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Cercano misterio

Estuve leyendo algunas cosas de las que entiendo poco y más bien nada. Fisiología del cerebro, por ejemplo. Fascinante, para decir la verdad. Más fascinante debe ser cuando una entiende todo, pero con lo poco que sé me conformo.

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Estuve leyendo algunas cosas de las que entiendo poco y más bien nada. Fisiología del cerebro, por ejemplo. Fascinante, para decir la verdad. Más fascinante debe ser cuando una entiende todo, pero con lo poco que sé me conformo. Algo intranquilizador también, si una tiene un cachito así de imaginación. Ay, qué es lo que está pasando en este momento en MI cerebro, ¿eh? Mucho no me importa. Que funcione, eso sí me importa. Imagino cómo entre mis circunvoluciones se pasean los fantasmas de todo lo que he sabido, aprendido y olvidado. Me imagino a mí misma o a otra parte (secreta) de mi cerebro, yendo a buscar un recuerdo olvidado, revolviendo escenas y palabras, impresiones y odios y amores para encontrar ese trocito de algo que creía olvidado para siempre. Qué bueno. Digamos la verdad: qué bueno sería que las cosas funcionaran así. No. Yo sé que debe ser mucho más complicado y que es inútil que me esfuerce, cuestión de averiguar cómo son en realidad. Pero por lo menos me he enterado de que las neuronas y las dendritas no son cosas hieráticas y perfectas, inamovibles para siempre o por lo menos para toda una vida, sino que van y vienen y se modifican y saltan y hasta es posible que entablen entre ellas complicados e interesantes diálogos que jamás apreciaremos porque el idioma que hablan está fuera de nuestro alcance. Bueno, está bien. Está bien así como está. Si no hubiera misterio, si no lleváramos dentro de nosotras el misterio, qué cosa más opaca, aburrida y poco productiva seríamos en esta vida. Aceptemos que no sabemos. Aceptemos que hay quienes saben un poco más de lo que sabemos quienes no sabemos. Pensemos en los vericuetos del alma humana, o, si a ustedes no les gusta lo del alma, sigamos hablando del cerebro en el que pasan cosas inimaginables como el diálogo que se establece allí, en voz muy baja, cuando enfrentamos algo desconocido. Y no es que esté yo hablando de crípticas elucubraciones matemáticas o religiosas que quién sabe si no serán en último término las mismas. Estoy hablando de lo de todos los días, de lo que nos preocupa, de lo que nos hace felices, de lo que despierta el diálogo misterioso del cual casi nunca somos conscientes. De eso hablo.