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Ciencia y política

Horacio Rodríguez Larreta y Alberto Fernández.
Horacio Rodríguez Larreta y Alberto Fernández. | NA

La confrontación de argumentos entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta sobre cómo responder a la segunda ola del coronavirus fue una demostración de cómo la  “evidencia científica” se puede utilizar para argumentar una posición como la contraria. Las marchas y contramarchas que sufrieron los estudiantes sin poder entender qué pasaba podrían servirles a los adultos para recibir una lección práctica de epistemología (comprender la comprensión de las cosas), la ciencia que estudia el fundamento del conocimiento humano, siempre en riesgo de convertir opinión en verdad al revestir creencias de ropaje científico.

Rodríguez Larreta argumentaba con datos “irrefutables” que las clases presenciales no habían aumentado el número de pasajeros de transporte público y al día siguiente el Ministerio de Transporte, también con datos “irrefutables”, demostró que cuando el lunes los colegios no lograron funcionar plenamente, porque el amparo que lo permitía se conoció recién la noche del domingo, hubo un diez por ciento menos de pasajeros que el martes. Probablemente sin que ninguno de los dos mienta, simplemente tomando días diferentes.
Los actuarios, que manejan la ciencia que estudia los modelos estadísticos y matemáticos, saben que muestras puntuales, durante un periodo corto de tiempo, sobre situaciones cambiantes, arrojan resultados también cambiantes. Frente a problemas complejos y más aún desconocidos, totalizar datos parciales en forma de evidencia científica solo sirve para autovalidar el conjunto compartido de supuestos de un grupo.

 La disputa entre el Presidente y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por restringir o no actividades se repitió en todo el mundo.

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El filósofo y también matemático Gottfried Leibniz, quien tenía entre sus focos la epistemología, ya en el siglo XVII ironizaba en las discusiones diciendo “terminemos con el desacuerdo, calculemos quién tiene razón”.

Solo se pueden calcular las mismas entidades fijas, eso hacen bien las computadoras, pero en la vida real hay que decidir entre entidades diferentes, y el cálculo matemático ya no resulta suficiente: es necesario ponderar (siempre subjetivo) entre distintas evidencias. 

¿Priorizamos la segura mortalidad por el coronavirus o el riesgo de mortalidades futuras por otras enfermedades no atendidas o producidas por la crisis económica agregada? ¿Priorizamos la enseñanza de los chicos con menos recursos, los más afectados por la falta de clases presenciales, dejando abiertos los colegios o la posibilidad de que sus padres trabajen dejando abiertos comercios y servicios hasta las 20?

Sería más honesto reconocer que la posición del otro es respetable y hasta podría tener razón pero uno piensa que es mejor otra alternativa en función de otros argumentos que recién se comprobarán verdaderos en el futuro. Las filminas de Alberto Fernández comparando nuestros “éxitos” con otros países el año pasado o los recientes porcentajes minimizantes de Horacio Rodríguez Larreta (“cero, coma...”) son abusos del uso de la matemática. 

Sin precisar conocer el criterio de refutabilidad de Karl Popper, la noción de comprensión de Hans-Georg Gadamer o el concepto de paradigma de Thomas Kunt, el ciudadano común de sociedades que pasaron varias crisis, demostrando fallidos los argumentos que a priori se explicaban como razones “científicas”, generó anticuerpos al discurso de los economistas que tienen argumentos “científicos” para A y -A. 

La  misma confusión se produce entre justicia (ciencia moral) y derecho. La justicia depende de múltiples dimensiones mientras que el derecho se resuelve (un poco) más fácilmente confirmando si se ajusta a lo que prescribe un texto, la ley. Y en cuestiones paradójicamente llamadas de “puro derecho”, es decir, de interpretación, ni siquiera. Como se comprueba entre las razones de la Cámara Contencioso Administrativa de la Ciudad de Buenos Aires y las del juez federal Esteban Furnari por las cuales cada uno se fundamenta en el respeto al derecho para decir lo opuesto. También fue una buena clase de derecho para los padres de los estudiantes: cuando media biblioteca sostiene una posición y la otra lo opuesto, decide el poder.

“La ‘verdad’ está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que induce y que la acompañan”, escribió Foucault.

Sería más justo decir que Horacio Rodríguez Larreta le está devolviendo a Alberto Fernández la mala pasada que el Presidente le hizo al quitarle recursos coparticipables durante el conflicto policial bonaerense. Y que la política también construye relaciones humanas que se deterioran en el conflicto de intereses o se fortifican ante la alineación de estos. Y no puede descartarse que en la visión de Rodríguez Larreta ocupe un lugar el cansancio con el sindicato docente cuyos dirigentes encuentran motivos para no trabajar y justo esta vez puedan tener razón. Probablemente debieron trabajar de septiembre a abril y no así de mayo a julio.  

 La disputa entre el Presidente y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por restringir o no actividades se repitió en todo el mundo: el gobernador de San Pablo peleando con el presidente de Brasil, o el gobernador de Nueva York enfrentado con Donald Trump cuando presidía Estados Unidos. Por lo menos una parte argumentó utilizar “evidencia científica” en defensa de su posición pero siempre detrás del uso de ciencia se solapaba la disputa política donde la relevancia se obtiene por diferenciación. Si un político prominente o sector consigue destacarse de tal o cual forma, su oponente buscará visibilizarse exhibiendo con la mayor notoriedad posible  lo contrario.

En Brasil, quien quería que los colegios siguieran abiertos era el primitivo Bolsonaro y quien se oponía argumentando lo mismo que Rodríguez Larreta: contar con evidencia científica para que se mantuvieran cerrados en los picos de covid, era su oponente, el moderado gobernador de San Pablo.

La discusión entre Rodríguez Larreta y Alberto Fernández no es una confrontación de razones sino de valores. Ludwig Wittgenstein escribió: “Lo que hace que un objeto sea difícil de comprender no es que para comprenderlo se necesite alguna instrucción particular concerniente a cosas abstrusas, sino la oposición entre la comprensión del objeto y lo que la mayoría de los hombres quiere ver. De ahí que lo más cercano puede convertirse justamente en lo más difícil de comprender. No es una dificultad relacionada con el entendimiento, sino una dificultad relacionada con la voluntad, que hay que vencer”. El mundo es percibido siempre en función de los objetivos del observador reduciéndose a medios para sus fines. Sus necesidades manipulan su visión porque todo pensador nunca piensa más allá de aquello que él es.

En la constelación cambiante de opiniones, si la crisis sanitaria empeorara, oficialismo y oposición volverán a unirse. A los acuerdos solo se llega con el corazón y no con las verdades de la lógica. La etimología envía una señal: “cor” y “cordis” en latín es corazón. 
Si la segunda ola produjera una catástrofe, es probable que el ala dura del PRO que apuesta a la confrontación buscando rédito electoral tenga que terminar diciendo: “Hemos conocido al enemigo, y somos nosotros”.