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Campo de batalla

A veces, en el invierno de mi desesperanza, tiendo a pensar todo en términos de oportunidad perdida.

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A veces, en el invierno de mi desesperanza, tiendo a pensar todo en términos de oportunidad perdida. En los últimos tiempos, junto con el aumento de las tarifas y la reducción de mis ingresos, sentía con pareja intensidad la disminución vital implícita en la falta de aquello que no sabía bien que tenía cuando lo viví: las horas de conversación con escritores, la famosa tertulia literaria que en la Argentina se constituyó casi en paralelo con la existencia de la nación, y que de una u otra forma pervivió. En mi caso, fue la última época brillante del bar La Paz, cuando se juntaban allí, en mesas juntas o separadas, Jorge Di Paola, Miguel Briante, Rodolfo Fogwill, alguna que otra vez Osvaldo Lamborghini…. Ibamos, recuerdo, con Sergio Bizzio, más a escuchar que a hablar. Y buena parte de la noche se perdía en conversaciones, en circulación de ideas, en nombres de otros escritores que se leían y que había que leer.

Eso se perdió y no conozco ya a quienes recuperaron esa tradición, si es que lo hicieron, y tampoco sé dónde continúa. La disolución de la vida literaria nocturna parece ser un hecho, y ya no estoy para enfriarme en las cervecerías al aire libre, pero, como el retorno de un deseo, sentía cada vez más fuerte la nostalgia por el encuentro con otros escritores, ya fuera bajo la forma de la continuidad o del legado.

Pero de pronto, como un pequeño milagro, Héctor Gómez (escritor, productor, guionista) me ofreció conducir en Canal de la Ciudad un programa de entrevistas a mis colegas. Dios aprieta pero no ahorca. Comenzamos a grabar, y Campo de batalla sale el mes que viene.

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Salir del encierro larval, entrar en contacto con libros que de otro modo tal vez no hubiera leído, descubrir y alentar la brillantez ajena, volver a hacer algo que me gusta, pero transfigurado por la lógica del periodismo cultural, es una felicidad que no esperaba.