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Aburrido el curso electoral, salvo los relámpagos con los que adereza Néstor Kirchner la campaña. El resto, nada. Con los caballos dispuestos, la carrera; más exactamente, la cuadrera, emocionante pero sin categoría. Final previsto y raro: no hay fracción política que reitere su triunfo en ninguno de los cinco principales distritos (Kirchner en Buenos Aires; radicales en Mendoza; el PRO en Capital; Carlos Reutemann en Santa Fe; Luis Juez en Córdoba).

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Aburrido el curso electoral, salvo los relámpagos con los que adereza Néstor Kirchner la campaña. El resto, nada. Con los caballos dispuestos, la carrera; más exactamente, la cuadrera, emocionante pero sin categoría. Final previsto y raro: no hay fracción política que reitere su triunfo en ninguno de los cinco principales distritos (Kirchner en Buenos Aires; radicales en Mendoza; el PRO en Capital; Carlos Reutemann en Santa Fe; Luis Juez en Córdoba). Obvia atomización que permitirá –lo que parece común en estos tiempos– apropiaciones indebidas. Unos, para hablar como argentinos de victorias que no dan derechos y, otros, también como argentinos típicos, aprovechándose de los guarismos: el matrimonio oficial, en ese sentido, presumirá seguramente de apoyos masivos por aventajar a sus rivales en el distrito bonaerense, aunque buena parte del país se le exprese en contra y pierda en el Congreso la hegemonía en las cámaras.


Un resultado parcial que excitará aún más el ánimo intervencionista, el “modelo” de Néstor Kirchner, quien conduce a su sector con palabras que sus más cercanos no se atreven a repetir. Por la raiz discriminatoria que manifiesta y excusándose en loables principios generales (el interes de la población, la protección de los ciudadanos) que se asemejan a regímenes ya conocidos. Un proceso de engorde propio más que de estatismo caritativo; según algunos, no en vano el ministro Julio De Vido dijo que imponían sanciones por incumplimiento de planes a una empresa (impidieron que Edesur liquidara dividendos por 20 millones de dólares), sin distinguir entre amigos y enemigos.

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Nadie le había pedido explicaciones al respecto, tal vez él asumió –con cierta culpabilidad– que merecía la aclaración frente a una empresa que hace tiempo se piensa en estatizar y a la que se castigó con un bloqueo de 20 millones, mientras a otra más amigable (YPF) se le permitió el reparto de 660 millones de dólares –sin hablar del capítulo “amortizaciones”– unos pocos días antes. Estos avatares económicos que se avecinan parecen más entretenidos –si uno no es víctima– que la actual y aburrida etapa proceso electoral: aunque después del 28 de junio quizá se deriven litigios personales que nadie quiere ver. Ni los protagonistas.

No los une el amor
Una de las preguntas del millón (no en dólares o pesos, monedas en franco camino devaluatorio) para el día después: ¿hasta cuándo durará la sociedad? O: ¿quién de los dos eligirá una vía propia, lejos del otro? ¿Scioli o Kirchner? Para decirlo en brutal castellano, se advierte en el aire el zumbón sonido de una puñalada trapera o una daga florentina, si se prefiere la elegancia, a ocurrir entre la fecha del comicio y el período que se extenderá hasta la convocatoria general del 2011. Si bien juntos hoy paladean el anticipo de un triunfo en la provincia de Buenos Aires y, también juntos, habrán de festejarlo la misma noche del 28, a la hora de cobrar los derechos de autor, ¿quién de los dos pasará por ventanilla? ¿Le corresponde a Kichner o a Scioli esa presunta victoria?
Importa develar este interrogante de boletería provincial: ambos se imaginan candidatos presidenciales por la misma fracción para dentro de dos años y, como se sabe, sólo uno de los dos ingresará eventualmente en ese envase; a su vez, el estático rol que se reparten (jefe y subordinado) desde que llegaron al poder parece ya dificil de conservar. A menos, claro, que la historia inminente sea una marea que arrastre al dúo.
Hoy el gobernador candidato a diputado esgrime que, gracias a él, se recuperó la rémora en la consideración popular que significaba el matrimonio Kirchner. Puede mostrar encuestas al respecto, entre 5% y 6% adicional desde que él se incorporó como aspirante “testimonial”. Ese es el aporte Scioli, un número decisivo para ganar en Buenos Aires. Por su parte, el ex presidente venido candidato a diputado sostiene que sólo el favor del Estado (léanse obras, subsidios, promesas) que garantiza su esposa mandataria a los intendentes también convertidos en candidatos, es lo que permite revertir una tendencia negativa en los sondeos previos bonaerenses.
Por no hablar de su contribución cotidiana, embarrándose con mensajes y visitas para la custodia del “modelo”. Ninguno de los dos, aunque discrepan en este punto fundamental, plantea diferencias; más bien se alaban y se halagan: uno, como siempre, habla “del Néstor al que siempre acompaño”; y, el otro, repentina y cariñosamente, “del Daniel que siempre me acompañó”.
Scioli exhibe una trayectoria de fidelidad común a todos sus patrones políticos: Carlos Menem, Eduardo Duhalde o Adolfo Rodríguez Saá (basta recordar que a la vera del efímero presidente puntano, el día de su renuncia televisada a todo el país, apareció en pantalla como si a alguien le importara ese leal testimonio del secretario de Deportes).
Con Néstor, además, aumentó esa tendencia rayana en la sumisión: nunca protestó siquiera a pesar de que lo echaron de su oficina en la Casa Rosada, se tragó los embates impropios de la propia Cristina en el Senado, también pesquisas dirigidas contra él y su familia, escraches en los diarios oficialistas, acusaciones como presunto conspirador vicepresidencial –un vicio congénito de los perseguidos Kirchner–, desprecios públicos, privados y, por supuesto, calló su opinión cuando lo instruyeron para saltar a la provincia de Buenos Aires cuando él, desde el Abasto, sólo deseaba enfrentar a Macri en la Capital Federal. Hasta corrió un riesgo de papeles poco fundados en esa operación de traslado. Pero era vital Scioli entonces para los Kirchner; también ahora es decisivo con las “testimoniales”, las que seguramente le deben haber disgustado como idea. Se supone que, a pesar de hacer siempre lo mismo que indican los Kirchner, y obtener ventajas de ese ejercicio, existen ciertos pruritos institucionales que le cuesta vulnerar.
Por lo tanto, si se ha vuelto casi imprescindible, ¿no le corresponderá facturar este servicio a la familia santacruceña? Y en el 2011, cuando éstos no puedan aspirar seriamente a su propio continuismo –recordar que más de 60% del país los rechaza–, ¿depositará el dúo en Scioli la herencia? Aduce que, hasta ahora, se ha comportado como un hermano menor para recibir el legado; pero ¿lo aceptan como pariente? Díficil saberlo: nunca lo invitan a la casa, no han compartido socialmente nada en todos estos años, hasta se diría que mínimas fricciones triviales los separan.
Ni hablar de gustos o conocidos: Scioli invita a los Pimpinela, al Chaqueño Palavecino, disfruta con el espectáculo, dispone de un círculo no ajeno a las fotos de los semanarios, mientras los Kirchner guardan su hogar bajo siete llaves, no toleran invasiones, cultivan un criterio amistoso característico: en exclusivo y en calidad de oyentes, reciben cada tanto a una pareja (Hector Icazuriaga, el jefe de la SIDE, y a su mujer). Casi una política para los vínculos, incluyendo en esa conducta gregaria a los empresarios afines, con quienes alterna y discute negocios fundamentales. Pero no los mezcla en su residencia, casi nunca compartieron un churrasco en la mesa familiar. Ni ellos van a sus casas.
Claro, puede no haber premio para Scioli a pesar de la subordinación. Hasta que lo aparten del consuelo de un segundo mandato provincial a favor de otros ambiciosos, tipo Sergio Massa, a quien Kirchner no digiere pero siempre conserva (además, dicen, le permite audacias que no tolera en otros). ¿Podría ser, tal vez, que la panacea de las cámaras de televisión para controlar los movimientos ciudadanos –proyecto de discutible costo para mejorar la seguridad– que tanto seduce a Massa (también a gobernadores, jefes comunales, legisladores, no todos del oficialismo), también haya penetrado a Kirchner?

Peligro de fraude
Especulaciones aparte, lo cierto es que Scioli se previene de sorpresas, y en la Casa Rosada insisten en que ha reivindicado una relación jamás perdida, aunque fue parcialmente olvidada: la de otro matrimonio, los Duhalde.
Aprovechando para este 28 en principio, quizá, la frustración que en la pareja bonaerense produjo el abrupto desamor de Francisco de Narváez. De paso, los Kirchner toman nota de que Scioli bebe en cualquier fuente. Aunque el bebedero Duhalde hoy cubra exangües reclamos de sed. Pero, en esta elección, nada es insignificante (menos cuando la diferencia de las encuestas era más estrecha). Y, como se sabe, Duhalde se resintió con De Narváez porque éste aceptó prescindir de las listas a una multitud de los suyos. Por omisión, conveniencia o presunta autonomía, De Narváez se acopló a sus socios electorales (Mauricio Macri y Felipe Solá) y a sus consejeros políticos y publicistas, para descargar parte de la mochila duhaldista antes de los comicios: entonces, desecharon punteros a granel y, para colmo, hicieron trascender que la sola mención de esos nombres postergados, indeseables, provocaba rechazo y descontento popular. Como si los habitantes de la avenida Santa Fe pensaran igual que los de la avenida Cristianía. Hasta volcaron al abismo a tres mujeres que sugirió Hilda “Chiche” Duhalde (una de ellas, íntima amiga, a quien alguna vez dejó en el ministerio y de la cual sólo los especialistas recuerdan el nombre), daño irreparable al orgullo de la esposa de un ex hombre fuerte. Si Duhalde se ofendió por el parcial apartamiento de sus huestes, y de él mismo, en su casa hirvió más la indignación; hasta debió dramatizar su afrenta, como sucede con la mayoría de los hombres –salvo en el respetable caso de Néstor Kirchner–, miembros de la escuela del trifonismo más explícito cuando padecen el martilleo de sus sisebutas.
Con retraso, De Narváez trató de recuperar lo entregado. Pero Duhalde ya desertaba del escenario sin escándalo, para no volver a involucrarse, frío, con la recurrente excusa de los viajes comprometidos. Una salida menor, podría colegirse, si no fuera que el 28, además de votar, hay que contar los votos en la provincia de Buenos Aires, misión para la cual el remanente del aparato duhaldista –separado por De Narvaez & Cía– garantizaba cierta experiencia. No casualmente el avezado Néstor ya reclutó –desde su ascenso al poder– a una gran parte de estos expertos en llenado y vaciado de urnas.
Para medir la incidencia laboral de estos hombres, un dato: en el ámbito bonaerense se registra una de las concurrencias más notables los días de votación, casi una extrañeza es esa pasión democrática en el distrito. Más bien se tiende a imaginar a los ciudadanos desposeídos o indigentes con indiferencia o desidia frente al compromiso del voto, sobre todo si se lo compara con el aparente interés que el proceso electoral parece despertar en otras circunscripciones (Capital, por ejemplo). Pero esa impresión es falsa o los números demuestran lo contrario: en Buenos Aires no son sólo muchos los anotados en el padrón, también son muchos los que votan.
Este peculiar fenómeno, entre uno de los tantos que se viven en las elecciones, genera más de una duda sobre la transparencia comicial, ya que un documento falso, imperceptible en su falsedad, se consigue –dicen– por menos de 300 pesos. De ahí que De Narváez, quizá pensando en que podrían votar los que están inscriptos aun cuando no vayan a votar, se preocupa ahora para recuperar a los experimentados de Duhalde que faciliten un control más exigente del comicio. Aun las promesas de amor eterno no salvan el perjuicio ocasionado.

El miedo de Kirchner
Y algunos imaginan que, para cubrir ese dolor de ausencia en Duhalde, más de un bálsamo le llegó desde la orilla de Scioli. Ya no importa si se reunieron o si se enviaron cartas en botellas lanzadas al río; interesa el primer saldo: entre ellos se han olvidado mínúsculos episodios de controversia (nadie, por otra parte, le arrancará a Duhalde una opinión contra Scioli) y existe la promesa mutua de volver a jugar al ajedrez, ciencia deportiva que los reunía antaño. Más significativa es la información de que ambos comparten una iniciativa común sobre la producción y el trabajo, estudios en los que se especializa una fundación duhaldista de la que Scioli ahora no parece estar lejos. Una afinidad, en suma, que en el futuro puede mejorar cuando los hombres que Duhalde colocó en la distribuidora de De Narvaez por toda la provincia –una formación política que no habrá sido la soñada, pero tampoco es desdeñable– se terminen inclinando hacia el poder constituido de Scioli. Habrá que esperar. Conjeturas políticas, alianzas transitorias, adhesiones imperfectas que habrán de despertar tensión en un atento observador: el Kirchner que nada ignora, aunque disponer de la información tampoco garantiza que no ocurran ciertos acontecimientos. Y quien se pensaba solitario en la cola de la boletería entre el 28 de junio y el 2011, con el número premiado, sin voluntad de pagar o reconocer nada como es su costumbre, empieza a deshojar lo más pérfido de la política. Temiendo, claro, un codazo.