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Fugas

Con trabajo

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No hago balance de Año Nuevo; mi contabilidad es pésima. Pero me anoté mil cosas que tuve que aprender –algunas para siempre– para fingir oficios en el cine: bucear, artes marciales, manejar espadas y nunchakus, aprender cuatro idiomas decentes y dos más raros como el checo y el galés, anudar redes de marinero, anudar chicas con shibari, tocar un piano, mentir un violín, cosechar maíz, estacionar un micro escolar, todo hecho –digámoslo– más o menos, pero con una gran creencia.

Y ahora es el contrabajo, nada fácil de mentir porque la torturada mano izquierda (mi maestro Varchausky me sugiere que use una gomita para hacer un hato con los dedos mayor y anular) queda a la altura de la cara y no hay chance de doble de fotografía. Ya me explayaré sobre brillos y desgracias del esmerado contrabajo y sus ejecutores, pero así como las embarazadas ven más niños con síndrome de Down, desde que siento a pelo el misterio de los armónicos en el tórax (un contrabajo es como un imán para atraer graves) la realidad acopla sola: el empresario brasileño-franco-libanés Carlos Ghosn se fugó de Japón en un estuche de contrabajo. Sirva como prueba de lo difícil que nos es transportar el coso enorme: es tan jugado como contrabandear un CEO de Renault de Tokio a Beirut.

Ghosn sacó a Renault de su crisis. E hizo lo propio con la Nissan japonesa. Pero decidió no declarar algunos ingresos en Japón. Cumpliendo prisión domiciliaria, se le permitió la entrada de una banda de músicos en su casa por Navidad. Eran paramilitares. Oh, policía nipón: la próxima vez que se te diga “soy contrabajista”, busca la marca de la gomita en los dedos de la izquierda.

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En el Líbano no hay extradición, y Ghosn dice que era prisionero por injusta presunción de un crimen fiscal. Yo creo que la fuga fue exitosa porque nadie nunca jamás en ningún lado presta atención al contrabajo y el cerebro escucha, embelesado, los agudos. Pero fúguese uno en el estuche de un violín o un bandoneón, a ver cómo le va.