Entre las películas del Bafici que hoy termina hay dos que se ocupan de las guerras civiles en sus respectivos países de origen. Una es The Annotated Field Guide of Ulysses Grant del estadounidense Jim Finn, autor de Encuentros con tu niño Trotsky interior. Finn sigue al general Grant a lo largo de las batallas en la Guerra de Secesión hasta su victoria final como comandante en jefe del Ejército del Norte. Finn describe la campaña como una lucha contra la horda de supremacistas blancos que gobernaban el Sur del territorio americano. Asimila a la Confederación con la derecha radicalizada de hoy, encuentra que se rigen por la misma ideología derrotada en 1864 de la que todavía persisten símbolos que deben ser erradicados. Finn no le reconoce al enemigo otros motivos que el odio racial, no acepta que tuvieran individualmente mérito alguno y repudia la nostalgia por la “causa perdida” que reivindica mitos como el de la caballerosidad sureña. Las únicas atrocidades que menciona son las de los confederados, mientras que hasta la figura del general Sherman, famoso por haber quemado todo lo que encontraba a su paso, sale indemne de su escrutinio histórico. Finn parte de la idea de que todo estuvo bien hecho y que hay que hacerlo de nuevo. Lo interesante es que este maniqueísmo extremo es el sustrato de un film muy bello. Filmado en sublimes 16 milímetros, recorre los lugares de los combates y los recrea aludiendo a los juegos de tablero que los reconstruyen. Finn trabaja con imágenes nítidas, tan simples como sus argumentos y tan elegantes como esos juegos.
El Concierto para la batalla de El Tala es la primera parte de la Saga de los mártires unitarios de Mariano Llinás, un proyecto que incluye al menos otras seis. Llinás tiene menos recursos económicos que Finn: la película está filmada en interiores y las imágenes son de escenas domésticas, de la interpretación de la notable pieza musical de Gabriel Chwojnik (con algunas coplas agregadas) y de los textos que Llinás lee o inscribe en la pantalla. La película habla del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, un militar temerario hasta la locura, y de la más novelesca de sus derrotas frente a Facundo Quiroga. Si Finn refleja las opiniones de una parte de la sociedad americana, la invocación que hace Llinás del ideal unitario como el único camino para redimir a la Argentina y apartarla de su marasmo infantil y bárbaro lo convierte en un trovador solitario. La película reclama el derecho de cantar la guerra, de “pensar en las batallas como quien piensa en las flores”, y compara las disparatada arremetidas de Lamadrid sable en mano con una mujer de piernas abiertas en el momento previo al placer sexual, acaso para acabar con el cliché de que el sable es un símbolo fálico. Su tema, por otro lado, es más inabordable que el de Finn. Mientras que la Guerra de Secesión duró cuatro años, la compleja y olvidada sucesión de enfrentamientos armados en las Provincias Unidas del Sud se extendió a lo largo de siete décadas, de las que los ciudadanos argentinos ignoran casi todo, incluyendo la geografía de las batallas. Pero ambas películas son muy disfrutables y dejan la sensación de que el cine es más interesante que la Historia o, dicho de otra manera, que es el arte lo que la convierte en un asunto humano.