Por más que uno se disfrace de oráculo, cuesta vaticinar una reforma política cierta o un acuerdo sobre precios y salarios como final del doble o múltiple diálogo que montó el Gobierno para escaparse del último infortunio electoral. Aún así, con la perspectiva más escéptica, el desfile de luminarias partidarias, legislativas, sindicales o empresarias ha promovido novedades en tiempo récord, al menos si uno confronta los últimos siete días con el último lustro.
Por ejemplo, en un juego imaginario de la oca, ella se movió con presunta autonomía en el tablero: algún empresario que la entrevistó a solas reconoce que, en privado, Cristina Fernández de Kirchner no repite ni agobia con la cantinela publicitaria que ofrece en público sobre el modelo perfecto que protagoniza. Escucha, atiende, admite debilidades –no puede entender por qué la población no le cree– y ni siquiera hace la señal de la cruz frente al diablo cuando le hablan de sinceramiento estadístico, mutilación de subsidios o de acudir a posibles auxilios de créditos internacionales (léase FMI).Ha comenzado a entender, se supone, que el rigor de los números asedia a su Gobierno y que una buena cosecha, el año próximo, no alcanzaría para salir de la crisis. Demasiada espera y demasiada fe en el Dios argentino.
No ignoran esos optimistas del empresariado, claro, que en Olivos hay otro personaje decisivo, irritado y desafiante, quien parece ajeno a estas conversaciones. Más bien, advierten, él –a quien le atribuyen malestares, rabietas y hasta excesos no acostumbrados– se enreda en batallas menores y personales (desde invadir otra vez Chubut contra Mario Das Neves a fulminar con agravios a algún jefe comunal bonaerense), permanece en sospechoso silencio y preparando, metafóricamente, el asalto al Cuartel de Moncada (siempre son capciosas las citas a la revolución de Fidel Castro) quizá este mismo fin de semana, en el aniversario de Evita, y con la módica compañía de las organizaciones sociales, esos núcleos que se imaginan sin subsistencia en el caso de que el kirchnerismo pierda el poder (al revés, claro, de lo que piensa el peronismo en general).
Otra forma de ver la vida en su caso, tal vez, de la que algunos quieren creer que ahora empieza a verla su esposa. Ella, en apariencia, dispuesta a frenar, doblar eventualmente; él, por el contrario, entusiasmado con la aceleración, el volante inamovible, sin pensar siquiera en el raspón en la curva. O algo más.
Frente a ese alimento contradictorio entre marido y mujer, en ciertos círculos de la calle prospera una mezcla de deseos ocultos y de prevenciones obvias. No en vano, hace 72 horas, en una reunión de empresarios ávidos por noticias, el vicepresidente Julio César Cleto Cobos –ante la insinuación de que él podría, frente a un desenlace institucional, no suceder a Cristina de Kirchner– sostuvo: “Yo asumo”. Le agregó, claro, la responsabilidad que le otorga la Constitución en ese sentido, a la cual juró respetar.
Sorprende que un pronunciamiento de este tipo, en la Argentina, hoy provoque tanto revuelo. Desmentía Cobos en ese breve encuentro la especie atribuida a todo el radicalismo: al vicepresidente no le conviene asumir en lugar de Cristina, la UCR está harta de resolver los problemas del peronismo, de suministrar el mal gusto del remedio para curar a la sociedad y que ésta, casquivana, luego no le pague al médico. Es mejor, proclaman, que se desfonde el saco, se limpie y, luego, en elecciones, Cobos llegue al poder. No cuentan esos correligionarios con su pensamiento, el que expresó en la reunión privilegiada con ejecutivos: él entiende que la emergencia argentina no es tan grave y sólo se espiraliza por la persistencia de la errada y terca política de los Kirchner.
De cualquier modo, como deber periodístico, a los empresarios que lo bombardearon a preguntas con sus propias urgencias temporales les señaló: “Hay que esperar la evolución de los acontecimientos”. Jamás a un radical alguien habrá de asustarlo con exigencias de rapidez, incluso tampoco le imputarán el llamado a un clima destituyente. Al menos, reiteran ese mensaje hartamente discutible con la historia.
Duhalde recargado
Ocurren estos hechos mientras en otros mentideros abundan detalles imaginarios (en sus términos, naturalmente) de la entrevista que mantuvo el ultrakirchnerista José Pampuro –segundo en la sucesión presidencial, luego de Cobos– con Eduardo Duhalde, quien sin haber ganado ninguna elección y ni siquiera haber votado, ahora parece dominar la política argentina.
Ficción o no, se aburre de recibir gente, encarga trabajos, habla por mensajería como si fuera Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro y hasta le ordena a Osvaldo Mércuri –se criaron en el mismo barrio, nunca se amaron demasiado– que puntee congresales del Partido Justicialista, al cual desea capitanear otra vez (ya lograron garantizarse un presupuesto extraordinario para la Cámara baja provincial, de la cual Mércuri es experto). Si hasta el propio Mércuri se recuperó: no pudo ir él de candidato por problemas de apellido en la última elección, y debió enviar a su mujer en la lista de Francisco de Narváez.
Hablando de esposas, se supone que en la cumbre Pampuro-Duhalde no participó la señora Chiche, quien guarda memoria obsesiva sobre su ex amigo de Banfield, al que acusa de tránsfuga irredimible.
Más de Duhalde: se jura por la existencia de una o más reuniones con Daniel Scioli, un posible elector a la Presidencia en el caso de que la crisis derive en Asamblea Legislativa, como lo fue él mismo en la crisis de 200l. Viajó solitario el gobernador a Italia, sufriendo la derrota, y desde allí forjó alianzas (entregó secretarías y cargos) con intendentes bonaerenses que Néstor había empezado a odiar luego de conocidos los resultados.
No fue lo único en su desprendimiento: hasta convocó al agro, que ahora lo considera uno de los suyos. Mandoble al maltrecho de Olivos: su presunto delfín negocia y se asocia con la oligarquía terrateniente y, además, se envuelve con los exponentes de la “vieja política” a la cual el santacruceño le endosó la culpa por haber perdido en la Provincia, luego de haber contribuido generosamente –con el dinero del Estado, claro– a su continuidad.
Una reflexión tardía, lamento de esos giles de lechería –dirían en la esquina– que pagaron una cuota a cuenta de un bien que jamás podría venderse, como el Obelisco.
Estos tres capítulos (rentrée dudosa de Cristina, ostracismo de Néstor, expectativas de Cobos y otros aspirantes) parecen el núcleo vital de la cáscara del diálogo que obnubila por el aluvional despliegue fotográfico y televisivo al que se prodigan los políticos involucrados. Con infinidad de adicionales, por supuesto, algunos provocativos.
Disparates
De la simpática entrevista Macri-Cristina, con obsequios incluidos, dos jefes de Estado que se permiten presumir de dos policías para un mismo distrito. Falta que en Flores, Floresta, La Boca, Montserrat y otros barrios se arroguen autoridad para instalar uniformados propios en sus fronteras. Un disparate a solventar por los ciudadanos comunes, como el pago mensual de salud: a la Nación, al gremio, a la empresa, a la privada.
Claro, el dinero no es de ellos (jamás ocurriría esta situación en un país serio y rico); y, si discrepan en la responsabilidad policial, a la hora de invertir en el negocio de las camaritas vigilantes, todos coinciden, oficialismo y oposición (tambien parte de la prensa). Claro, el país tiene como prioridad la seguridad (de los proveedores).
De ese diálogo entre el ingeniero y la dama, a la conclusión empresaria de su charla-almuerzo con Amado Boudou: es sensato. Como si no lo hubieran sido, en su momento, Martín Lousteau o Sergio Massa, con ideas semejantes y mejor expresadas. Como si a éstos no los hubiesen doblegado, en el inicio, al igual que ahora a Boudou, quien asimiló un secretario no deseado (Felletti), tuvo que hundir a uno suyo (Guiñazú) y quizá integre a otro del Grupo Fénix con el que jamás ni pensó en ir al cine (Morán); hasta aceptó funcionarios de otros en el INDEC y, lo que es peor, su revolución en el organismo es la revisión del índice CER con diez años de retroactividad.
Con lo cual, es de imaginar, se anticipa un desbarajuste contable excepcional: a los que querían discutir los fraudes de Guillermo Moreno les impondrán el debate sobre lo que se aplicó luego de la crisis de 200l. Ni a Néstor Kirchner en su gobierno se le había ocurrido tamaña confusión.
Boudou, quien llama “tío” a De Mendiguren (parece que ennovió con una de sus sobrinas), igual está feliz: piensa quedarse mucho tiempo sirviendo en el Ministerio, instaló gimnasio y, se supone, le protegen sus ya vencidas espaldas los hijos noctámbulos de otro colega ministerial inamovible.
Además, en la óptica del poder, no lo atemoriza la sombra de Martín Redrado –con quien de imberbe pasó varios largos veraneos en Mar del Plata, en familia, cuando sus padres eran vecinos y jugaban al golf juntos–, de confianza relativa para Néstor, quien siempre vio las reservas del Banco Central de la República Argentina (o los depósitos en dólares) como una posible tabla de salvación ante las dificultades del Gobierno.
Hasta ahora, ambos se impusieron límites, pero los tiempos y los vencimientos fiscales apremian. Para Boudou, en este ejercicio, tambien quedó postergado otro competidor eterno y en ciernes a la cartera: Mario Blejer. Por demasiado caro a los intereses empresarios, lo redujeron al rol de asesor ocasional ad honorem, aunque nadie advirtió que no podría ejercer otra función: es vicepresidente del Banco Hipotecario e integra el directorio de YPF-Repsol.
Fondos e inversiones
Pero la ética no parece figurar en un país donde se difunde una declaración jurada del matrimonio presidencial que, al margen de las sólidas críticas a sus rendimientos fenomenales, ofrece un costado egoísta inexplicable: ¿por qué ellos, señores de Santa Cruz, no le aconsejaron a la provincia en la que impusieron señorío los mismos trámites de inversión que se aplicaron a sí mismos?
Si así hubiera sido, ese punto lejano del sur y sus habitantes nadarían en millones, como ahora lo hace el matrimonio Kirchner. Al revés de ellos, que multiplicaron su fortuna en los últimos años, Santa Cruz diluyó sus ahorros –esos fondos nunca precisados–, vive en controversia social y requiere de un empréstito para pagar los sueldos.
Ese dato de puño y letra ante la AFIP, una confesión, le ha producido a la pareja más daño que el último resultado electoral. Con sus más queridos aliados, inclusive (las organizaciones de derechos humanos). Habrá que tenerlo en cuenta junto a la explosión de la CGT, el tropiezo de Hugo Moyano con sus colegas –todo se resolvió con amor, ¿no es cierto?– y, especialmente, las sugerencias que algunos gobernadores le comienzan a susurrar a la señora Presidenta.
Piensan (no en el caso de Jorge Capitanich, quien defraudó a más de uno en su primera y felpudista entrevista con Cristina) con la misma sintonía de los empresarios que reclaman normalidad económica para que ésta devengue en normalidad institucional. Se diría que es un apoyo en principio, aunque en Olivos el consorte dirá que es un recorte de atribuciones.
No vaya a ser que, por ayudarla, promueva un movimiento de tierras que luego no pueda ser corregido. Diría, claro, Julio Cobos.