En su célebre Abecedario, Gilles Deleuze dice que una “clase es una especie de materia en movimiento musical , donde cada grupo toma lo que le conviene. Todo no conviene a cualquiera. Un curso es emoción. Si no hay emoción, no hay inteligencia, ningún interés, no hay nada”.
Deleuze daba clases los martes en la Universidad de Vincennes. Para prepararlas dedicaba casi toda la semana. Hay que tener en cuenta que el filósofo rizomático, el hombre que había pugnado –siguiendo a Artaud– por un cuerpo sin órganos, tenía un pulmón menos que le habían extraído por una tuberculosis compleja. La vida tiene un humor raro: el hombre que enseñaba a respirar en sus clases a miles de personas y de todo tipo de oficios, apenas podía hacerlo. Por eso leía a Spinoza, el único filosofo que puede derrotar a la tristeza.
Deleuze llegaba a sus clases y lo esperaba un auditorio colmado. La filosofía de Deleuze muestra la evidente existencia del alma. Como a veces llevaba tantos libros, no dudaba en arrancar las páginas que necesitaba para sus clases y asi no cargar a todos. A sus cursos asisten no solo estudiantes de la materia. Como por ejemplo Pierre Blanchard, quien es entusiasmado por su padre , un autodidacta fascinado con el libro de Nietzche y la filosofía. Padre e hijo van los martes a las clases: “No entendía casi nada, pero me sentía bien. Era una fiesta. ¡Tenía una manera tan agradable de hablar!”
En el último año lectivo de Deleuze, el filósofo prepara un curso sobre Leibniz. A este curso asiste un empleado que trabaja en un centro de reinserción: “No sabía muy bien de qué se trataba, pero me gustaba mucho”, recuerda. También iba una señora mayor que no faltaba nunca. Un filosofo amigo de Deleuze, Elías Sambar, la observaba clase a clase. Una noche, Elías se acerca a la mujer y le pregunta si está preparando algo sobre Deleuze, ella le dice: “Señor, sabe usted, estas clases me ayudan a vivir”. En efecto, rememora Elías: “algo había en ese pensamiento que ayuda a vivir a la gente”.
Pensaba en todas estas cosas mientras veía a mis hijos tomando clases por zoom. Mas allá de la grandeza de los maestros que se esfuerzan por darlas, no puedo dejar de pensar en esa frase de Godard que hasta hace poco me gustaba pero que no se había encarnado en mi vida: “Los niños son presos políticos”.