Quizá conozcas la teoría. Apareció en un libro de Lyan Watson en 1979. También fue relatado por Ken Keyes en El centésimo mono y mencionado por la doctora Shinoda Bolen, psiquiatra y analista junguiana, en varios de sus trabajos.
Voy a resumir el experimento. En 1952, un grupo de investigadores comenzó a estudiar la conducta de una tribu de monos de la especie Maaca fuscata en la isla Koshima de Japón.
Se les arrojaron batatas en la playa. Los monos las devoraban enarenadas. Hasta que una mona de 18 meses, Imo, tomó la batata y se fue a lavarla en el mar antes de masticarla. ¿Le habrá gustado más el sabor salado que revistió la misma o el hecho de que la cáscara estuviese limpia, sin arena? No se sabe.
Transcurrido un tiempo, todos los monos de la isla lavaban las batatas que se les arrojaban en la playa antes de comérselas. Y lo más curioso, para no decir extraordinario, es que los científicos descubrieron que esa alteración de la conducta no se había producido sólo en la isla de Koshima, sino que, de pronto, los monos de todas las demás islas cercanas y de la propia tierra continental de Takasakiyama “empezaron a lavar sus batatas, a pesar de que nunca había existido contacto directo entre las colonias de monos de unas islas y otras” (K. Keyes).
Así se comprobó que entre 1952 y 1958 todos los monos de esa zona de Japón comenzaron a lavar los tubérculos en las aguas del mar.
Y así nació el concepto de “masa crítica”. Watson comprobó entonces que cuando el mono Nº 100 aprendió la nueva conducta, se completó esa masa crítica, es decir el número necesario para que toda la especie adquiriera la nueva costumbre.
Si trasladamos este experimento a la especie humana, quizá podamos proyectar algo parecido en materia de cambios de actitud.
En tiempos de violencia, de fanatismos, de guerras internas y externas, quizá pueda aparecer el centésimo hombre, ese que con su ejemplo modifique las conductas de los demás.
Gandhi fue un individuo solo enfrentando pacíficamente un imperio. Mandela fue otro. El papa Francisco también está desafiando grandes poderes. Quizá ninguno de los dos primeros llegara a ser el hombre N° 100. Pero como dicen los estudiosos: “Alguien tiene que ser el número treinta y siete y noventa y nueve antes de que le llegue el momento al mono número cien… y nadie sabe cuán cerca está de ese momento, o a qué distancia se encuentra el centésimo mono hasta que, de repente, está allí”.
Si un número suficientemente grande de personas adquiere una nueva manera de actuar, de ser (la masa crítica), ésta se propagará en todas direcciones y ¿por qué no soñar que pueda alcanzar a toda la humanidad?
Siempre puede haber una mona Imo o unas pocas monas que inicien lo que hasta ese momento haya sido imposible de concebir. Con el tiempo, eso se multiplicaría y, así, esa nueva conducta podría convertirse en la nueva esencia de aquello que somos.
“A modo de alegoría –dice la doctora Jean Shinoda Bolen–, el centésimo mono alienta la esperanza de que cuando un número decisivo de personas transforme su actitud o su comportamiento, la cultura en su totalidad se transformará”.
En estos días de zozobra que el terrorismo sembró en el mundo, de mutación política, y en esta nueva etapa que comienza en nuestro país, me vino a la memoria la historia de este experimento del “centésimo mono”.
Y se me ocurrió pensar qué bueno sería completar esa “masa crítica” para revisar conductas, borrar prejuicios, rencores, asperezas, transformar conciencias. Aquí, y –por la teoría del centésimo mono– no sólo aquí, sino en muchas otras partes.
*Escritora y columnista.