El gobierno de los Kirchner todavía no sabe bien adónde ir, pero hay algo que tiene absolutamente claro: quiere la revancha. Va y vuelve. Gira sobre sí mismo. Compra tiempo, da señales contradictorias y mantiene intacta la sangre en el ojo. El silencio de Néstor Kirchner es la manera que encontraron para no agitar las aguas, suturar heridas internas y pasar lista para saber cuáles son los soldados leales con los que aún pueden contar para la próxima batalla.
Este es el saldo más peligroso desde lo institucional. Otro enfrentamiento prolongado entre un Gobierno que disfraza de fortaleza su extrema debilidad y una parte importante de la sociedad cada vez más impaciente que apela de inmediato a la acción directa, puede abrir las puertas a una violencia callejera impensada. Ya hay algunas señales de alerta roja, como las de Córdoba y Rosario, curiosamente las ciudades vidrieras de dos de los gobernadores, Juan Schiaretti y Hermes Binner, que encabezaron el respaldo a la lucha del campo.
Uno de los méritos que hasta sus enemigos le reconocen a Néstor Kirchner fue la recuperación de la autoridad presidencial que había quedado maltrecha tras el cinismo vacilante de Fernando de la Rúa. Una de las críticas que hasta sus amigos le hacen, es la de haber caído en la tentación del autoritarismo que impone unilateralmente y sataniza al que no acata. Tanto una actitud como la otra se hicieron desde una correlación de fuerzas y una esperanza ciudadana muy favorables. La soberbia generaba rechazo pero, por lo menos, hallaba fundamento en la potencia política de Néstor. Hoy ocurre todo lo contrario. Y, por eso, el dedito levantado aparece patético. Se hace desde una fragilidad que los tuvo al borde del nocaut cuando Néstor le ordenó a Cristina que había que renunciar y tirarle el Gobierno por la cabeza a sus vencedores. El matrimonio insiste en poner condiciones con altanería cuando la realidad indica que están más para pedir ayuda y con mucha humildad. Agreden en lugar de seducir a los disidentes.
Hoy, el Gobierno necesita mucho más a los Felipe Solá o a los Carlos Reutemann que lo que ellos necesitan al Gobierno. La ironía peronista de Julio Bárbaro lo sintetizó así: “Nos encontramos frente a un Gobierno que sólo sabe ser fuerte y al que le cambiaron el bastón de mando por el de apoyo”.
Eso es lo que hace que, a pesar del encuentro forzado, la relación con Julio Cobos siga siendo “no positiva” y tal vez lo sea para siempre. Es muy difícil que haya retorno entre una Presidenta que no lo quiere ver ni en fotos y que le hace reproches sin adjetivos a un vice que tiene cincuenta puntos de imagen positiva más que ella. Hay algo que no cierra y nos lleva al mundo del revés. Cobos pide audiencia mediante una nota dejada en mesa de entradas. Expulsan de sus cargos a casi todos los funcionarios “cletistas”. Al último que le tocó, se enteró por el periodismo. Ni siquiera le comunicaron que le habían aceptado la renuncia que presentó el martes pasado como corresponde frente al desplazamiento de su superior, Javier de Urquiza. El titular del Instituto de Vitivinicultura, Juan Carlos Jalif –que de él se trata– se fue dejando el semestre más exitoso de la historia respecto a la exportacion de vinos. Pero, a esta altura, a quién le interesan los méritos y las capacidades, si ya casi sólo se valora el alineamiento verticalista.
El manual de subsistencia kirchnerista dice que si usted quiere seguir cerca del fogón del poder tiene que criticar por los medios a su ex aliado y/o amigo. La diputada Silvia Vázquez cumplió con esa prueba de amor y dijo que Cobos “es un chanta”. Recién entonces se allanó el camino para que Gustavo López reemplace a Carlos Kunkel y se convierta en el lugarteniente de Oscar Parrilli. Esa idea de mantener sólo relaciones formales y protocolares se puede derrumbar en tres semanas, cuando Cristina deba viajar al exterior y dejar el máximo sillón a cargo del mendocino que se convirtió en Judas cuando contribuyó a esa derrota parlamentaria que los Kirchner ni siquiera pudieron imaginar.
La otra derrota fue más grave aún: el peronismo perdió el invicto en la calle, donde históricamente juega de local. Se la propinó el campo que, después, fue objeto de distintas maniobras de venganza. Algunas que apuntan a desconocer y a fracturar a la Mesa de Enlace –es decir, a quienes ganaron democrática y legítimamente la pulseada– y otras, cargadas de un infantilismo funcionario ridículo como obligar a José Alperovich, entre otros, a cerrar el stand de Tucumán en la Exposición Rural o prohibir que las fuerzas de seguridad o los granaderos exhiban sus destrezas y acrobacias.
Estas actitudes consolidan dos groseras equivocaciones del kirchnerismo: se muestran como propietarios del Estado y no como inquilinos desde el Gobierno e insisten con la provocación de cerrar toda puerta al diálogo para tomar medidas inconsultas. Ese cóctel explosivo fue el que detonó la bronca del campo con la Resolución 125 y todo indica que van a insistir en ir al choque redoblando la actitud suicida, cuesta abajo en su rodada. Néstor Kirchner ya le dió instrucciones precisas al flamante secretario de Agricultura para que vuelva a la carga con el aumento unilateral de las retenciones a la soja aunque cuidando la segmentación de los pequeños productores y bajando las alícuotas para el trigo y el maíz. Ese anuncio de prepo o nuevas agresiones verbales de Néstor Kirchner desde un escenario alcanzarían para disparar una segunda etapa del conflicto mucho más cargada de hostilidades descontroladas.
Las energías del Gobierno disminuyeron notablemente, pero la convicción de confrontar es irrenunciable. Ni olvido ni perdón para los que osaron rebelarse aunque sea con la prudencia de los gobernadores de Córdoba y Santa Fe. A uno le deben 1.600 millones de pesos y al otro 1.000. Nada indica por ahora que haya intención de abrir el grifo nacional de fondos mientras Schiaretti y Binner no tengan una actitud más sumisa. Pero la asfixia financiera y la ausencia de diálogo con la Presidenta parece ser apenas el comienzo. El vandalismo encapuchado contó con un pertrechamiento y una logística casi inédita en Córdoba. Morteros caseros que disparan bombas de estruendo y tornillos, bidones de nafta a discreción y la intención de destruir todo lo que encontraran a su paso no fueron reconocidos como propios por los secretarios generales de los dos gremios más importantes que participaron de la masiva protesta. Con distintos voceros, el gobierno de Córdoba acusó al kirchnerismo de ser el autor intelectual y a los piqueteros, como autores materiales de una suerte de guerra popular y prolongada, protagonizada por lúmpenes a sueldo que no son ni trabajadores de Luz y Fuerza y –mucho menos– jubilados que ganan más de 5 mil pesos. Luis Juez responsabilizó a De la Sota y a Schiaretti por haber fundido la provincia y recordó que los Kirchner pactaron con ellos para no abrir las urnas después de las acusaciones de fraude electoral. La situación económica de Córdoba es delicada, igual que la de muchas provincias, y sus gobernantes no se pueden hacer los distraídos. Pero la desproporción y ferocidad del ataque obliga a mirar con preocupación una serie de hechos encadenados que huelen mal:
•Primero fue Florencio Randazzo, quien puso en la mira con sus declaraciones al actual y ex gobernador de Córdoba.
•Después, el día de furia devastadora montado sobre el reclamo genuino de los estatales.
•Y, de inmediato, las conclusiones de Hugo Moyano. Con inusitada velocidad, el líder de la CGT kirchnerista recordó el pasado de funcionario cavallista-menemista de Schiaretti y lo acusó de ser represivo con los trabajadores y amigable con los piquetes del campo para confiscar ingresos de los jubilados tal como indica su ideología neoliberal.
Un discurso armado en línea con las pintadas que aparecieron en la ciudad que decían: “Schiaretti, andá a pedirle plata a De Angeli”, y con otros dirigentes sindicales que aparecieron repitiendo los mismos argumentos en el canal de noticias más funcional al Gobierno nacional. Una secuencia demasiado precisa para ser casualidad. Estremece recordar una antigua certeza de los politólogos: “Córdoba es la cara anticipada del país”. Para bien y para mal, la Reforma del 18, la Revolución Libertadora, el Cordobazo, el Navarrazo, entre otros sucesos, fueron el preludio de acontecimientos que fueron hitos históricos.
Otra vez, al igual que con Cobos y el campo, las facturas a cobrar de los Kirchner con Schiaretti son grandes.
En Rosario, Binner sufrió algo similar pero de menor intensidad. Por el aumento del boleto de colectivo también se generó una batalla campal insólita entre la Policía y grupos marginales con el rostro cubierto. Es imprescindible no mezclar todo en la misma bolsa porque la falta de dinero, las deudas y los recortes en las provincias han potenciado conflictos que tienen mucho que ver con la distribución del ingreso. Pero hay que estar muy atentos a las protestas en la Provincia de Buenos Aires y en Tierra del Fuego donde los docentes llegaron a tomar edificios públicos.
Precisamente, la gobernadora Fabiana Ríos fue la última de sus pares que recibió en la semana el jefe de Gabinete, Sergio Massa, en lo que apareció como un simulacro de diálogo político. Nada importante se discutió ni se resolvió en esos encuentros que fueron más fulbito para la tribuna que otra cosa. Le dieron tarea para el hogar a Massa, para que se entretenga mientras las decisiones estratégicas de poder pasan por otro lado. Hoy es Florencio Randazzo el que habla con Néstor Kirchner, que es el que manda y el que al reemplazante de Alberto Fernández casi no le dirije la palabra y le dice “Massita”. Massa que tiene cultura futbolera y sabe que en la jerga se le dice “masita” al remate de un delantero que carece de potencia, pan comido para el arquero. Encima cometió ese furcio condenatorio cuando llamó vicepresidenta a Cristina Fernández casi como un acto fallido que reconoce que el presidente es Néstor. Es toda una definición política. Antes, Kirchner frente a distintos problemas importantes les decía a sus interlocutores: “Andá a hablar con Alberto”. Y a los que tenían que ver con el efectivo, les decía: “Andá a ver a Julio”, por De Vido. El dueño de la pelota dejó a Sergio Massa fuera de la cancha en un síntoma claro de todo lo que le cuesta al matrimonio abrirse a nuevos dirigentes y otros aportes.
Desconfianza más desconfianza más desconfianza es igual a seguridad, suele repetir Néstor casi como un rezo laico. Por eso se aferran a Guillermo Moreno como si fuera un trofeo de la soberanía con la que gobiernan y no se dan cuenta de que en realidad es una gigantesca y pesada piedra que los hunde cada día más.
A esta altura, Moreno es sólo un ícono de la tozudez autodestructiva del Gobierno. Es un árbol que está tapando el bosque de una economía que –lamentablemente– está mostrando fisuras cada vez más importantes ante la pasividad de un Gobierno que no sabe/no contesta y un ministro del área que no existe.
Nadie puede acusar a Roberto Frenkel de ser un liberal ortodoxo y mucho menos de tener antipatías hacia el oficialismo. Sin embargo, fue demoledor: “Está claro que llueve sopa y tenemos los cucharones en las manos. Pero hay que tener cuidado, porque los tenemos dados vuelta”. Igual que muchos de sus pares, Frenkel reclamó que se reconozca la inflación con urgencia para aplicar un plan para reducirla y que primero hay que sacar de su lugar a Guillermo Moreno. Después, dijo: “Los que apoyamos al Gobierno no tenemos por qué dejarnos llevar por una conducción que no se entiende”. Y agregó: “No podemos permitir una pareja gobernando porque eso erosiona la figura presidencial”. Claro que no sólo de inflación sufre el país. Más de 20 mil millones de dólares de capitales privados no financieros que se fugaron del país es un dato grave igual que la madeja opaca e incomprensible de subsidios que merodean los 40 mil millones y encima, ahora, Aerolíneas y un tren bala que no termina de descarrilar, tasas de interés altas, enfriamiento por baja de consumo, la caída mas fuerte en la construcción desde 2002, desigualdad social en aumento, expectativas negativas sobre el empleo que encima se ocultan en el INDEK, giro ortodoxo con aumentos de tarifas y ajuste en el envío de fondos a las provincias. Son muchos los economistas que simpatizan con el modelo económico que se están alejando del Gobierno o tal vez sea al modelo el que se está alejando de ellos.
El Gobierno no encuentra la salida porque todavía no entendió cómo entró a esta crisis. Pero insiste con la revancha y en huir hacia adelante. Pier Paolo Pasolini solía decir que “el Palacio idiotiza”