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Cine y verdad

Creoi unió el material, y eso lo convierte más en un manipulador que en un artista. El cine soporta la mentira, pero se resiente con el engaño.

Javier Van de Couter
Javier Van de Couter | Cedoc

Terminé el Bafici pensando en las relaciones entre el cine y la verdad. No concluí gran cosa, pero la causa de estas inútiles meditaciones fueron los dos largometrajes ganadores en la competencia argentina del festival. En estos tiempos, parecería que las películas de ficción se parecen demasiado entre sí y necesitan que la realidad les preste algo que exceda la imaginación de los guionistas. Suele dar resultado, por ejemplo, anunciar que una película está “basada en hechos reales” pero creo que hay más variables en esta ecuación. 

Esos largos premiados incluyen elementos menos convencionales. Implosión de Javier Van de Couter tiene un antecedente en The 15:17 to Paris, donde Clint Eastwood tomó a tres soldados americanos que redujeron a un terrorista en un tren francés y los hace representar sus propios papeles en lo ocurrido. La película de Van de Couter no es una reconstrucción sino más bien una secuela. En 2004, en Carmen de Patagones, un adolescente armado de una pistola mató a tres compañeros de colegio e hirió a cinco. La película narra como, quince años más tarde, dos de ellos parten en busca del atacante. No queda claro si su objetivo es vengarse o confrontar de algún modo con su pasado. Es una película de ficción filmada, cuya trama incluye un viaje de Patagones a los alrededores de La Plata en el que los personajes trasladan a la pantalla una carga de soledad, de violencia y de tensión con el mundo que trasciende el crimen original pero también resulta un modo de sacudir el rígido estatuto de víctimas que por comodidad se les adjudica a los protagonistas. Estos seres llenos de dudas, pulsiones e incertidumbre, estos actores improvisados y creíbles, le dan a Implosión una vida que no encontré, por ejemplo, en Bahía Blanca, una película profesional e inerte de Rodrigo Caproti basada en la novela homónima de Martín Kohan, cuyo tenue vínculo con la realidad se construye mediante guiños: nombrando escritores o haciéndolos aparecer en escena. 

La película que más me dejó pensando fue Qué será del verano, de Ignacio Ceroi, basada en un material supuestamente encontrado por el cineasta en una cámara que compró usada, filmado por un francés de Montpellier llamado Charles Louvet. Louvet aparece rodeado por su familia y sus perros y luego explica epistolarmente el sentido de una serie de videos rodados en Camerún, cuando trabajó como chofer de un amigo diplomático. No creo que el personaje identificado como Louvet haya filmado esa estadía en África, que incluye escenas de guerra y hasta una incursión en la selva donde la cámara registra el encuentro con una familia de gorilas. Ceroi dice que no importa demasiado qué parte de la historia es verdadera. Sin embargo, en la presentación grabada de la película se aferró a la versión que da en el film. Pero no le creo y pienso que el artificio que encontró para unir el material lo convierte más en un manipulador que en un artista. Si bien el cine soporta bien la mentira, se resiente con el engaño. 

Sin embargo, hay por momentos en Qué será del verano una corriente  emotiva y plástica entre los humanos y los animales, entre Buenos Aires, Toulouse, Lisboa, Montpellier y Yaoundé. Tuve la impresión de que la película escondida no estaba en la cámara comprada sino en el propio trabajo de Ceroi.