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Cómo cortar cabezas

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El arte de gobernar se resuelve ejecutando un procedimiento maestro y supeditando el resto del accionar a ese procedimiento; cuando ese arte se ejerce con cierta maestría, ese procedimiento se invisibiliza bajo la figura del sentido común, o la “lógica de gobierno”. A la lógica de gobierno, cuando se vuelve estentórea y épica, se la llama “causa”. La causa es el relato que usa ese gobierno, o una suma de gobiernos, para explicar o justificar su accionar envolviendo el procedimiento maestro: invadir Irak o Libia por parte de las llamadas democracias occidentales en nombre del bien, la justicia y la libertad, no es sino apropiarse parcial o totalmente de un territorio y de sus bienes más rentables y sus medios de intercambio, para repartírselo entre las empresas más prósperas de los invasores, entre las que se encuentran de seguro aquellas que financiaron las campañas políticas de cada Estado. Consecuentemente, la democratización de esos países asolados previamente por tiranos tan pintorescos como sangrientos que antes de ser enemigos fueron aliados de esos Estados se resume en una serie de licitaciones públicas y una suma de operaciones secretas, entre ellas, la de apoderarse también de los fondos del país ocupado que los tiranos depuestos pusieron a nombre propio o de testaferros a investigar en sociedades ficticias situadas en islas o cajas de seguridad de la blonda Suiza, país donde, según se dice, hay grupos de veganos dispuestos a solicitar la expulsión de algunos habitantes de origen africano cuyo tono de piel perturba el siquismo de las vacas que no debemos ingerir para que sigan proveyéndonos de la leche empleada para el chocolate Milka.

Esos pequeños detalles los conocía bastante bien Chávez antes de convertirse en el pájaro espíritu santo que picotea la croqueta de, y su reflexión melancólica bien puede aplicarse al destino posible de Venezuela. Luego de la invasión a Libia, Chávez recordó un diálogo que mantuvo con Kadafi –vaya uno a saber en qué interlingua–, en el que el comandante bolivariano le preguntó: “Decime, che, ¿dónde tenés la guita del petróleo?”. Y Kadafi le contestó: “Repartida en la banca extranjera”. A lo que Chávez contestó: “Cagastes, macho, la tarasca guardala atroden de casa o te la afanan” (la traducción no es aproximada).

Desde luego, como imperio, el norteamericano es aún lo suficientemente sensato como para comprender que en el petróleo sigue siendo una fuente de energía importante, y decidió sentarse sobre las reservas esparcidas aquí y allá, luego de hundir el precio del barril para exclusivo perjuicio de Rusia y Venezuela, entre otros. El primer aviso fueron las declaraciones de Obama acerca de la improbable amenaza que resulta hoy Venezuela para la democracia líder de Occidente, fuente de toda razón y justicia, que, mal que le pese a China, sigue considerando muchas zonas del mundo como su territorio.

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