elía sigue siendo un amigo. Conozco su barrio, su familia, su casa. Hoy estamos en veredas distintas y creo que a veces le resta más de lo que le suma al Gobierno. Pero quién sabe qué pasará en dos años.”
Eduardo Buzzi
Según la Real Academia Española, oligarquía quiere decir “gobierno de pocos”. También significa “forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”. Tercera acepción: “Conjunto de algunos poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio”.
Si uno quisiera entender lo que está pasando en la Argentina leyendo sólo el diccionario, podría llegar castellanamente a la conclusión de que los actuales gobernantes (que son unos pocos, casi un matrimonio y punto) son tan oligarcas como sus principales oponentes (que, aunados en la Comisión de Enlace, al defender su negocio influyen en el conjunto de la economía nacional).
En tal caso, el piquetero Luis D’Elía estaría diciendo sólo la mitad de la verdad, circunstancia que pemitiría definirlo como alguien medio mentiroso.
Claro que, por desgracia, el simple hecho de agarrar el mataburros no resuelve nada y hasta podría complicar las cosas: lo único que nos falta es pretender que la guerra Gobierno-campo se resuelva en un congreso de lingüistas. Por lo demás, hay pruebas documentales de que el híper ideologizado D’Elía miente del todo.
La semana pasada, cuando los fotógrafos Juan Obregón y Enrique Abbate empezaron a enviar sus brillantes producciones sobre la familia de Eduardo Buzzi en el pueblo santafesino de J.B. Molina y sobre la familia de Alfredo De Angeli en la entrerriana María Grande, me sorprendí pensando que las casas paternas de ambos líderes de la Federación Agraria no debían ser muy distintas a la de la mamá de Luis D’Elía en Isidro Casanova, partido de La Matanza. Bastó que la fotógrafa Vicky Gesualdi la visitara, para comprobarlo. Volví a sorprenderme con el album familiar de los D’Elía: él, treintañero, de barba y maestro, tan equiparable al “Lalo” Buzzi que enseñaba Técnicas Agropecuarias, de barba y treintañero.
¿Cómo es posible que la mamá de un referente de esa “oligarquía” a la que D’Elía “no tendría problema en matar” viva tan parecido a los D’Elía y que tengan pasados tan visiblemente similares?
¿Será que la Real Academia tiene razón y D’Elía defiende a un gobierno oligárquico, pero no le conviene decirlo en público?
¿Será que ni Buzzi es tan oligarca ni D’Elía es tan “negrito”, como le gusta definirse sobreactuando un clasismo innecesario?
D’Elía y Buzzi fueron amigos. Compartieron largos debates entre humo de cigarrillos en la CTA y otros ámbitos “sociales”. Ambos votaron a Cristina.
D’Elía pertenece a una clase media suburbana arruinada, una dimensión muy argentina donde la militancia política rentada pasó a ser aceptada como un modo más de ascenso social, ante la proletarización del trabajo profesional y el desempleo masivo.
Buzzi pertenece a una clase media rural que quiere seguir siéndolo, y para la cual el rendimiento de la tierra es casi la única opción viable.
D’Elía, en su ceguera kirchnerista financiada desde el primer piso de Balcarce 50, olvidó un detalle que hasta hace pocos meses estaba entre sus banderas: la Federación Agraria que hoy comanda Buzzi nació de una verdadera rebelión antioligárquica, conocida como Grito de Alcorta y ocurrida el 12 de junio de 1912. Hasta hoy es el símbolo de los productores pequeños y medianos, verdaderos “sujetos” de los cortes de rutas actuales y hasta de las filiales de Carbap y la SRA en los pueblos del interior.
Buzzi sigue sosteniendo que le tiene cariño a D’Elía. Y que tal vez vuelvan a encontrarse cuando los vientos políticos soplen de otra manera.
La mesada de granito de Doña Delia, los azulejos estampados, la pava de acero, las alacenas de fórmica, el balde de plástico y el tacho de basura a la vista (idénticos a los de Doña Ofelia) confirman que la vieja oligarquía terrateniente y vacuna no cocina sus guisos en ese ambiente.
Por eso, más que de la furia maniqueísta del jefe piquetero, el cacique ruralista debería cuidarse del daño que pueden provocarle las luces del centro. Porque la fama es puro cuento. Pero cómo jode, che.