Pocas veces un video produce un efecto tan destructor en la imagen de un político como el de Cabandié el domingo pasado, justo pocos días después de haber logrado sumar puntos durante el debate con Carrió y Bergman. Cabandié había podido mostrarse moderado y razonable en un debate en el que se suponía que emergería su intolerancia. Al revés, en la primera versión dada a conocer del video en el que Cabandié discute con una agente de tránsito de Lomas de Zamora, se vuelve a ver la prepotencia con que se lo asocia.
Si el video hizo tanto ruido, es porque representa mucho más que un problema personal de Cabandié y resulta una metáfora de uno de los atributos que mejor define la identidad del kirchnerismo: la agresividad, que hoy el Gobierno tanto trata de esconder en todas sus comunicaciones.
Las publicidades de Insaurralde transmiten una paz y una concordia más afines al Papa que al Frente para la Victoria. La sciolización del oficialismo también contribuye a desconflictivizar el mensaje kirchnerista, sumada a la cara más humana que la Presidenta quiso exhibir en la serie de cuatro capítulos de reportajes, a lo que se agrega la corriente de afecto que generan su enfermad, su operación y su convalecencia.
Y Cabandié no es el más agresivo; Larroque, el jefe operativo de La Cámpora, lo es mucho más: basta recordar cómo increpó al periodista de la TV Pública Juan Miceli, quien también terminó siendo despedido, o sin su contrato renovado, como la policía de tránsito. Pero Cabandié, como Victoria Donda, es mucho más conocido por su historia personal.
Al igual que con Victoria Donda durante su ciclo K, y en la época en que Clarín y La Nación todavía no eran la Corpo ni hacían de pararrayos de la ira kirchnerista, tuve un encontronazo con Cabandié en medio de la ceremonia en la que se le concedía el título de ciudadano ilustre a Robert Cox en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
En aquella oportunidad, Cox pidió ser acompañado en el escenario por Estela de Carlotto, el ex sacerdote irlandés también detenido y torturado por la dictadura Patrick Rice, y yo. Al bajar del escenario se nos acercó mucha gente a saludar, y entre ellos apareció Juan Cabandié, por entonces miembro de esa Legislatura que estaba honrando a Cox. A los gritos, reclamaba porque en las publicaciones de Editorial Perfil había notas que, desde su perspectiva, atacaban a las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo.
Fue una situación incómoda, en la que fracasé en el intento de explicar que no era en contra de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo sino a su favor, y sólo en contra de la utilización política que el Gobierno hacía de ellas por lo peligroso que resultaba para la autoridad moral de su causa tanto ese uso partidario como exponerlas a manejar fondos públicos, construyendo viviendas con subsidios administrados por una persona con los antecedentes de Sergio Schoklender. Desgraciadamente, varios años después, Cabandié habrá podido comprobar él solo el daño que Néstor Kirchner les generó a las Madres de Plaza de Mayo con las viviendas de Schoklender, y a Abuelas exponiendo excesivamente a Carlotto en la causa por la filiación de los hijos de la dueña de Clarín.
Un Cabandié distinto a aquél del episodio frente a Cox en la Legislatura, moderado y sin soberbia, es el que logró transformar a su favor una frase de Carrió, en el debate entre ellos por TN, referida casualmente a la cuestión de filiación de los hijos de desaparecidos.
Al verlo en el debate, pensé qué diferente era ese Cabandié al que yo había conocido cuando recién comenzaba su carrera política. Pero al ver luego el video, en lugar de indignarme con él, me dio pena. La misma tristeza que me produjo la cara arrasada de Hebe de Bonafini, cuando en 2011 contratados por la Fundación Madres de Plaza de Mayo le reclamaban a los gritos los pagos que les debía Schoklender.
Es culpa de Néstor Kirchner, que desde mi perspectiva tenía muchos defectos de los que Cristina carece, y era un gran manipulador, a quien le tocó gobernar con verdadero viento de cola y superávits gemelos producidos y heredados de la conducción económica que lo precedió. Néstor Kirchner promovía la agresividad como rasgo de carácter de su gobierno. Personas como Cabandié fueron encarnaciones de una ira que se irradiaba desde la Presidencia. La sociedad, como siempre, no fue sólo víctima sino que acompañó y hasta aplaudió esa agresividad como un signo de autoridad que la época reclamaba (y permitía). En aquellos años se alentaba el conflicto y se consideraba a la confrontación un rasgo de valentía y compromiso político.
Hoy la sociedad cambió, pide otra cosa; por eso Scioli, Insaurralde o Taiana. Pero en aquellos años Insaurralde hubiera sido considerado un tierno, incapaz de asumir la violencia necesaria para gobernar. Y hace cinco años el video de Cabandié no hubiera generado interés en la audiencia.
Cabandié no es Cabandié, es un símbolo de una época que a la distancia termina convirtiendo lo heroico en patético. Cabandié también es una víctima; da pena escucharlo decir la palabra “correctivo” e imaginar qué fue lo que dejó esa huella en su lenguaje. Y nuevamente víctima al ser utilizada su historia con fines partidarios, mucho más allá de aquello de lo que él mismo, o las Madres o las Abuelas de Plaza de Mayo, puedan ser conscientes.