Vuelven todos. Tendría que buscar un dato en el censo, pero desde que morenizaron el INDEC, confío más en mi intuición que en las estadísticas. Intuir no es mentir. Cuando nací, en 1941, éramos más o menos quince millones de habitantes. Ahora somos cuarenta y un millones. ¡Veinticinco millones más...! Habría que verificarlo en el censo, pero mi trabajo es pensar, no verificar. Mejor intuyo: de aquellos quince millones quedan vivos menos de un tercio. Y entre ellos, en orden estético descendente, quedamos yo, Tizón, Laiseca, Rivera, y Piglia. Los escritores compiten por el honor, pero a estos cinco nos llega la hora de competir por ver si alguno llega vivo a las elecciones de 2011. Son temas de la edad: duraciones, erecciones, elecciones. Recuerdo las del 23 de febrero de 1958. Recuerdo hasta los jingles de las campañas. Recuerdo el del candidato conservador Solano Lima y el del clerical nacionalista Basilio Serrano: Balbín no tenía jingle, usaba la marchita radical. El más eficaz rimaba: “Vivirá mejor la gente/con Frondizi presidente/y si quiere libertad/a Frondizi hay que votar”. Frondizi prometía gobernar para “veinte miliones de argentinos”. Eramos, en efecto, veinte millones, pero él pronunciaba la elle y triunfó abrumadoramente con el apoyo de los mismos comunistas y peronistas a los que en menos de un año comenzó a perseguir y a meter presos. Por entonces, en Brasil gobernaba Kubitschek y se celebraban elecciones estaduales. El candidato oficial para San Pablo era el prestigioso Adhemar de Barros y todos daban por descontada su victoria hasta que un ingenioso hizo imprimir boletas con el nombre de Cacareco. Cacareco, que significa más o menos lo mismo que “cachivache” en español, era el apodo del rinoceronte del zoo paulista. (Para que entiendan mis amiguitas de Palermo: “apodo” significa más o menos lo mismo que “nickname” en los chats). Sucedió en octubre de 1958: el paquidermo obtuvo el primer lugar en las preferencias, superando en cinco por ciento al candidato oficial y en un 25% al opositor Francisco Prestes. Raro que en Argentina, gran país de chistes, no se hayan impulsado candidaturas chistosas. Claro que en Córdoba –capital nacional del chiste–, hay uno que promete cobrar sueldo de legislador sólo por patalear sobre su banca, pero parece que habla en serio. En estas elecciones tristes, sin programas ni plataformas electorales, en las que todos los candidatos, más que testimoniales, son cacarecos sin colmillo ni simpatía, no hay lugar para candidaturas humorísticas porque la convocatoria electoral es en sí misma una humorada. Quizás sea un chiste verde o una broma de humor negro. El destino lo decidirá.