Una vez, el impresionista Degas le confió al simbolista Mallarmé: “Tengo la cabeza llena de ideas, yo también podría escribir poesía”. El poeta le contestó: “Pero mi querido amigo, si no se trata de ideas, se trata de palabras”. De ese diálogo se deriva una triple lección: la primera, que para un artista plástico siempre hay un momento en que la experiencia sensible, el atravesamiento de la materia por el espíritu, le resulta insuficiente; de allí se derivaría el arte conceptual. La segunda lección, desprendida de la respuesta del poeta, parece un elegante modo de remitir al insatisfecho a su práctica específica (“zapatero a tus zapatos”) y además ilustra acerca del modo en que hasta un arte del pensamiento, como la palabra ritmada y rimada, puede perder sus amarras y extraviarse en las lógicas sonoras y en las relaciones impremeditadas, porque, después de todo, el espíritu sopla donde quiere. La tercera lección, que es la que nos importa, implica al jefe del FBI y al rey del entretenimiento americano.
Según se dice, Edgar Hoover recibió a su debido tiempo alertas respecto de la posibilidad de un ataque japonés a Pearl Harbour y no les prestó atención porque venían de un espía ruso. Para superar el mal paso y reforzar su figura dentro de la administración americana, ya que entraban en guerra y la patria debía afrontar con ideas el creciente influjo nazi en su patio trasero, contrató a Walt Disney para que –una imagen vale por mil palabras– mostrara los encantos visibles de la cultura americana.
El pobre Walt yiró por estas tierras ignotas; se vistió de guajiro en Venezuela, de garimpeiro en Brasil. En su gira llevaba los típicos muñequitos de su factoría que intentaban ganar con diplomática simpatía a las masas carentes de televisión para la causa de la democracia capitalista norteamericana. El pato Donald hacía su cuacuá incomprensible, Daisy movía las cachas, etc. etc. Cuando llegó a la Argentina, después de una tournée de asados camperos donde tuvo que disfrazarse de gaucho, al dibujante lo llevaron a Casa de Gobierno y desde allí Evita lo condujo a La Plata, donde le mostró su mayor invención, La República de los Niños. Es fama que después Disney la replicó y amplió y ahora todos los argentinos pudientes viajan a Miami pero en el fondo sólo quieren visitar Disneylandia, porque el peronismo se ha vuelto un mito universal, sólo que encubierto.