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China, no el euro

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Los esfuerzos por revivir el crecimiento en las economías más influyentes del mundo, con la excepción de la Eurozona, están teniendo un efecto benéfico generalizado. Todos los problemas que amenazan la economía global son de carácter político.

Después de 25 años de estagnación, Japón intenta revitalizar su economía emitiendo a escalas sin precedentes. Es un experimento riesgoso: el crecimiento acelerado podría disparar las tasas de interés y volver insostenibles los costos del servicio de la deuda. Pero el primer ministro Shinzo Abe prefirió asumir ese riesgo a condenar a Japón a una muerte lenta. Y lo mismo parece preferir el ciudadano nipón promedio.

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En la vereda contraria, la UE se dirige al tipo de estagnación a largo plazo del que Japón busca escapar. Las apuestas son altas: los Estados-nación pueden sobrevivir una década perdida o más; pero la UE, una asociación incompleta de Estados-nación, podría ser fácilmente destruida por ello.

El diseño del euro –hecho a medida del marco alemán– tiene una falla fatal. La creación de un banco central común sin un tesoro compartido significa que las deudas de cada gobierno están en una moneda que ningún país miembro controla, de default. Como consecuencia de la caída de 2008, varios países miembros se sobreendeudaron, y las primas de riesgo hicieron permanente la división de la Eurozona en acreedores y deudores.

Este defecto podría haber sido corregido reemplazando los bonos individuales de los países con eurobonos. Desafortunadamente, la premier alemana, Angela Merkel, lo vetó, reflejando el cambio radical de actitud de los alemanes hacia la integración europea. Antes de la reunificación, Alemania era el motor principal de la integración; ahora, con el peso del costo de la reunificación sobre sus espaldas, los contribuyentes alemanes están decididos a evitar convertirse en los bolsillos sin fondo de los deudores europeos.

Las medidas que gobiernan el euro seguirán, porque Alemania hará lo mínimo indispensable para preservar la moneda común, y porque los mercados y las autoridades europeas castigarían a cualquier otro país que desafíe esas medidas.

Sin embargo, la fase más aguda de la crisis financiera ya ha finalizado. Las autoridades financieras europeas han reconocido tácitamente que la austeridad es contraproductiva y han cesado de imponer restricciones fiscales adicionales. Esto ha dado a los países deudores algo de lugar para respirar y, aun ante la ausencia de cualquier perspectiva de crecimiento, los mercados financieros se han estabilizado.

Las crisis futuras serán de origen político. Y la UE se ha vuelto tan introspectiva que no puede responder adecuadamente a amenazas externas, como Siria o Ucrania. La crisis ha transformado la UE del “objeto fantástico” que inspiró entusiasmo, en algo radicalmente diferente. Lo que tenía como objetivo ser una asociación voluntaria de Estados igualitarios que sacrificaban parte de su soberanía por el bien común –la encarnación de los principios de una sociedad abierta– se ha transformado hoy en una relación entre países deudores y acreedores que no es ni voluntaria ni igualitaria: el euro podría destruir la Unión Europea.

Al contrario de Europa, Estados Unidos emerge como la economía más fuerte del mundo desarrollado. La energía shale le ha dado una importante ventaja competitiva. Los sectores domésticos y de banca han hecho algún progreso en desapalancarse. La emisión ha impulsado el valor de los activos. El mercado inmobiliario ha mejorado y el sector de la construcción disminuye el desempleo. (…)

Más sorprendentemente aún, la polarización política estadounidense muestra signos de revertirse. El bipartidismo funcionó relativamente bien por dos siglos, porque ambos partidos tenían que competir por el territorio común en las elecciones generales. Pero el Partido Republicano fue capturado por una coalición de fundamentalistas religiosos y de mercado, luego reforzado por neoconservadores que lo llevaron a la extrema derecha. Los demócratas trataron de ponerse al día para capturar al ciudadano promedio, y ambos partidos actuaron en connivencia en manipular los distritos parlamentarios. Así, las primarias dominadas por activistas se convirtieron en más importantes que las elecciones generales. Tras la debacle de la parálisis (shutdown) gubernamental, lo que queda del establishment republicano ha comenzado a dar pelea al Tea Party, y esto podría llevar a un revival del bipartidismo.

La mayor incertidumbre que enfrenta hoy el mundo no es el euro, sino el camino futuro de China. El modelo de crecimiento responsable de su gran apogeo se ha quedado sin fuerza. Ese modelo dependía de la represión financiera en el sector doméstico, con el objetivo de hacer crecer las importaciones e inversiones. Como resultado, el sector doméstico se ha reducido ahora al 35% del PBI, y sus ahorros forzosos no son suficientes para financiar el actual modelo de crecimiento. Esto ha llevado a un crecimiento exponencial del uso de varias formas de financiación de la deuda.

Hay algunos parecidos inquietantes con las condiciones financieras que prevalecían en los EE.UU. en los años anteriores a la caída de 2008. Pero también hay una diferencia significativa. En Estados Unidos, los mercados financieros tienden a dominar la política; en China, el Estado es dueño de los bancos y del grueso de la economía, y el Partido Comunista controla las empresas estatales.

 

*Titular del Soros Fund Management y la Open Society Foundation.