Kirchner, El Furioso, es ejemplar para construir poder, pero también para dilapidarlo. Gestor de una parábola concretamente virtual. La epopeya atraviesa el período literario de la transversalidad, iniciada en 2003. A través del cuento transversal, Kirchner construye suficiente poder personal. Como para atreverse a desalojar, en 2005, al equivocado que lo unge. Duhalde. Le alcanzó para imponerse al mitológico “aparato” peronista de la provincia de Buenos Aires. A los efectos suicidarios de adoptar, en adelante, el realismo político. Cambia entonces la literatura de la transversalidad por la matemática del aparato relativamente justicialista. Para cometer el error de ocupar el lugar del impasible Duhalde. Y autonominarse como el jefe del mismo “aparato”. Contra el cual, precisamente, construyó. Hasta vencerlo. Para construir, de inmediato, la dilapidación de la propia credibilidad. Con los transversales dados vuelta. El resto es anecdótico. Hasta la desacertada designación de La Elegida. La sucesora imposibilitada –por culpa de El Elegidor– de gobernar.
Kirchner depende, en la turbulencia del final, de las riendas del “aparato” que busca, por otra parte, lazos para adherir a otras epopeyas. Sin embargo, El Furioso no se quedó solo. Lo acompañan algunas carísimas organizaciones sociales, antagónicas, en definitiva, del aparato. Igual que el caudaloso sistema humanitario, que complementa la petulancia progresista.
El modelo kirchnerista se reduce a la disparatada conjunción de minigobernadores como Ishi o Curto, de “militantes sociales” de la magnitud de Pérsico o De Petris, y con el agregado sustancial de los adheridos elementos humanitaroides. Como el otro Duhalde, o la señora De Bonafini. A quienes se suman los devaluados intelectuales contradictorios de Carta Abierta, junto a los ingredientes residuales del Frente Grande. Sello en extinción. Como el Partido de la Victoria. De todos modos, en la plenitud de su decadencia, le alcanza a Kirchner para atreverse al combate en el único territorio que aún puede conservar. La provincia de Buenos Aires.
A pesar, incluso, de sus desatinados esfuerzos por evitarlo. Con los desatinos ideales para impulsar el “clima autodestituyente”.
Francisco De Narváez es, por la sociedad, El Elegido como confrontador. Con los “deseos imaginarios” de prodigarle, a Kirchner, la fantástica derrota. Acaso De Narváez aspire a repetir el ciclo de los cuatro años, para iniciar la parábola de su propia epopeya. Para transformarse, desde 2009, con todo su derecho, en el aspirante a jefe del mismo aparato que aún le pertenece a Kirchner. Y hasta 2005 le pertenecía a Duhalde. Si De Narváez quiere de verdad ser el gobernador en 2011, el aparato tiene que pertenecerle, lo más pronto posible, a El. O intentar la utopía desaconsejable de destruirlo. Sin embargo, aún no alcanzan los errores de Kirchner para destruir la eficacia del invento “testimonial”. Calificado, aquí, como una “ingeniosidad táctica y una sepultura estratégica”.
Resulta significativamente positiva la táctica de haber enredado, en la trampera, a los 45 minigobernadores del Conurbano que deben salir a jugarse. A los efectos de ratificar la influencia territorial. En los minigobernadores, exclusivamente, reside hoy la suerte electoral de Kirchner. El grado de acotación que le aguarda a la civilización política del kirchnerismo, que debe abandonar forzosamente la hegemonía, después del 28, en el cesto de los recuerdos.
A partir del 29 de junio, al kirchnerismo le queda la alternativa de conceder. No debería resultarle culturalmente imposible. Conste que Kirchner siempre fue “un duro en el difícil arte de arrugar”. Por lo tanto, El Furioso va a saber arrugar. Achicarse, a los efectos de ganarse, meritoriamente, el derecho a la tranquilidad futura. A la libertad, sin ir más lejos. En El Calafate, El Asilo.
*Periodista y escritor. Extraído de www.jorgeasisdigital.com