Hay elecciones difíciles para quien no se siente representado por una opción. Por ejemplo: no sabría decir qué hubiera votado yo en Córdoba. Seguramente no al justicialista Juan Schiaretti, del oficialismo provincial, y tampoco a Eduardo Accastello, del kirchnerismo. Hubiera podido ejercer un voto llamado “estratégico”, es decir, votar a la alianza de radicales y macristas. Pero no lo habría hecho porque Oscar Aguad, su candidato a gobernador, fue un pionero ejecutor de la quiebra del frente de radicales, socialistas y GEN que no logró llegar a estas elecciones y así se obturó una vía, difícil pero todavía existente a fines de 2014, para construir un espacio un poco más progresista, que hoy ha quedado limitado a Margarita Stolbizer.
O sea que, en Córdoba, carecía de candidato. Esta es una situación incómoda, pero que un votante consciente e informado debería estar en condiciones de sostener. Aceptaría que un votante dijera que el delasotismo gobernó bien la provincia; y que otro sostuviera que los radicales cordobeses no sólo hicieron punta para destruir un frente sino que están peleados entre sí: una bolsa de gatos donde es imposible discernir entre ideas, rencores y ambiciones.
Seguramente quien me dijera que todos los votantes no discurren de este modo podría tener razón. Pero no hay motivo para exigir que todos razonen de la misma manera. Hay gente que dedica algunas horas mensuales a la política; hay votantes que sólo se deciden cuando tienen que responder una encuesta; hay obsesivos que leen portales y escriben tuits todo el día. Hay gente para quienes las cuestiones ideológicas son fundamentales (¿qué opina el candidato del aborto legal?); otros que primero quieren saber lo que un candidato piensa sobre la pobreza y la desigualdad (¿qué opina de una redistribución de la riqueza por vía impositiva?). Finalmente están quienes creen que esas cuestiones pasan a un segundo plano porque en cada elección se juega el destino de la República.
Los fuertemente antikirchneristas forman parte de este grupo y quizás se equivocan. A ellos les recordaría que, en las elecciones de 1999 donde Chacho Alvarez acompañó a De la Rúa como vicepresidente y se unió el Frepaso con la UCR, se cometieron dos errores. El primero, imaginar que la elección implicaba la derrota o la victoria de Menem, cuando estaba claro que Duhalde no era el candidato del riojano. El segundo, creer que era viable la alianza de dos fuerzas cuyas culturas políticas eran completamente distintas, y tenían muy poco tiempo para entenderse. Así se votó contra Duhalde para asegurar el futuro y se obtuvo diciembre de 2001. Chacho abandonó el gobierno un año después, es decir, doce meses antes de la caída, por la denuncia de las coimas del Senado. No fue la economía la que lo sacó de la vicepresidencia sino un conjunto de desinteligencias propio de dos estilos políticos muy diferentes. Nunca se puede estar seguro, sobre todo cuando se habla en nombre del futuro y se tiene mal colocados a los protagonistas del presente.
Alguna enseñanza hay que sacar. Lo que hoy queda de la UCR está levantando el tinglado de Macri presidente, por miedo al kirchnerismo, sin analizar a Scioli, que no es preferible a nadie, pero que, como Duhalde no era Menem, tampoco el gobernador bonaerense es Cristina. Sin este dato es difícil entender las alianzas distritales y nacionales.
En los distritos donde ya se ha votado, hay que ser un experto para ver dónde y cómo se aliaron los radicales con el PRO e incluso con el massismo. O sea que se tejieron acuerdos de muy diferente textura y a nadie le importó mucho que no coincidieran estrictamente con las alianzas de proyección nacional, ni con los ideales republicanos que se sostienen cuando se habla para los grandes medios. Por un lado se jura por la República; por el otro se recorren provincias donde es difícil encontrar vestigios de ese concepto.
No se trata simplemente de cinismo político, sino de las deformaciones del federalismo argentino y del caudillismo, fortalecido durante estos años pero preexistente. El kirchnerismo fomentó estos clivajes porque le servían para dominar. Si miramos toda esta variedad bajo el microscopio de los municipios, se encontrarán complicaciones bastante mayores. Los mismos políticos que hablan de “la República” han puesto en primer lugar intereses distritales.
Concebir la política electoral de este modo deja a muchos afuera. Y deja afuera, en primer lugar, la indispensable discusión de reformas que la política necesita para no ser solamente la gestión del poder estatal y la manipulación de sus recursos. Sin ideas, la política son los hechos consumados y la cruda relación de fuerzas.
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Jorge Fontevecchia no hace su habitual contratapa por encontrarse de viaje.