Estamos a pocas semanas de la primera vuelta electoral, paso inicial (y tal vez único) para definir al próximo presidente, y también en la víspera de la finalización del segundo mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. De esta manera, sea cual fuere el candidato que resulte triunfador en las elecciones de octubre (o, en su defecto, en el ballottage de noviembre, en caso de que éste sea necesario), es evidente que en 2016 arranca una nueva etapa. En cuánto se parecerá dicha nueva etapa a la anterior (la encabezada, desde mediados de 2003, por la administración kirchnerista) dependerá no sólo de quién termine siendo presidente, sino también de circunstancias políticas y económicas (locales y externas) difíciles de predecir con certeza hoy.
Sin embargo, y más allá de lo anterior, lo que queda claro es que el nuevo gobierno deberá tener entre sus prioridades la aceleración del crecimiento económico. Es que, aun teniendo en cuenta las estadísticas oficiales que elabora y publica el Indec, aquél se ha desacelerado fuertemente en Argentina durante los últimos años (mientras que la tasa de crecimiento anual promedio entre 2004 y 2011 resultó de +6,9%, durante los últimos cuatro años el ritmo de expansión cayó hasta +1,8% promedio por año). La desaceleración es aun más marcada si se toman en cuenta las estadísticas privadas sobre la materia.
Vale remarcar, además, que dicho objetivo de acelerar el crecimiento económico se torna más desafiante si se tiene en cuenta la situación del contexto internacional que enfrenta (y enfrentará a futuro) Argentina.
Nuestro Indice de Condiciones Externas (ICE, que combina la dinámica de las variables internacionales que tienen mayor impacto sobre la situación económica/financiera interna), registraría una caída de -15,4% durante 2015, lo que implica una reducción no trivial, más si se tiene en cuenta la retracción observada durante 2014. Todos los componentes del ICE se deteriorarían este año. En efecto, se espera una caída (respecto de los niveles promedio de 2014) del precio internacional de la soja, y un incremento del spread de riesgo de los mercados emergentes (especialmente en lo que queda del año, producto de la mayor incertidumbre financiera global). También el real brasileño finalizaría el año con una fuerte depreciación real con respecto al dólar. Al mismo tiempo, existe consenso en cuanto a la idea de que el PBI de Brasil va a registrar una importante contracción real durante 2015 (según los últimos pronósticos, el producto bruto en Brasil caería entre -2,7% y -3,0% este año, recesión que en principio continuaría durante buena parte de 2016).
De cara a lo que viene, lo primero que hay que decir es que muy difícilmente el contexto externo mejore ostensiblemente durante 2016 (aunque también es poco probable que se siga deteriorando). Brasil vivirá, en el mejor de los casos, una situación de estancamiento económico, lo que a su vez limitará las chances de una apreciación real del real vis-à-vis el dólar. De la misma manera, la Reserva Federal de Estados Unidos parece seguir convencida de subir las tasas de interés en algún momento, lo que restringe las posibilidades de recuperación en el precio internacional de los commodities (más en un contexto de demanda menos pujante por el lado de China) y de caída de los spreads de riesgo en mercados emergentes.
Si el contexto internacional no nos va a ayudar, la pregunta que surge inmediatamente es qué podemos hacer nosotros internamente para que la economía acelere su ritmo de expansión en el futuro. En este sentido, y aunque no hay una única fórmula mágica para el crecimiento económico sostenido, resulta crucial entender que los países que más crecen y se desarrollan parecieran compartir ciertos factores comunes (tanto desde lo económico como desde lo social/institucional), algunos de los cuales vale la pena destacar.
En lo social, el factor común radica en la presencia de mayorías sociales con una visión compartida en torno a preceptos básicos (modelo de país) que se mantiene estable en el tiempo (no sirve que la visión compartida de la mayoría oscile continuamente a medida que se suceden los distintos gobiernos).
En lo político, el factor común radica en el respeto institucional en todas sus formas, que sirva para limitar los excesos y desvíos tanto del gobierno como del sector privado (ya sean empresas, periodismo, sindicatos, trabajadores, etc.) respecto de aquella visión social compartida.
Y en lo económico, el factor común radica en la estabilidad macro, en general, y en la estabilidad nominal, en particular, de forma tal de generar las condiciones que incentiven el ahorro a mediano/largo plazo en moneda doméstica y, consecuentemente, la inversión en capital humano y físico.
Por supuesto, la intensidad de estos factores no es igual en todos los países que crecen y se desarrollan de forma sustentable (probablemente, el factor social e institucional esté más consolidado en países más maduros, como puede ser el caso de las potencias desarrolladas), pero en todos hay algo de cada uno de los tres.
Así, el principal objetivo del próximo gobierno debe girar en torno al diseño de un plan que permita cumplir de manera simultánea con aquellas tres condiciones. Si se dan las (ni pocas ni sencillas) circunstancias, el PBI de Argentina puede volver a crecer relativamente rápido en el corto/mediano plazo, pero dicho proceso no será ni crecimiento económico ni mucho menos desarrollo si se produce sin que se cumplan al mismo tiempo los tres ingredientes descriptos con anterioridad. Será, simplemente, el inicio de un nuevo ciclo expansivo del PBI, como los que hubo muchas otras veces a lo largo de la historia económica argentina reciente y que, como los anteriores, terminará probándose insostenible en el tiempo.
Por suerte, Argentina enfrenta por estos días una nueva gran oportunidad. Y atención, la responsabilidad de aprovecharla no recae únicamente en el próximo gobierno (aunque éste, sin dudas, tendrá un papel central). La responsabilidad es de la sociedad en su conjunto. Es una nueva oportunidad, no para imponer tal o cual modelo económico o para imponer tal o cual ideología política, sino para empezar a discutir en serio las alternativas para generar las condiciones sociales, institucionales y económicas para que los ciclos de expansión del PBI se transformen de una buena vez por todas en un proceso sostenido de crecimiento y desarrollo económico.