Concluido el largo proceso electoral, el resultado final es concluyente: la Argentina va por un cambio político. Fue expresado y sellado en las urnas de la manera más contundente. La sociedad votó por cambios pero eligió a la vez mantener equilibrios políticos sustanciales: una Cámara de Diputados sin mayorías, un Senado reflejo de la distribución del poder en las provincias, donde se mantiene la mayoría peronista, una representación del kirchnerismo fuertemente acotada con respecto al poder que supo tener estos años, un oficialismo donde la UCR tendrá prevalencia, terceros bloques con presencia y voz en el Congreso.
El ciclo que se inicia será seguramente de una gobernabilidad más plural; tal vez, más propicia para consensos que faltaron en los últimos años.
El nuevo equilibrio es inestable. Ahora se abren nuevos procesos: el peronismo deberá reconsiderar y redefinir su situación, como ha sucedido cada vez que las urnas le fueron esquivas; el nuevo oficialismo deberá definir o consolidar sus propios equilibrios internos. Esta no es una película que ya vimos; y promete sorpresas.
Detrás de todo eso hay un país real cruzado por distintas expectativas, pleno de problemas, ante el que se abren oportunidades y riesgos.
En las próximas semanas empezaremos a ver las primeras señales no contaminadas por las campañas electorales. Muy pronto se conocerá la integración de los elencos gubernamentales de la nación y de los distritos donde asumen nuevos gobiernos, la conformación de las autoridades de las cámaras y de los bloques dentro de ellas, y habrá definiciones de distintas entidades corporativas que representan a componentes de mucho peso en el conjunto de la sociedad. Esa será la situación de la largada en el nuevo escenario político.
Uno de los planos novedosos es la emergencia, que se fue dando paulatinamente durante estos últimos años y se consolida con esta elección, de liderazgos políticos de un nuevo perfil. Muchos de ellos, incluyendo al presidente electo Mauricio Macri, a Daniel Scioli y a otros candidatos que no pasaron la primera vuelta, no son los típicos dirigentes de partido que la sociedad conoce. Responden a un prototipo de “nuevo político” y parecen ajustarse mejor a las expectativas que surgieron de la pérdida de confianza en los viejos partidos y en sus dirigencias.
Estos cambios empezaron a gestarse desde el plano local antes que desde el nacional y se fueron transmitiendo de abajo hacia arriba.
El mapa de la política que emergió de las votaciones municipales y provinciales fue inicialmente más contundente de lo que se expresaba en las preferencias por las candidaturas presidenciales. Hasta la primera vuelta, gran parte del electorado estaba indefinida entre Macri y Scioli; pero ya había jugado sus cartas produciendo los cambios que inundaron los cimientos de la geografía política del país. Una vez que el cambio político en esos planos locales y territoriales se hizo manifiesto, se desató el proceso de desplazamiento de las voluntades de voto hacia quien ayer resultó ganador.
Esto, que algunos comentaristas políticos ven con cierto desprecio, como si se tratase de política “menor” -disminuyendo la importancia de las demandas de gestión de temas específicos al lado de los grandes temas de la macropolítica y la macroeconomía- es tal vez un rasgo que marcará el nuevo tiempo político. La derrota de Scioli es tal vez la derrota de una visión de la política que el mismo Scioli no encarnaba: la idea de que no importa mayormente cómo están las cosas cada día, para cada uno, mientras el rumbo general del proceso sea el que se piensa correcto.
Es posible que ayer se haya votado bajo la expectativa de tener un gobierno que se ocupe más de la vida cotidiana de la gente, de resolver los problemas uno a uno, de mirar más lo pequeño y no piense sólo en lo grande.
*Sociólogo.