Como alguna estrella menguante sobre el cielo encapotado, los Estados Unidos –a pesar de los pesares– pueden no verse en el firmamento internacional, pero que están, están. Las naciones que hablan el persa celebran el nowruz, primer día de la primavera. Manouchehr Mottaki, el ministro de Relaciones Exteriores iraní, lo festejó en la afgana ciudad norteña de Mazar-e-Sharif, junto con sus pares de Afganistán y Tajikistán. Las imágenes y las conversaciones habrán sido registradas por los satélites de órbita baja Lacrosse, en medio de espasmos astrales, por los KH telescópicos, brillantes como gemas indiscretas, y por los Leo con sus oídos de tísico. Es que la reunión, que culminó con la firma de un acuerdo de 24 artículos mediante el que las tres naciones se comprometen a expandir la cooperación, reviste sumo interés para los Estados Unidos, máxime cuando todavía resuena el “si vosotros cambiáis, nosotros cambiaremos”, con el que el líder supremo de Irán –el gran ayatolá Alí Jamenei– despachó a Barack Obama ante su petición sin precedentes de acercamiento. Irán pareció ratificarles a los norteamericanos que tiene influencia regional, y que es posible que reviva el Frente Islámico Unido para la Salvación de Afganistán (conocido por la prensa occidental como la Alianza del Norte), destinado a luchar contra los talibanes, lo que podría colisionar con la estrategia estadounidense de reclutar a “talibanes moderados” para combatir contra la insurgencia y moderar el daño que ésta le inflige a las rutas de abastecimiento para las tropas que tiene destacadas en Afganistán.
En cuanto a las relaciones ruso-norteamericanas, y poniendo en evidencia que en materia diplomática lo único viejo son los trapos, durante las últimas semanas han visitado Moscú tres ex secretarios de Estado, tres ex senadores y un ex secretario de Defensa de los Estados Unidos, todos experimentados actores antes o después de la Guerra Fría. Algunos recuerdan que durante 2002, el entonces presidente George Bush se internó en la lectura de Dostoievski porque alguien le había soplado que el secreto de las buenas relaciones consistía en comprender el alma rusa. Nadie le aclaró que incursionar en el autor de Memorias del subsuelo era necesario pero no suficiente.
Aunque los rusos creen que Estados Unidos no quiere hablar de otra cosa que de los tratados sobre armas nucleares, la presencia el 19 de marzo pasado del ex secretario de Estado Henry Kissinger en Moscú, adelantando una visita de Obama prevista para el mes de julio, parecería dar a entender que el tono de la relación podría seguir profundizándose. La expansión de la OTAN hacia el Este y la defensa antimisiles son personajes en busca de ambos actores. En este caso, habrán bizqueado los Kobalt rusos, que modifican la altura de la órbita gracias a combustibles hipergólicos, habrán aguzado los tímpanos cónicos los Persona, para no dejar de retransmitir ni una sola palabra a sus cuarteles generales moscovitas, y hasta es posible que les haya echado una mano alguna versión alfa del Spektr-UF, capaz de identificar individuos valiéndose de la biometría, aunque está previsto para dentro de unos años.
Pero con el alma rusa, nunca se sabe.
Otros enjambres de erizados satélites espía esperaron a Hillary Clinton sobre México para cubrir –como periodistas suborbitales– la visita en la que se trató la creación de planes de contingencia para movilizar tropas a las zonas de frontera. El incontenible despegue de las organizaciones del narcotráfico, que han diversificado sus actividades y han aplicado metodologías terroristas, causó que se catalogara a México como “Estado fallido”, lo que encendió flamígeras discusiones en suelo azteca. “Estado débil”, “Frágil”, “Jaqueado”, son algunos de los eufemismos con los que se ha tratado de alzar la lápida que todos los días deja caer la fúnebre tarea de los sicarios y la delincuencia organizada. El concepto de México como “Estado fallido” se echó a rodar a comienzos de año en el Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos, cuando lo equiparó con Paquistán, en punto a que en las dos naciones podrían surgir conflictos que harían “indispensable” la intervención de tropas. El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de América del Norte del Senado, Luis Alberto Villarreal (PAN), alimentó la esperanza de que la visita de Obama a México sirva para quitar al país la etiqueta de “Estado fallido”, y se deje de escribir “esa sarta de estupideces”. Es lo último que se pierde.
Mientras la señora Clinton visitaba México, el Reino Unido recibía a ejecutivos de los bancos top de Estados Unidos, Japón y Europa en Londres (J.P. Morgan, Chase, HSBC). Habida cuenta de que hablaron de regulaciones orientadas a prevenir crisis futuras en el marco del derrumbe de las hipotecas subprime, no debe de haber habido tiempo que les haya alcanzado. Tampoco habrá sido suficiente la semana que el presidente uruguayo Tabaré Vázquez pasó en China, entrevistándose con líderes locales y firmando convenios de cooperación bilateral. “Estamos muy lejos geográficamente, pero coincidimos también en la defensa de un mundo multipolar y en el respeto mutuo”, dijo el primer ministro chino Wen Jiabao al recibir al mandatario uruguayo en su residencia de Zhong Nan Hai, desde donde Vázquez viajó a Shanghai. El uruguayo anotó que la no injerencia en los asuntos internos y la defensa de la libertad son otras de las coincidencias entre ambos países. El jefe del Ejecutivo chino elogió a su huésped subrayando que era “un político con una visión muy a largo plazo”.
Medios especializados especularon con que en ocasión de la Cumbre de Líderes Progresistas citada en Viña del Mar para el 28 de marzo, la presidenta Cristina Fernández y el primer ministro británico Gordon Brown tendrían un aparte para intercambiar posiciones en torno a la cuestión Malvinas. Habida cuenta de los esfuerzos y los frutos que arrojó el intercambio, no les habrá quitado demasiado tiempo respecto del resto de sus actividades oficiales. Los satélites espía, por su carácter, no necesitaron estar invitados. El punto es si les habrá interesado.