Leo en algún diario que un grupo de perros callejeros fue al velorio de la mujer que los había atendido. No sé si será cierto, exagerado o no; y además en caso de que lo sea, ignoro cómo fue que los perros encontraron el lugar. Sea como fuere, es emocionante y una piensa en tanto perro que ha visto en la calle, algunos bien atendidos, como los que fueron al velorio de su benefactora. Otros no tanto y otros al borde de una muerte miserable. Pobres animales, caramba. Y los perros, justamente ellos, que hace tanto que son los compañeros de la especie humana. Treinta mil años, así dicen. Y una los imagina trotando al lado de los cazadores recolectores o echados junto al sueño de los que iniciaron la revolución agrícola. Buena gente, los perros. Los gatos también buena gente, pero en otro estilo. Y dicen que hace menos tiempo que nos acompañan. Nueve mil años parece, meses más, meses menos. Lo que es interesante de ver es la paulatina aceptación del gato como compañero. Hasta no hace mucho, los gatos no tenían buena prensa y mucha gente largaba eso de: ay, no, los gatos son traicioneros. Y una que ama los gatos, y hasta cree que los comprende, tenía que empezar a explicar: bueno, es que al gato no hay que tratarlo como a un perro; nunca los acaricies sin mostrarles primero la mano y dejarlos que la huelan; no los palmees; no los alces por sorpresa; invitalos a subir a tu falda pero no trates de obligarlos; no los silbes ni les castañetees los dedos como a un perro, y sabete desde ya que nunca te van a traer el diario ni las pantuflas: un gato, cualquier gato, desde el más fino hasta el de albañal, es un rey y, como con todo rey, hay que respetar el protocolo. Si lo lográs, te va a tratar como a un igual y vas a tener el más ágil, el más suave, el más silencioso, el más tibio de los compañeros. Y el más interesante. Un perro también lo es, claro, y también puede ser asombroso. Pero un gato conserva su misterio, el saldo de esos años en los que no nos pertenecía mientras el perro nos acompañaba. Porque un gato es, también él mismo, un misterio. Y no me lo diga, estimado señor, que yo ya lo sé: pocas cosas hay más atractivas que el misterio. Se dice, querida señora, que los gatos nos ven como a sombras matizadas de rojo. Y se dice, atiéndame bien que esto es maravilloso, se dice que ven lo que nosotros no podemos ver. Tal vez sea cierto, tal vez ven las cuerdas vibrantes que no vemos o las veinte dimensiones del espaciotiempo, vedadas a nuestros pobres ojos… por ahora.