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Mal signo

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Es mala costumbre dar por hecho que la gobernabilidad y los negocios decidan representar a los votantes de esta manera burlona y pendenciera, con balas incluidas.

En la nueva, esperada edición de la revista virtual Experimenta (que empezó experimentando con sonidos para extenderse a todo tipo de experimentación) escribe Eduardo del Estal en su “Gramática del límite”: “Las cosmogonías no comienzan por la Unidad, por el Ser, comienzan por una separación, por una diferencia. El Cosmos se crea mediante distinciones, inclusiones y exclusiones. (…) El signo es una operación que produce una diferencia; los signos siguientes dependerán de esta diferencia. (…) En el inicio no hay separación entre observación y autorreferencia; el que observa algo debe diferenciarse de lo observado, debe tener una relación reflexiva consigo mismo para poderse diferenciar. (…) La inteligibilidad de un concepto o sustantivo depende de la clausura invariable de su contorno.”

Es una idea fija que me es afín: ver una cosa (hacerla inteligible) solo es posible cuando se decide obturar qué no debe verse. El ojo lo hace todo el tiempo: recorta figuras sobre un fondo y se olvida de él, aunque le vuelva en pesadillas y en terapia. Del Estal sugiere que el cerebro también piensa como un ojo. Ahora unos políticos deciden –por encima de una verdad científica y de un reclamo masivo– que el cianuro y el ácido sulfúrico no envenenan más que el Cif sobre la Ballerina hogareña. ¿Son pavos o trabajan para el mal? ¿Cómo justificar las balas y la represión cuando los ciudadanos reclaman la traición de todos sus representantes? Y estamos hablando de la cómoda Mendoza, de esa Argentina del centro que va camino de ser Chile: se quedará sin agua, tal como les han advertido por ejemplo los hermanos sanjuaninos desde Jáchal. ¿No ve el ojo cebado que el modelo es el mismo y que viene premoldeado de otro lado?

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Los medios hegemónicos se llaman al cómplice silencio. El ministro de Ambiente –algo preocupado– manifestó que “la competencia en materia de explotación minera es exclusivamente provincial”, pero sin tratar siquiera de convencernos de la utilidad/necesidad de este negocio megaminero (¡las inversiones!) y suponiendo que federalismo significa que unos cuantos envenenen una cuenca. Del ministro de Minería no podemos esperar otra cosa ya que trabaja para la Barrick Gold y es arduo servir a dos patrones: la minería arrasa y se va rápido, así que pronto no oiremos más de él. Del gobernador que mandó a la “concha de su hermana” al ambientalista que desde Alemania le advirtió del peligro, tampoco podemos sorprendernos.

No obstante, sucede lo que pasa: ese fondo ininteligible se vuelve súbita y desesperadamente lógico y se pone en movimiento para alzar a una Mendoza entera de su clásica pereza. Si el ojo no lo ve, es que está ciego. Si el cerebro no piensa en su futuro, es que está muerto.