El chonguito anda diciendo por ahí: “Bueno, puedes asegurar, por la forma en que camino/ que adoro a las mujeres, no es momento para hablar de eso/ La música está alta y las mujeres calentitas/ me ningunearon desde que nací/ y ahora está todo bien, está OK...”. O no lo dice, pero es, en todo caso, lo que dice la canción que suena en Fiebre del sábado por la noche (de 1977).
Aunque sea un bueno para nada y en la casa lo miren con desprecio, él ha encontrado su lugar: la pista de baile. Dice que lo forrearon (tal vez lo cagaron a patadas un poco). Desde que nació. Pero ahora la vida le da una revancha en la disco, con la música a tope y el falsete insoportable que le hace mover las caderas con una pasión que se confunde con la fiebre. ¡Qué winner! Lo imaginamos extasiados e imaginamos cosas.
Por ejemplo, que el tiempo pasa y la disco y el boliche comienzan a sentarle mal, como al macho de la canción Malo (2004) que canta Bebe. El “olor a tabaco sucio y a ginebra” ahora ahuyenta a las chicas y los ritmos que se bailan ya no le permiten sentirse un rey. Una chica se compadece de él. Las circunstancias los fuerzan a formar una familia para la que ninguno de los dos estaba preparado. Un hijo sigue a otro, y el rictus de desprecio va acentuándose con las semanas y los años. “Tu carita de niño guapo/ Se la ha ido comiendo el tiempo por tus venas,/ Y tu inseguridad machista/ Se refleja cada día en mis lagrimitas”, le dice ella cuando él la mira, antes de la primera piña.
Ella aguanta los golpes porque no le queda más remedio (eso le han dicho). ¿Quién mantendrá a sus hijos? Eso sí, le pide: “No grites, que los niños duermen”.
El chongo envejecido no disfruta del hogar y tampoco de la violencia doméstica que ejerce. En el fondo, no le queda más remedio. Esa fiebre del sábado por la noche sigue siendo la misma, pero ahora tiene otro espesor. Antes era mostrar qué winner era ante sus amigos, en la pista. Ahora, es mostrar a los amigos, en el bar, que el que manda en la casa es él y que a él ya no lo ningunea nadie, aunque siga viviendo en el suburbio y la vida suceda en otra parte.
Ella rumia su desesperación, para llevarla al justo punto: “Voy a volverme como el fuego/ Voy a quemar tu puño de acero/ Y del morao de mis mejillas saldrá el valor/ Para cobrarme las heridas”.
No se trata solo de una vida miserable fundada en la mentira en que todo está bien si uno puede ejercer el olvido un sábado por la noche, para volver el lunes con la cabeza gacha a ocupar el lugar subalterno de siempre. Esa vida fue celebrada por Fiebre del sábado por la noche, que transformó en objeto de deseo un artículo de análisis cultural-antropológico que había aparecido en 1976 en el New York Magazine titulado “Ritos tribales del nuevo sábado en la noche”, firmado por Nik Cohn, donde se presentaba a la nueva generación a través de Vincent, que en la película será Tony Manero.
Vincent, en el artículo, cuenta que una vez se tuvo que quedar cuidando a la hermana y llegó tarde a la disco a encontrarse con una chica de la que creía estar enamorado. La encontró bailando con otro. “Después de eso ya nunca pude sentir lo mismo. Ni siquiera podía estar cerca de ella. No podía aguantar tocarla”.
Ese desprecio desemboca, lógicamente, en el chongo envejecido que imagina Bebe, en una de las más eficaces intervenciones musicales contra el maltrato que esta triste época nos ha dado: “Malo, malo, malo eres/ No se daña a quien se quiere, no”, “Eres débil y eres malo/ y no te pienses mejor que yo ni que nadie”.
Esas dos canciones separadas por 27 años recuperan la singularidad antropológica del chonguito y su inclinación inducida a la violencia pandillera o doméstica.
El siglo XX le había dado la voz a Vincent para que contara su pobre drama conurbano, porque en él se cifraba el abandono de una época dorada y el comienzo de algo nuevo. Este siglo le dio la voz a la mujer para que contara el mismo drama, desde el punto de vista de la víctima. No es raro que dos de los más grandes sucesos de la música disco sean: Staying Alive y, cantado por una mujer, I Will Survive (1978).