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Clima de final

Boudou, Carta Abierta y candidaturas: claras marcas de un aroma a fin de ciclo.

Coordinador estrategico ontológico-neuronal del pensamiento nacional Ricardo Forster.
| Dibujo: Diego Temes

Se palpa día a día un clima de fin de ciclo. Algunas de las cosas que suceden las produce el Gobierno, otras le suceden a él. La consolidación de una línea moderada en el Ejecutivo –Jefatura de Gabinete, Interior, Economía, Banco Central, YPF, entre otras áreas–, acompañada de diversas señales de giro hacia la moderación por parte de la Presidenta, fueron decisiones voluntarias, interpretadas por muchos observadores como una estrategia de salida constructiva. También es una decisión voluntaria la asombrosa creación de una secretaría de Estado de pensamiento nacional, que arranca con signo opuesto a los anteriores. El papa Francisco le sucedió al Gobierno, para bien. El caso Boudou también, para mal, y suma a la cuenta de los pasivos, ya engrosada con las consecuencias de desaciertos anteriores en la política económica. En medio de todo eso, la candidatura de Daniel Scioli, de la cual se habla mucho pero sigue viento en popa (“ladran, Sancho…”).

El Gobierno parece jugar sus cartas con dos enfoques: en uno, acepta las expectativas y las pautas del “país  normal” –previsible, respetuoso de las reglas, tratando de  integrarse al mundo–; en el otro enfoque, cultiva los principios de “la otra visión” –nacionalista, populista, sustancialmente anticapitalista–. Está claro, y es esperable, que quienes se sienten actores del “país normal” tratan de negarle al Gobierno la visa necesaria para entrar a ese territorio; también está claro que muchísimos votantes se sienten más cómodos si el Gobierno es parte de ese país que si no lo es, y que ese “otro país” del relato y de tantos gestos del Gobierno no los deja tranquilos.

Como los votos que desde 2003 hasta ahora respaldaron a los gobiernos de Néstor y Cristina no fluyeron siguiendo ningún “relato” sino avalando resultados concretos, no debería sorprender que en 2015 sigan el mismo camino. Los dueños del “relato” no son los depositarios de los votos; se entiende que a Carta Abierta no le guste la candidatura de Scioli –y posiblemente ninguna de las otras que podrían competir con él–, pero los votantes por ahora la van convalidando. Y cuanto más el kirchnerismo duro le pega al gobernador, tanto más éste parece fortalecerse en la carrera a la elección presidencial.

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Carta Abierta inventa una transformación revolucionaria kirchnerista donde la sociedad registra una serie de logros que valen en la medida en que se mantienen y dejan de valer si se los ve diluirse, lo cual está pasando ahora. El problema del oficialismo no es Scioli o no Scioli (si va primero es porque los votantes lo prefieren); el problema es que ningún representante de Carta Abierta, o de La Cámpora, o del kirchnerismo duro, consigue suficientes votos. Ni siquiera los tuvieron cuando el kirchnerismo pasaba por sus mejores momentos.

Es posible concebir operaciones o estrategias ambiciosas para llegar al poder, usarlo y conservarlo, pero sin votos todo eso resulta endeble y fugaz; para obtener los votos se requiere comunicación efectiva, una fórmula a menudo potenciada con pedestres herramientas de marketing político, que muchos políticos –y no políticos– desprecian.

Ahora Ricardo Forster ha sido designado para encabezar la nueva Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. La idea de esa secretaría, y su mismo y desafortunado nombre, evocan instancias oscuras de la historia de la humanidad. El flamante secretario ha enunciado propósitos mucho más tranquilos. De qué se trata esto habrá de verse con el correr de los días. No está claro si la designación es un premio consuelo a Carta Abierta, que está en una situación incómoda después de tantos giros pragmáticos y moderados que viene produciendo el Gobierno; o si es un paso en una estrategia para proyectarse hacia después de 2015; o si no es nada relevante. Tal vez no tenga ninguna consecuencia, tal vez la tenga, pero si la tuviera sin duda no será electoral, porque sólo unos pocos de los veintitantos millones de votantes toman nota de todo esto.

El affaire Boudou, en cambio, es relevante. Basta repasar las situaciones de nuestra historia en las que los vicepresidentes acabaron mal o dejaron el cargo para llegar a una conclusión: los vicepresidentes también son inocuos. Si Boudou no se hubiera manejado con tan poca habilidad desde que el caso Ciccone se instaló en la escena pública, posiblemente esto ya sería una minúscula parte del pasado, y la corrupción sería un tema tan instalado en la agenda como lo está hoy, ni más ni menos. El Gobierno presumiblemente hubiera pagado un precio más bajo que el que deberá afrontar ahora, cualquiera sea el desenlace judicial y el desarrollo político del affaire.

La carrera electoral todavía espera definiciones. El Frente para la Victoria y el espacio UNEN-Frente Amplio todavía deben transitar un trecho antes de llegar a las internas; el Frente Renovador, el PRO y el Partido Obrero –del cual se habla poco pero se mantiene firme en su ya no tan modesto caudal– se mueven con candidatos que no tienen rivales internos.

En el oficialismo la candidatura de Scioli no encuentra challengers fuertes. En parte porque dispone de un capital de votos del que los otros posibles candidatos carecen, en parte porque por ahora es el único con posibilidades ganadoras en la contienda final; el hecho es que el kirchnerismo parece encaminado a aceptar a Scioli como su candidato, guste o no guste. La situación en UNEN es distinta; allí hay dos candidatos ya definidos, Binner y Cobos, y otros queriendo entrar en la pista, como Sanz y Carrió; y cuesta llegar a un consenso sobre los límites de esa alianza.  

De todas maneras, como sucede casi siempre en casi todas partes, la economía será decisiva para el cariz que vayan tomando el clima social y el proceso electoral en el próximo año y medio.

La opinión pública se mantiene expectante: está pesimista pero no dramatiza; juzga mal el presente pero espera con paciencia que concluya este ciclo. Por eso, quienes llegan mejor a los votantes que no son ni oficialistas ni opositores –Scioli, Massa, Macri– tienden a consolidarse. El electorado por ahora no premia el ultraoposicionismo, que prefigura tiempos de convulsiones, y tampoco premia el ultraoficialismo, que habla de realidades imaginarias y no de los problemas de la gente.