Con paciencia y con saliva, Cristina destruyó sistemáticamente los pilares virtuosos del modelo. Pero mantiene con firmeza las columnas viciosas de su proyecto político. Ya no existen los superávits gemelos, ni el ahorro en pesos, ni las tasas chinas de crecimiento, ni las vigorosas reservas del Banco Central, ni la creación de fuentes de trabajo. Pero resisten contra viento y marea las mentiras que se transforman en gigantescas bolas de nieve, como la estafa del Indec, el sectarismo como enfermedad y la mirada conspirativa como emblema.
Igual que las personas, al envejecer el modelo fue potenciando sus defectos y relativizando su eficacia. Varios líderes opositores bautizaron como “mala praxis” a ese cruce de realidades antagónicas. Lo bueno va decreciendo y lo malo va creciendo. Las urnas de agosto reflejaron eso y las de octubre lo van a confirmar.
La gran pregunta es hasta qué punto llegará esa degradación. ¿Cuál será el piso de sus propias torpezas? Muchos anuncios positivos (Ganancias, monotributo, créditos hipotecarios) caen en saco roto porque se quebró el contrato de credibilidad entre gran parte de la población y Cristina. Varias de las decisiones o posturas atolondradas caen en el ridículo, lugar desde donde nunca se vuelve.
En la ONU, fue patética la “factura” acerca de Hiroshima que pasó Cristina para intentar erosionar la autoestima de Barack Obama. Japón hoy es uno de los principales socios de los norteamericanos e imitadores del modelo occidental y ya sepultó su resentimiento. Pero Cristina cree que está vigente en algún lado y se coloca como abogada no tan exitosa de una causa a la que nadie la convocó. El relato, cuando compite en las grandes ligas internacionales, hace papelones de padre y señor nuestro. Y cuando la Presidenta, en plena cuesta abajo, siga levantando el dedito para dictar cátedra o dar consejos, es preocupante: habla de su poco registro de la realidad. Retó a los partidos políticos opositores porque se dejan conducir por Magnetto a pocos días de haber perdido 6 millones de votos y sin poder explicarse, todavía, qué pasó.
Que Juan Cabandié diga (y esté convencido) que “Sergio Massa sin el apoyo de Clarín no llegaría al 15%” es de una ignorancia extrema acerca de cómo funciona la relación de las multitudes y sus representantes. No contento con eso, agregó: “Le hacen creer a la gente que es Mickey y que Tigre es Disneylandia”. ¿Son muy inteligentes los medios o muy tontos los argentinos?
Cuesta entender tanta subestimación hacia un pueblo que hace sólo dos años puso 12 millones de boletas de Cristina. ¿Qué le pasó a Clarín en esas elecciones? ¿No supo cómo frenar a Cristina y ahora aprendió? Si Massa es un derechista delegado de las corporaciones, ¿cómo fue que Néstor lo tuvo en la Anses (nada menos) y lo llevó a jugar al fútbol a Olivos, y Cristina lo designó jefe de Gabinete? ¿En ese momento Massa era representante del pueblo y después se pasó al campo del enemigo? ¿O Cristina se equivocó? ¿Cuándo? ¿Antes cuando lo nombró o ahora que lo perdió?
Si creen que la gente es tan manipulable, lo es siempre. Cuando Cristina gana y cuando pierde. Es una mirada insostenible. Es tan gorila como decir que todos los que votan al oficialismo son los que reciben planes sociales. La vida y la política, por suerte, son más complejas.
Cristina repite la cantinela todos los días. Sataniza a los medios y, simultáneamente, les concede un poder que no tienen. Fue tragicómica su queja de que los noticieros argentinos no tienen una sección “internacional” para no mostrarles a los ciudadanos lo mal que están los demás y lo bien que estamos nosotros. La gente no tiene con quién comparar. Como si hubiera un muro de Berlín que no les permitiera ver lo mal que anda el mundo.
Pero lo más humillante para la inteligencia de los ciudadanos es sostener que hay una conspiración internacional contra Cristina y que existe un enemigo monstruoso externo que quiere hacer “escarmentar” a la Argentina para que nadie se atreva a imitar el camino luminoso emprendido por Ella. Parece un chiste, pero es triste. Países exitosos y envidiosos que no duermen por las noches pensando cómo pueden perjudicar a la Argentina.
La realidad es que la Argentina se perjudica sola. Que hay un símbolo que no deja macana por hacer que se llama Guillermo Moreno. Algunos rumores dicen que le queda poco tiempo en el Gobierno. Veremos. Tiene la pólvora mojada. Quedó reducido a un fantasma que ya no asusta. Provoca risa. El “pongui pongui”, la extorsión y amenaza de mandar la AFIP o que les va a sacar las llaves de las empresas si no traen la plata de afuera y la blanquean, y el susto que quiere generar con la advertencia de resucitar la Junta Nacional de Granos son manotazos de ahogado de alguien que ya se ahogó en un mar de Cedin que nadie quiso.
No es por culpa de los medios que el podio de la imagen negativa esté ocupado por Moreno, Luis D’Elía y La Cámpora. Algo hicieron para merecer eso. Así como cuesta mucho tiempo construir una imagen positiva, también hay que hacer muy mal las cosas y durante un tiempo prolongado para lograr tanto desprestigio. Massa, astuto, pega en donde más duele y dice que se fue del Frente para la Victoria por esos tres nombres que a esta altura son sus mejores jefes de campaña. Moreno, porque huye hacia delante con medidas extremas y bizarras que ya no producen efecto alguno. D’Elía impulsó a los hermanos Carrizo para que ataquen con hondas y nunchakus a Massa y su caravana. Y el aislamiento de la agrupación fundada por Máximo ayuda electoralmente a todo lo que no huela a cristinismo explícito.
La convocatoria al consejo nacional del PJ para el lunes –a pesar de Cristina– y el perfil difuso que han adoptado Daniel Scioli y Martín Insaurralde hablan de dirigentes que no comen vidrio, que van a seguir poniendo la otra mejilla hasta el final pero que ya empezaron a hacer las valijas. Cada día hay más círculos viciosos y menos virtuosos.
Hace rato que el cristinismo dejó de ser un buen puerto.