Por estos días, hay alguno en la Casa Rosada que se está matando de la risa. No, no es por el efecto celestial que creen que se puede derivar del almuerzo de ayer entre Cristina y Francisco. Tampoco por los nuevos falsos positivos inflacionarios del Indec. O las peleas telenovelescas de Kicillof vs. Fábrega (que incluyen un carpetazo contra el hermano del presidente del BCRA y un escándalo sexual en Economía). Ni porque el oficialismo, pese al desgaste y el fin de ciclo, sigue sacando como por un tubo leyes controvertidas en el Congreso. O porque en ese mismo instante Boudou está a cargo de la Presidencia de la Nación.
Nada de esto. Se deben estar riendo de que lo hicieron otra vez. Por enésima vez. Volvieron a poner en la agenda político-mediática un tema sacado de la galera, impensado, con poco. El debut como orador público de Máximo Kirchner movió el avispero, para que igual casi nada cambie. Y hacia ahí fuimos/vamos todos. Que qué significa. Que el pedido de re-re. Que la juventud maravillosa light y 3.0. Que si Cristina va de diputada. Qué él puede ser candidato. Que... Que... Que... (la revista Barcelona podría no sólo dedicar la tapa sino su edición entera a estas especulaciones tan disparatadas como genuinamente argentinas).
Hartos de las mismas malas/buenas noticias de siempre (según quién nos informe), Máximo apareció como un personaje nuevo, aunque tiene sus años. Pero si se habló y se contó sobre él casi sin que apareciera, ahora que se subió a un escenario e hizo un discurso, ¿cómo nos lo íbamos a perder? PERFIL tampoco resistió la tentación, incluida esta columna, aunque debería haber escrito de la excelente investigación de este diario el domingo pasado sobre el Vandenbroele de Randazzo y de todas las investigaciones que habrá sobre todos los Vandenbroele que hay en la política argentina.
Pero volvamos a Máximo y a todas esas cosas que nos quieren hacer pensar que van a pasar. Cuesta creer que alguno de estos globos de ensayo de instalación electoral se pueda hacer realidad. Aunque hay que reconocerle al kirchnerismo, entre otras cosas, una enorme capacidad no sólo para instalar temas, sino también para ejecutarlos. Esto refleja la maquinaria de poder K, pero también la endeblez de lo que se le opuso hasta ahora.
Así puede explicarse también que prestemos tanta atención a lo que dice o deja de decir Máximo. OK, tal vez no sea el pelotudo jugador de Play que nos intentaba mostrar Lanata, aunque tampoco es el líder naciente que nos venden Víctor Hugo y una amplia corte de adulones. Convengamos, sí, en algo: él y su hermana Florencia son las únicas personas en la historia mundial que tuvieron a ambos padres como presidentes de su país. No es poco, pero acaso sea más para tratarlo dentro de un marco de análisis psicoanalítico que político.
Un plus para el diván es cuánto escuchará la madre al hijo. Máximo tiró lo de la re-re (y, por tanto, la proscripción constitucional) con la típica chicana familiar de que con eso que iba a decir no sabía si lo dejarían entrar a casa (¿cómo? ¿No está casado ya y vive con su esposa e hijo? ¡Dr. Freud, teléfono!). Ojalá Ella no lo escuche. Que vuelva a hacer oídos sordos, como cuando Kirchner Jr. le dijo en 2011 que no eligiera a Boudou como vicepresidente.
Otro aspecto en el que podríamos coincidir todos es la enorme dificultad que han tenido siempre los Kirchner a la hora de la sucesión. Máximo lo dejó claro en su alocución: el cristinismo no tiene candidato para 2015 salvo mamá. Y ha quedado dicho muchas veces que la muerte de Néstor también rompió con la idea de seguir encadenando postulaciones maritales. Sin embargo, el antecedente de Santa Cruz es el mejor ejemplo de esas limitaciones. Desde el desembarco pingüino en Buenos Aires, la cuna del kirchnerismo osciló entre el feudalismo atosigado (que intentó romper sin éxito Sergio Acevedo) y el incendio social y la endeblez institucional que encarna Daniel Peralta. Todo en medio de enjuagues económico-financieros tan evidentes como insostenibles (casos Báez o Ulloa).
Sigamos, mejor, hablando de Máximo. Así nos reímos todos.