Mientras el operativo clamor sigue su curso a la manera de una puesta en escena cuidadosamente planeada, la Dra. Cristina Fernández de Kirchner, quien como se ha dicho aquí hace varias semanas ya tomó la decisión de ir por la reelección, habrá de tomarse todo el tiempo que otorga la ley antes de anunciar oficialmente su candidatura. Sólo un imponderable, de los que nunca faltan ni en la vida ni en la política, podría llevarla a cambiar su determinación.
Su discurso, en tanto, tiene la orientación de la campaña. La apelación a la juventud se dirige a hacer pie en una franja etaria de la población que hoy representa un factor de gran peso en lo próximos comicios, ya que más de la mitad del padrón está integrado por personas de menos de 35 años. En este aspecto, la construcción del mito de Néstor Kirchner corre casi en paralelo con toda esta estrategia.
Esta especie de competencia por designar calles, torneos deportivos, más calles, edificios, más calles aún y otras obras públicas con el nombre del ex presidente constituye un fenómeno de culto a la persona, que no se veía en la Argentina desde la época de Perón y Evita. Ello representa, a la vez, una reedición de un pasado que a los argentinos los divide.
Es paradójica esta forma de querer inculcar en la gente joven que se inicia en la militancia un concepto diferente de cómo hacer política, cuando lo que se emplean son los vicios de siempre. Una de las cosas que se ve en algunas manifestaciones de La Cámpora –agrupación a la que muchos de los que la recelan dentro del peronismo llaman “agencia de colocaciones”, por el creciente número de nombramientos que vienen recayendo sobre sus integrantes– exhibe un grado de sectarismo que no puede augurar otra cosa que fracasos. Cuando una sociedad se divide, sufre y retrocede. Es lo que muestra la historia de la Argentina desde siempre y por lo que el liderazgo y el desarrollo esperado para nuestro país han quedado reducidos a promesas de un tiempo ido.
Se vive en el núcleo duro del Gobierno un microclima de euforia a causa de que a la Presidenta la mayoría de las encuestas le sonríen. En todas ellas va adelante y beneficiada enormemente por una oposición que, para gran parte de la ciudadanía, está enfrascada en un tira y afloje que se entiende poco y nada.
Claro que ninguna de estas alternativas forma parte de la agenda de lo que comenta la calle. En ese universo plural los temas son otros. Allí la inflación estruja los bolsillos y la inseguridad nuestra de cada día no es un número sino una vivencia.
El problema es que para el Gobierno la inflación no es más que la manifestación de una conspiración. No importa que el conjunto de índices de precios al consumidor relevados tanto por los institutos de estadística provinciales como por consultoras privadas sean sensiblemente diferentes y superiores al del Indek. El núcleo duro que rodea a la Dra. Fernández de Kirchner piensa que todo eso es producto de un accionar perverso y orquestado.
El ministro de Economía, Amado Boudou, quien hoy tiene un ascendiente privilegiado sobre la Presidenta que genera celos dentro del mismo Gobierno, lejos de alertarla sobre esta situación no hace más que avalar esa distorsionada visión de la realidad. Una inflación del 30% anual con un dólar fijo constituye una combinación que en el pasado ha resultado explosiva para la economía del país. Lo curioso es que la administración toma medidas que, en el fondo, no hacen más que reconocer esta circunstancia.
El haber recurrido al freno a las importaciones de unos doscientos productos muestra la necesidad de recomponer una balanza comercial que no arroja los niveles favorables de otros momentos del gobierno kirchnerista. Sin embargo, el remedio parece haber sido ya peor que la enfermedad, como lo denuncia el hecho de que, el mismo día en que se conoció la resolución 45 por la cual se reglamentaron esas restricciones, se tuviera que emitir otra normativa con el listado de las numerosas excepciones forzadas por la realidad. Seguramente habrá otras, a medida de que los padecimientos de la gente vayan haciéndose sentir.
Es verdad que la mayoría de los países defienden a sus industrias. El libre comercio como tal es más un concepto de libros de economía que de la vida real. Ahora, si quien tiene a su cargo la implementación de la estrategia para enfrentar esto es Guillermo Moreno, la causa está perdida.
Uno de los temas que volvió a la superficie en estos días es el de la crisis habitacional que se vive en todo el país y que tiene gran impacto en la zona metropolitana que conforman la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
El hecho ha sido, esta vez, la toma de viviendas destinadas a personas que vivían a la vera del Riachuelo. Esos departamentos fueron construidos por orden de la Suprema Corte. El juez Luis Armella, quien entiende en la causa, fue nombrado a modo de delegado del Alto Tribunal para abocarse al complejo asunto del saneamiento de ese curso de aguas putrefactas.
La actitud del Gobierno nacional de no hacer cumplir la orden del magistrado para proceder a desalojar a los intrusos representa un hecho de desobediencia a la Justicia absolutamente reprobable, peligroso e incompatible con los preceptos de República establecidos por la Constitución.
La conducta del Gobierno de la Ciudad también es motivo de reproche. A la luz de lo sucedido en diciembre último, ha sido de una manifiesta irresponsabilidad no proveer una adecuada vigilancia que obrara a manera de prevención a los intentos de intrusión, teniendo en cuenta que durante el fin de semana largo hubo indicios de lo que se vendría.
Lo que ahora los dos gobiernos hacen es echarse la culpa el uno al otro. Se equivocan si creen que así ganarán nuevos adeptos.
Hoy domingo el mundo de la política estará con la mirada puesta en Catamarca, más como símbolo y golpe de efecto que por su peso cuantitativo a nivel nacional. En los próximos días desde el GEN, liderado por Margarita Stolbizer, intentarán algún tipo de acuerdo con Pino Solanas, socialistas y radicales, tendiente a la formación de un frente progresista que le dispute esas arenas en la provincia de Buenos Aires a Martín Sabbatella.
A Francisco de Narváez y Mauricio Macri la necesidad los habrá de unir nuevamente. ¿Será una unión creíble?
La candidatura de Macri a la presidencia de la nación no tiene vuelta atrás. ¿Alguien le hizo creer que la foto en el corso de Gauleguaychú, llena de reminiscencias menemistas, lo ayuda? Para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires los números vienen inclinando la balanza por Gabriela Michetti.
A propósito de la elección en Catamarca: oficialistas y opositores han hecho campaña basados en la dádiva a partir de los fondos públicos. Cada uno dijo ser diferente del otro y, en realidad, lo que demostraron es que, al fin y al cabo, ambos son más de lo mismo.
Producción periodística: Guido Baistrocchi