Realidad tangible y desoladora: la Argentina vive (¿con fruición?) un estado de fragmentación permanente, inexorable, crónica. Todo se despedaza. Lo que permanecía unido genera anticuerpos velozmente centrífugos. Cariocinesis serial: las células se parten y generan nuevos núcleos. Nada se agrega, todo se divide. Los ejemplos son variopintos y concluyentes.
Una hipótesis tentativa: aquejada de profunda indigencia colectiva por su escasa paciencia histórica y endeble tenacidad funcional, en la Argentina los proyectos suelen abroquelarse en individualidades. Aquejados de apasionamientos imbecilizantes, los argentinos arden en entusiasmos fugaces y desprecian visceralmente las continuidades orgánicas. La división es paradigmática; no hay cemento capaz de aglutinar ideas, personas y proyectos.
Un caso revelador, que revela el carácter universal del asunto, es lo sucedido en la Central de Trabajadores Argentinos. Pero el mismo fenómeno de ruptura y bifurcación se ha producido ya en la Mesa de Enlace de las entidades agropecuarias, en connotadas entidades empresariales y en fuerzas políticas de izquierda a derecha. La fragmentación es recurrente y transideológica: acontece y se reproduce en todas las colectividades.
Lo de la CTA es amargo porque los protagonistas del quiebre recorrieron un largo sendero de construcción unitaria en franca contraposición al esquema vertical de la burocracia sindical. Quienes hoy se endilgan los peores epítetos, coincidieron largamente en presentar al viejo modelo gremial como símbolo del autoritarismo y templo del pensamiento único.
Cuestionaban con razón la inexistencia de democracia y la virtual imposibilidad de disputar la conducción de los sindicatos desde listas opositoras. Ante una elección interna presentada como ejemplo de transparencia y pluralidad, los candidatos cuya principal discrepancia era su relación con el Gobierno, partieron de hecho a la CTA.
La Mesa de Enlace nunca fue una estructura formal cristalizada, pero durante dos años sumó y potenció las singularidades específicas del vasto cosmos geográfico, económico e incluso cultural denominado con simplismo inaceptable “el campo”. Había en esa coalición táctica divergencias objetivas innegables. Se dijo hasta el hartazgo que sólo la prepotencia y la soberbia del Gobierno pudo aglutinar a la Sociedad Rural con la Federación Agraria, y a los cooperativistas de Coninagro con los propietarios de CRA. Pero esa convergencia permitió que los problemas de la economía agropecuaria argentina tuviesen visibilidad y sobre todo un marco coherente. Ya no más. La Federación parece ahora dominada por un repentino aprecio por el Gobierno y, en consecuencia, resuelta a abjurar de sus vínculos de estos dos años.
Nada muy diferente pasó con la Unión Industrial y con la Asociación Empresaria, parcialmente seducidas por las incursiones predatorias del oficialismo, con el consiguiente resultado de deflagración funcional y esquirlas que vuelan por el aire.
En el Peronismo Federal, la muerte de Néstor Kirchner produjo severas alteraciones anímicas en figuras imprevisibles y hasta sinuosas, que optaron por quitarle apoyo a un justicialismo diferenciado del kirchnerismo. Parecen pensar que desaparecido el conductor del espacio al que confrontaban, éste deviene diferente, tratable y hasta apetitoso.
Nadie se salva de la peste fragmentadora. Los socialistas santafesinos discrepan sobre la candidatura a gobernador para las elecciones de 2011 y además Hermes Binner tampoco digiere que el Frente Progresista lleve como candidato a gobernador al intendente santafesino, el radical Mario Barletta, aunque ese frente es una alianza de los socialistas con la UCR.
En la Capital Federal, el proyecto político de Mauricio Macri funciona a su alrededor. No es un partido político orgánico. Las incursiones kirchneristas en el tratamiento legislativo del Presupuesto atizaron, además, una interna en un bloque de diputados que por ahora no se parte, pero ya paladea la amargura de la fragmentación.
Lo de los radicales era previsible, porque el reingreso de Julio Cobos y quienes con él renunciaron a la UCR entre 2004 y 2008 nunca se procesó tras un período de sincera sanación y debate ideológico. En el viejo partido, las fricciones internas son evidentes y permiten que desde afuera lo sigan escarneciendo por su viejo vicio internista.
Lo de la izquierda ya es constitutivo, como lo demuestra el microcosmos de la política universitaria, en la que tres o cuatro variantes del trotskismo y diferentes etiquetas revolucionarias (autónomos, maoístas, ex montoneros y herederos de la izquierda armada del siglo XX) pujan entre ellos, con fervor y enardecimiento.
Un común denominador ilumina, empero, las diferentes y reiteradas situaciones de cariocinesis política y gremial. No es un fenómeno misterioso atribuible a una supuesta discapacidad nacional. Es pura docilidad institucional ante los empellones predatorios de un gobierno resuelto a perforar a su adversario. Revela en los espacios penetrados una llamativa sensibilidad por la sensualidad del poder. Dinero, poder, cargos, prebendas, posiciones, expectativas, todo funciona en esta sociedad endeble, lo que condena a la fugacidad a toda construcción colectiva, cuya solidez es casi imposible de preservar.
El Gobierno demuestra una fenomenal decisión de dividir y fisurar todo lo que amenace la continuidad de su poder. Esa decisión de no renunciar a ninguna opción que le permita dinamitar o al menos debilitar lo que percibe como bolsones de resistencia, conduce al Gobierno a una permanente guerra contra lo que registra como enemigo.
Pero la fragmentación llevada al paroxismo que exhibe la vida social en la Argentina no fue inventada por el kirchnerismo, que solo atinó a exacerbarla. Es el resultado del entramado político y general de un país de más de cuarenta millones de almas para las que el concepto de denominador común parece inconcebible. Esta Argentina atómica y en suspensión permanente es una obra colectiva.
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