El lanzamiento de la candidatura de Margarita Stolbizer probó la persistencia de un espacio político que siempre existió en Argentina, la izquierda moderada, que a veces se identifica como “progresismo”. Espacio que el kirchnerismo quiso absorber cooptando líderes del PS, la CC y la UCR, pero no lo logró del todo, siquiera en sus años de gloria. Y que hasta aquí tampoco la convergencia de fuerzas que empezó a girar en torno a Macri logró entusiasmar demasiado, pese a que incorporó al grueso de los radicales. Hay que decir que Macri no parece esmerarse mucho en seducir a este sector. Tal vez porque piense que es tarea de Sanz y Carrió. O porque sospeche que en última instancia el progresismo no va a tener otra que votarlo para evitar que vuelva a ganar un peronista. O, lo más probable, porque está más atento a competir por los votos peronistas con Scioli y Massa, creyendo que es ahí donde se dirimirá la elección.
Pero eso no quita que muchos en el PRO han batallado por disipar su adscripción original a la derecha y ser reconocidos como lo más progresista de la política argentina. En una versión extrema de esta actitud Jaime Duran Barba acaba de decir que ese partido es el único de izquierda en el país porque sólo él está interesado en innovar. Los demás, aun los trotskistas, serían pura tradición e incapaces de impulsar un cambio real hacia mejor.
Seguramente Sarlo, Abraham y Gargarella se habrán matado de risa. Cambiar se puede también cambiar para atrás, y eso es lo que deben pensar que quiere hacer el PRO. Ahora ayudado por aliados que o bien se enceguecen con la oposición entre república y populismo hasta el punto de volverse indiferentes a que la república que promueven se parezca más a la de 1880 que a una democrática e igualitaria del siglo XXI, o bien son puramente pragmáticos y van atrás de Macri porque su popularidad les promete cargos, e irían atrás de Massa o de cualquier otro (como de hecho algunos hacen) si las encuestas les sugirieran otros intercambios provechosos.
La oposición entre principismo y oportunismo, sea real o supuesta, no sirve para mucho. Una pregunta más pertinente sería qué tipo de cambio necesita el país en este fin de ciclo kirchnerista. O al menos cuál es el cambio más convincente. Para quienes rodean a Stolbizer se trataría de hacer bien lo que los K han hecho mal: distribuir en serio, sin patrimonialismo y sin corrupción. Para los macristas, de hacer lo que los K no han hecho o han dificultado: crear instituciones adecuadas para el desarrollo capitalista. Son, como se ve, dos ideas distintas. Aunque no incompatibles: ambos dicen que por la vía que ellos sugieren se logrará también lo que el otro propone.
Otra curiosidad de este debate es que contrapone ideas no del todo distintas a las del final del primer peronismo: también entonces los socialistas creían que si se preservaban los derechos sociales establecidos por los populistas las clases subalternas argentinas se olvidarían de Perón, igual que habían hecho sus congéneres alemanas e italianas con sus respectivos tiranos, y se lograría entonces una democracia pluralista y luego una economía pujante en el país; y los liberales pensaron que si se garantizaba la vigencia de la Constitución habría libertades y estabilidad, entonces inversiones y desarrollo, y un capitalismo pujante harían posible una democracia sana. Como se recordará, quien intentó combinar ambas tesituras, Arturo Frondizi, condujo el proceso de cambio. Aunque a la postre no conseguiría hacerlo madurar en ninguno de los dos terrenos en que jugaba su suerte.
¿Se puede repetir esta historia, son parecidos los desacuerdos y los problemas a resolver? Demasiadas cosas han cambiado en el país (salvo en la cabeza de los funcionarios salientes, que sueñan con ser echados del Gobierno de mala manera para poder resistir a un sucesor a la vez débil e ilegítimo) como para que eso pase. Aunque es posible una reedición de antiguos recelos entre familias más o menos cercanas: los progresistas a secas, para su propia comodidad llamémoslos desarrollistas, temen que, como le pasó a Frondizi frente a la izquierda universitaria o a Alfonsín frente a Alende, las críticas desde ese flanco legitimen los ataques de la restauración populista; y los progres de izquierda sospechan que Macri igual que Frondizi preferirá para gobernar acordar con los peronistas antes que con ellos.
Por de pronto, quienes llevan las de perder son éstos. Las encuestas indican que de los apoyos que tenían Binner y Cobos una parte menor tiene ya decidido seguir a Stolbizer. Aunque el grueso por ahora ha engrosado la tropa de indecisos y Macri no creció todo lo que se esperaba luego de que la UCR decidiera ir con él. Lo que tal vez se deba a la propia decisión del jefe porteño de mostrarse indiferente al acercamiento radical, motivado tanto por su temor a que lo identifiquen con De la Rúa, algo que igual pasó, como al mencionado interés por peronizarse.
Como sea, es probable que Macri tenga razón en su subestimación de este espacio, y tarde pero seguro esos votos vayan detrás suyo by default y Stolbizer sufra el rigor de la polarización y el voto útil. Pero también es probable que los socialistas retengan Santa Fe, que Martín Lousteau haga una buena elección en la Ciudad, sobre todo si le toca enfrentar a Rodríguez Larreta, y que una parte del radicalismo siga resistiendo la convergencia con el PRO. Y sobre todo es muy probable que esa intelectualidad progre que desconfía de Macri siga gravitando en la opinión pública. Opinión que sin sindicatos ni control territorial sólido, como comprobaron Frondizi y Alfonsín, es fundamental para sostener un gobierno no peronista.
La pregunta entonces no es sólo qué más hará el macrismo para seducir al progresismo de acá a octubre, sino qué hará para mantenerlo cerca suyo si le toca gobernar. Y también qué hará la izquierda moderada frente a él. ¿Como hizo Alende desde 1983, será su contradictor más feroz, tratando de absorber las demandas y votos peronistas? ¿O su socio en reformas modernizadoras y democráticas? Carrió ya lo vivió traumática aunque disimuladamente: en parte de esa izquierda hay en verdad poco de moderación y menos aún de liberalismo. Es en el fondo más chavista que Chávez y no se ve cooperando en pro de una democracia pluralista y un capitalismo sano. Margarita es muy distinta, pero tendrá que lidiar con su constituency. Macri necesitará para gobernar más aliados de los que necesita para ganar, así que tal vez le venga bien ayudarla.