El periodismo, del que formamos parte los periodistas profesionales y los que publicamos regularmente en la prensa (por tanto quien esto escribe no se excluye), se ha salido de madre. Pero, por una vez, la responsabilidad no la tienen los medios críticos u opositores, consuetudinarios culpables según los kirchneristas, sino el estilo actual de lo político.
En la celebrity politics (definida por Mark Wheeler en un libro de 2013), las apuestas se elevan de manera constante. Hace diez años, un periodista como Alfredo Leuco habría leído su editorial en la radio y quizás habría publicado una nota, con observaciones y, eventualmente, sugerencias. Hoy le escribe al Papa una carta abierta, que difunde varias veces por radio, por televisión y sube a su blog. La cuestión no pasa por un gesto enfático, que el Papa recompensa, sino por el reconocimiento de que la escena ha cambiado. Imposible resistir los retuiteos en cascada y la gloria del trending topic.
Por razones religiosas, históricas y políticas, el Papa no forma parte de nuestro mundo de ciudadanos. Pero a Francisco le gusta presentarse como uno de nosotros, un pecador que recibió como destino el Vaticano. Navega en las aguas de la nueva esfera pública como si hubiera nacido allí, lo cual informa sobre su plasticidad y sentido de la época. Crea la ilusión de horizontalidad y hace olvidar que ningún Papa es como nosotros, nunca.
El Papa no es un interlocutor a la par sino un miembro de la liga de los superpoderosos. Por eso, una interlocución pareja es una fantasía. El Papa se presenta con humildad; sin embargo, para dirigirse a él, es de rigor recordarle todas sus virtudes. Hay que decir que es el hombre más distinguido de la historia americana (¿Fray Bartolomé de las Casas, Bolívar, Martí, Sarmiento?). El atrevimiento de hablarle paga el precio de la exaltación.
El Papa llamó por teléfono a Alfredo Leuco después de que él leyó en los medios una carta pública. Mientras hablaban, cuenta Leuco, se estaba desarrollando la histórica cumbre de Panamá, más importante para el futuro de América Latina que las ocurrencias fotográficas de la Presidenta y los puntos de la política local en el tablero vaticano. En los medios las noticias compiten.
Desesperación. Leuco quizá tenga razón cuando se desespera por una foto más de la Presidenta con el Papa. La publicidad política descubrió que, así como las celebrities servían en campaña, también sirven los jefes de las religiones. Son las nuevas celebrities, y Jorge Bergoglio, para sorpresa de muchos, se muestra bien entrenado. Es un populista. Esa veta de su ideología no desaparece porque sea el jefe de los católicos. Esto no habla ni bien ni mal de él, sino que caracteriza la persistencia de la ideología, incluso en los papas: tal fue el caso de Wojtila y de Ratzinger que, por ser elegidos, no se transformaron ideológicamente sino que concentraron poder para sus ideas (Wojtila fue extraordinariamente activo e intervino sin cesar en Polonia y Europa oriental).
Los ateos o agnósticos no estamos unidos al papado. El jefe del Vaticano es, para un laico, el jefe de una religión histórica y de un pequeño Estado. El Papa puede ser sometido a crítica tanto como Obama. Lo diferencia de Obama que su poder no se apoya sobre portaaviones nucleares. Eso es una ventaja enorme: nadie teme una invasión del Vaticano. Aunque es de temer su presión sobre los gobernantes que encaren cuestiones como la contracepción, el aborto y la libertad de género (sobre la que Francisco acaba de pronunciarse con severidad).
Para los que no somos creyentes, la autoridad de un papa depende de lo que diga y a quién apoye; depende de su juego en la arena pública. Sin duda, debe ser extraordinariamente inteligente y hábil, porque en caso contrario no llegaría a ser elegido, venciendo en una competencia cerrada, difícil y secreta. Lo que lo diferencia es la inteligencia y la astucia para dirigir el Estado más opaco de Occidente. Por supuesto, como a todo político, también lo diferencia la suerte.
Marcos distintos. La primera gran carta abierta de un intelectual a un político fue el “Yo acuso” de Zola, dirigida al presidente de Francia. Es un texto muy duro: Zola denunció lo que el Estado y el Ejército perpetraron sobre la persona y el honor de un militar de origen judío. No es un ruego, sino el discurso de un fiscal. En la Argentina, está la carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar: un “yo acuso”, que su autor intenta repartir y lo lleva directamente a la muerte. Ha pasado la época de intervenciones de esta eléctrica y peligrosa tensión. Pero imposible olvidar que, en 1979, dos viejos enemigos, Sartre y Raymond Aron, se dirigen al presidente de Francia exigiéndole que auxilie a los que huyen de Vietnam.
¿Cuál es el marco de la carta escrita por Leuco? Francisco es un componedor, si no se tocan cuestiones fundamentales de dogma y se atiende con cierta consistencia a los pobres. Fue (sigue siendo) peronista y no es un novato ingenuo. Sabe por qué concedió una nueva audiencia a la Presidenta y, habiendo vivido en Argentina hasta hace dos años, no le faltó oportunidad para enterarse de la corrupción del kirchnerismo. Tiene un diseño de cómo debe llegar este gobierno a su fin y se sienta en la mesa del juego político y mediático.
Además es un hombre de su época y no se escabulle frente al ruido de los medios, sino que los utiliza con astucia y estilo propio. Participa en la política de celebridades.
Cabeza de una organización de proyección gigantesca en Occidente, da la impresión de que no puede ser juzgado según las normas con que se juzga a otros en el mundo. Por eso, Leuco se ve obligado a exagerar su respeto y su admiración. La humildad papal enciende la hipérbole.
Esta nota caerá mal. Pero el Santo Padre ha solicitado que “hagamos lío”, que hablemos y actuemos sin hipocresía.
Yo obedezco.