El auge del nacionalismo no se materializa hoy solamente en Europa y Norteamérica, sino también en Asia, y se expresa en formas diversas. Es importante para la Argentina comprender estos diferentes matices para interactuar con mayor efectividad con ese continente.
George Orwell, creador de 1984 , y cuya primera obra –Los días de Birmania– fue un reflejo de sus experiencias en Asia, definía el nacionalismo como el hábito de identificarse con una sola nación o unidad política, ubicándola más allá del bien y del mal, y no reconociendo otro deber que el de avanzar en sus intereses. Para Orwell el nacionalismo no podía ser confundido con patriotismo. El patriotismo era la devoción a un lugar particular y a una particular forma de vida, que uno considera como la mejor en el mundo, pero sin tener el deseo de imponérsela a otros pueblos. En cambio, para Orwell, el nacionalismo era inseparable del deseo de poder y de más prestigio.
El caso de China, considerada por Graham Ellison como una de las dos naciones, junto a EE.UU., con un gran complejo de superioridad, es sumamente interesante. Considerándose históricamente el centro del universo, o el “reino del centro”, China se cree, como EE.UU., excepcional. Más aún, Xi Jingpin ha declarado al Partido Comunista como el heredero de los valores confucianos de la China imperial, valores que se reflejan en un sistema donde las jerarquías aseguran la paz y la armonía. Pero China parece querer llevar este sistema confuciano de jerarquías de lo doméstico a lo internacional, y reeditar las jerarquías que existieron en el pasado en sus áreas de influencia. Con este nacionalismo confuciano, China busca entonces consolidar lo que el experto norteamericano Zbigniew Brzezinski denomina “esferas de influencia”, en las que la primera pregunta que se deben hacer las capitales involucradas con respecto a cualquier tema es: “Que es lo que Beijing piensa sobre esto?”. Este nacionalismo confuciano se traduce lamentablemente en conflictos territoriales con Taiwán, Filipinas, Malasia, Brunei, Indonesia, India y Vietnam. China aspira también a ser respetada por EE.UU., que mantiene una importante presencia militar en la región.
Asia parece ser el continente donde hay más posibilidades de un aventurismo militar.
En Vietnam, Ho Chi Min, el fundador del Estado comunista actual, hizo uso de un intenso sentimiento nacional para lograr la independencia de su país. El consideraba al comunismo solamente como la espada que unía a la nación contra el ocupante o invasor de su territorio. Así, Ho Chi Min impulsaría un nacionalismo liberador, que fue empleado para rechazar el colonialismo francés, para expulsar al invasor norteamericano, para controlar íntegramente el territorio de Vietnam, y finalmente para rechazar una invasión china. Hoy ese nacionalismo liberador parece estar orientado a liberar a Vietnam de la pobreza, lo que se refleja en enormes cambios en sus instituciones económicas, en su apartato productivo, y en su relación con sus vecinos regionales y potencias como los EE.UU. Pero el nacionalismo liberador vietnamita permanece atento desde el punto militar, para resistir potenciales amenazas, en particular las de China.
En la India es posible observar la presencia de un nacionalismo de tipo unificador, basado en su cultura milenaria pero abrazando fervientemente el futuro. La India, alguna vez definida como un Estado-civilización, es en realidad una multiplicidad de culturas y civilizaciones enmarcadas en un Estado. Allí conviven, entre otros, hindúes, musulmanes, sihks y cristianos, y existen 23 lenguas oficiales. Por ello la importancia de un nacionalismo unificador, que puede ser más excluyente durante los gobiernos del Bharatiya Janata Party –Partido Popular Indio– del actual primer ministro Modi, y más inclusivo en el caso del Indian National Congress –Congreso Nacional Indio–, el tradicional partido de los Ghandi. Este nacionalismo unificador a veces se expresa en contraposición a Pakistán, su “hermano enemigo”, con quien mantiene disputas territoriales luego de cuatro guerras entre ellos. Es interesante el hecho de que hay más habitantes musulmanes en la India que aquellos que habitan en Pakistán, lo que parece hacer importante el reforzar este nacionalismo unificador indio.
En Turquía, el líder Recep Erdogan parece querer implementar un nacionalismo de tipo reorientador. Después de la caída del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, el fundador de la república moderna turca, Kemal Atatürk, había impuesto, luego de lograr la independencia turca frente a las potencias europeas, una serie de reformas de gran alcance para crear un Estado moderno, democrático y laico. Atatürk creía que el secularismo y la europeización de Turquía eran los medios más aptos para transformar el país en una nación industrial moderna. Este proyecto fue apoyado por las élites civiles y militares durante décadas. Pero el continuo rechazo de Europa a una mayor integración política y económica llevó finalmente a Erdogan a buscar un camino alternativo y al mismo tiempo energizar el nacionalismo turco. Esto se manifestaría en una reorientación de la política exterior para darse vuelta y volver a gravitar en sus antiguas esferas de influencia en Medio Oriente. A su vez, este tradicional aliado de los EE.UU., y miembro de la OTAN, establecería relaciones más pragmáticas con Rusia, como se ha observado en el caso de la guerra en Siria, una de las antiguas esferas de influencia del Imperio Otomano.
Para Argentina es importante estar consciente de estas tendencias nacionalistas al diseñar e implementar una estrategia de mayor integración económico-comercial con el continente asiático. Si consideramos que, como decía Raymond Aron, el nacionalismo puede llevar a la agresividad y a la aventura, Asia parece ser hoy el continente donde hay más posibilidades de que la agresividad se transforme en aventurerismo militar. En este contexto, la Argentina debe mantenerse lo más lejos que sea posible de estas disputas.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo. Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).