El lunes, antes de jurar como presidente de Venezuela, tras ser reelegido por tercera vez, Hugo Chávez anunció que su proyecto bolivariano “se profundizaría y ampliaría hacía el socialismo”.
En ese mismo acto, Chávez anunció la nacionalización de las telecomunicaciones y la electricidad, con el argumento de que son vitales para el control estratégico del Estado.
También señaló que aumentará el dominio estatal sobre las “asociaciones estratégicas” que mantiene PDVSA (empresa estatal petrolera venezolana, tercera en orden de importancia en el mundo), con las empresas transnacionales que explotan las reservas de petróleo pesado en la Cuenca del Orinoco. Esas empresas transnacionales son: Exxon Movil y Chevron (EE.UU.), Total (Francia), Statoil (Noruega) y British Petroleoum. Las reservas del Orinoco, en proceso de certificación internacional, ascenderían a 316 mil millones de barriles, por encima de los 262 mil millones de Arabia Saudita.
Chávez anunció también su decisión de modificar el artículo 302 de la Constitución de 1999, para incluir, en el dominio del Estado, no sólo la totalidad de la actividad petrolera, sino también la gasífera.
El avance al “socialismo del siglo XXI”, signo fundamental del tercer mandato de Chávez, tendrá como uno de sus “motores” principales los poderes especiales que la Asamblea Nacional, unánimemente chavista, le otorgará al Ejecutivo para legislar por decreto, ante todo en lo que se refiere a la nacionalización de las telecomunicaciones y electricidad.
Lo fundamental del “avance al socialismo del siglo XXI” se encuentra en el terreno político y en una doble dimensión: la creciente y completa centralización del poder y las decisiones en manos de Chávez (legislación por decreto, reelección indefinida, eliminación de la autonomía del Banco Central), y el establecimiento de un nuevo sistema de democracia local, de carácter directo, constituida por “consejos comunales”.
Los medios de comunicación serán especialmente disciplinados en la nueva etapa; se elimina la licencia de Radio Caracas Televisión a partir de mayo de 2007. Enfrente de la decisión estratégica de Chávez se colocó el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, ex ministro del Interior y una de las figuras fundamentales del socialismo chileno.
En la política exterior, la nueva etapa tiene como eje la conversión del Mercosur en un “bloque regional de poder”: un Estado regional con una economía protegida y pactos de defensa mutua para enfrentar cualquier agresión bélica externa. En términos geopolíticos, esenciales en la visión chavista, lo decisivo es la ruptura o desconexión de ese “bloque regional de poder” con la “globalización neoliberal”, considerada sinónimo de la supremacía norteamericana.
El “socialismo del siglo XXI”, antes que un programa político, económico y social, es el “horizonte estratégico” de la lucha entre “el Imperio y los pueblos del Continente”, cuyo contenido es una “nueva civilización postcapitalista” de alcance mundial, que se estima alternativa a la “globalización neoliberal” vigente en el mundo en los últimos 16 años.
Chávez cree que en Venezuela existen las condiciones para llevar adelante el “socialismo del siglo XXI”: logró el 63% de los votos en diciembre de 2006 y tiene el control total del ejército venezolano, mientras avanza en la creación de un “bloque regional de poder”, en la doble dimensión del ALBA (Alternativa Bolivariana para la América) y el Mercosur.
El líder venezolano estima que la Doctrina Monroe, eje de la política exterior de Estados Unidos en el continente americano, experimenta una crisis irreversible, al profundizarse la fractura entre la América latina del Norte (de México a Panamá), integrada económica y estratégicamente con Washington, con la América latina del Sur (de Panamá a Tierra del Fuego), región no hegemónica y crecientemente desconectada del sistema mundial.
Además, entre el 70% y el 80% de la economía venezolana está ya en manos del régimen, a través del propio Estado, de PDVSA y de 100.000 cooperativas creadas por las “misiones sociales”.
El proyecto de “desconexión” del “socialismo del siglo XXI” parece históricamente viable; coinciden dos circunstancias: el vacío de poder en América del Sur –región no hegemónica- por el repliegue norteamericano y la crisis brasileña; y la extraordinaria liquidez de la renta petrolera venezolana, quinto productor mundial, en una época de precios récord en el largo plazo.
Esta semana ingresó a la Organización Mundial de Comercio (OMC) la República Socialista de Vietnam, auspiciada por Estados Unidos, con el que mantiene un acuerdo de libre comercio. Vietnam, en 2006, con 88 millones de habitantes, atrajo más inversión extranjera directa que India, con 1.100 millones, y es el país de más rápido crecimiento en Asia-Pacífico, después de China.
La República Socialista de Vietnam fue fundada por Ho Chi Minh, líder del comunismo vietnamita y figura fundamental de la Tercera Internacional. Vietnam luchó 50 años contra el imperio francés y 20 contra Estados Unidos; y consolidó su victoria, y su condición socialista, al vencer en Dien Bien Phu (1954) a los paracaidistas franceses y la Legión Extranjera.
Pareciera que existen dos caminos, o dos opciones, para construir el “socialismo del siglo XXI”.