Al refexionar sobre la actual situación internacional, puede ser útil para la política exterior argentina tomar nota de las visiones de los principales líderes mundiales, especialmente la de la canciller alemana, Angela Merkel, publicada en la revista Der Spiegel.
Esta líder, cuyo mandato termina en 2021, sigue las enseñanzas de Alexander Von Humboldt en cuanto a “entender el mundo como un todo” y considera la política como “la prevención de lo falso”. Gobierna desde 2005, ha visto pasar a tres presidentes norteamericanos y a cuatro franceses, y ha participado en 13 reuniones del G7/G8. Aunque considera grotesco que se la denomine la líder del mundo libre, su última etapa parece dirigida a defender intensamente el orden liberal internacional, advirtiendo que hay que oponerse al “poder de lo oscuro”. Así, demuestra a veces un profundo pesimismo y una gran preocupación con respecto a que el mundo se esté desplazando hacia el abismo.
Hija de un pastor protestante, recientemente ha hecho referencia a las guerras religiosas del siglo XVI, luego de la Reforma, y que acabaron con la Paz de Augsburgo –o Paz de las Religiones– en 1555. Pero se ha concentrado en señalar que cuando se creía que las disputas y la violencia no volverían más, la generación que había sufrido estos flagelos comenzaría a fallecer, y sería reemplazada por una nueva generación, no tan consciente de las miserias de la guerra, y por ende no tan dispuesta a realizar demasiados compromisos para evitarla. Para esta nueva generación siempre se podía exigir algo más en una negociación, o ser más agresivo en alguna demanda, para luego experimentar, de repente, el derrumbe del orden europeo. Esto llevaría a la catástrofe que fue la Guerra de los 100 Años, que comenzaría en 1618 y acabaría con un tercio de la población que habitaba el actual suelo alemán.
Merkel establece un paralelo con los más de 70 años que han pasado desde de la Segunda Guerra Mundial, y donde generaciones de líderes han enfrentado enormes sacrificios para evitar que tal masacre se repitiera. Sin embargo estas generaciones han fallecido, y varios líderes actuales parecen no querer hoy buscar compromisos, dando por sentado y haciéndose demasiadas ilusiones con respecto a la estabilidad del orden mundial. La canciller germana no es de las que piensa que Donald Trump irá moderando sus posiciones a medida que ocupe más tiempo en el Salón Oval. Cree que a Trump, quien ascendió a la presidencia distanciándose del establishment, no le aplican las reglas de sus antecesores en este aspecto, convirtiéndolo en un presidente ahistórico. Así, considera que si Trump es reelecto, es muy posible que se dedique a destruir las columnas del orden mundial actual. El presidente ha llegado a denominar a la Unión Europea como un “enemigo”, y ver en ella una amenaza para el bienestar de su país. Si algunos observadores ven en estas afirmaciones agresivas algo característico del ex conductor de TV, Merkel cree que Trump seguirá punto a punto con su agenda. La canciller se preocupa últimamente con que el presidente quiera insistir con el terrible y fallado experimento del “cambio de régimen”, pero ahora en Irán.
Hacia el Este, Merkel debe tratar con otro líder constantemente dispuesto a subir la apuesta, Vladimir Putin, quien buscando restablecer su estatus de gran potencia, combina éxitos económicos con una brutal Machtpolitik –política del poder– en sus zonas geográficas de influencia. Merkel, quien respeta la fría inteligencia de Putin, nunca se hizo ilusiones de que Putin convertiría a Rusia en una democracia. Pero sí pensó que la admiración que Putin tiene por el bienestar y la tecnología de Occidente lo llevaría a una mayor apertura económica. Pero algo se quebró en la relación entre ambos líderes con la invasión de Crimea, donde el líder ruso parece haberle mentido con respecto a sus objetivos. Después de abandonar la fallida estrategia de la Unión Europea con respecto al conflicto en Ucrania, Merkel decidió involucrarse personalmente en las negociaciones de Minsk, donde trabajó para impedir la escalada del conflicto, en reuniones que duraron 17 horas, y evitando que los halcones estadounidenses le vendieran misiles a Ucrania. Esto fue un logro considerable, si se piensa qué habría pasado si tanques rusos hubieran sido atacados por misiles americanos. A su vez, la canciller está consciente de que Putin no tiene ningún interés en que exista estabilidad en su frontera con Ucrania.
Otra evidencia para Merkel de que la democracia ha perdido cierto poder y prestigio es el caso de China. Por un lado, la canciller tiene bastante respeto hacia el partido gobernante, que ha logrado en cuatro décadas sacar al país de la pobreza, para convertirla en la segunda potencia industrial del mundo. Por el otro, ve en China una combinación de capitalismo, vigilancia interna y régimen de partido único, que crean una nueva forma de opresión, lo que debe servir como advertencia para Alemania, que no puede quedarse dormida. Merkel, que ha visitado China once veces, toma nota del contraste entre el efectivo sistema chino versus los inconvenientes del complejo y lento sistema de toma de decisiones de las democracias europeas.
En este contexto, y ante un nuevo mandato presidencial argentino que se avecina, es importante evitar los análisis simplificados, demasiado optimistas o ideológicos con respecto a la situación global. A su vez, y teniendo como prioridad el objetivo del “desarrollo en libertad,” es crítico para la Argentina actuar a nivel global con suma prudencia, enfocándose en oportunidades de desarrollo –exportaciones e inversiones–, pero evitando verse envuelta en conflictos donde no estén en juego sus intereses vitales. Adicionalmente, se deben acelerar los proyectos para asegurar la autonomía energética que, sumada a una autonomía alimentaria, puede ser vitales en un mundo que puede estar, según Merkel, deslizándose hacia la oscuridad.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).