“Quien más, quien menos, conoce el juego.”
Charly García, “Perro andaluz”, “La grasa de las capitales” (1979)
Un alto exponente de la ingeniería financiera oficial explicaba, el martes que pasó, que los principales problemas de la Argentina (hasta entonces, poco antes del mediodía), eran (son) el atraso del tipo de cambio y el déficit fiscal. Confesaba cierto desconcierto en el equipo económico para encontrarle la vuelta a la caída del dólar debajo de los $ 14 y al impacto imprevisto de la marcha atrás al recorte de subsidios a la que obligaba la delicada situación social y política. Hablaba de la incertidumbre de los actores económicos ante esas idas y venidas con las cuentas públicas, pero aun así, incómodo, pedía (pide) ver septiembre como el mes en el que la inflación cederá estructural y equilibradamente.
Intentaba dar razones para una tranquilidad política a un plazo fijo a noventa días, cuando su mirada pegó un respingo hacia el LCD empotrado en el despacho del Microcentro, las cautivantes imágenes de los operativos en General Rodríguez.
Faltaba pasar todavía el mal trago de la primera nueva medición de precios al consumidor de mayo que, como anticipó PERFIL, daría más elevada que los cálculos privados. Pero el tsunami de la madrugada de General Rodríguez colocó todo en otro lugar. La sonrisa del funcionario aún ilumina los espejados edificios del Microcentro. Alivio tras la película de aventuras del martes.
Por la tarde, parte del empresariado empezaba a sentir estupor. No era por las tasas que había fijado el Banco Central en la licitación de Lebacs. Las tasas de referencia habían vuelto a bajar, aunque apenas un punto, hasta el 32,25%. El crédito todavía no llega, pero la paulatina baja de tasas es una señal más de la desaceleración inflacionaria. Era una buena noticia. Lo que sí los tenía a mal traer era el modo en que retrocedía la guardia kirchnerista. Después de liderar la cabalgata antiajuste, la guardia camporista debía vérselas con unas imágenes más poderosas que miles de relatos. Y en el centro de los argumentos estaban López y la contracara contratista del Estado. Si alguien pagó ese dinero, debían ser los personeros privados de la obra pública. Entre ellos, sostienen, militan incluso familiares constructores del presidente Macri, como Angelo Calcaterra. En esta misma edición, en la página 12, se publica una entrevista a Gregorio Chodos, empresario que condujo la Cámara Argentina de la Construcción en tiempos de Kirchner pero que fue también el principal impulsor de la carrera política del Presidente. Pocas veces tantos empresarios se mostraron tan preocupados por una nota por salir en PERFIL como esta semana, inquietos por las revelaciones del contructor, ahora retirado.
Temen al contagio del Lava Jato brasileño y es interesante escuchar ahora los relatos de cómo López los obligaba en las licitaciones a incluir a Lázaro Báez con un 20% de participación, y a cobrar ese porcentaje, aunque no aportaran a la obra. O por ejemplo, quejarse del sistema disciplinario que les aplicaba el ex secretario de Obras Públicas demorando los pagos, a veces más de un año. Hubo casos al borde de la quiebra. Les torcieron el brazo, se quejan. Turbios argumentos que ahora la Justicia seguramente ameritará. ¿Se habrá referido a esa entente de un ala kirchnerista con las empresas cuando Roberto Lavagna (quien se excusó de hablar con PERFIL por estar fuera del país) renunció señalando la cartelización de la obra pública?
¿Esta misma patria contratista es a la que apuesta el Gobierno para la reactivación de la obra pública y los planes de infraestructura? ¿Estará apto para hacerlo en condiciones técnicas y con un historial legal suficiente para superar las pruebas de idoneidad ética? Se sabe que en el sector, “quien más, quien menos, conoce el juego” de las licitaciones.
Mientras tanto, la otra prueba de fuego provendrá de la sintonía fina de la actividad, aún paralizada por la sequía monetaria, el ancla que eligió el Gobierno para frenar la inflación, esa mancha corrupta de la economía