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Defensor de los Lectores

Cordera, redes sociales y ética

Algo está cambiando en el mundo de la comunicación y en las conductas que éste impone para una adecuada transmisión de informaciones.

Gustavo Cordera en la escuela de periodismo TEA.
Gustavo Cordera en la escuela de periodismo TEA. | pbs.twimg.com
Con respecto a la construcción del mundo virtual, es valioso recordar que hasta treinta o cuarenta años atrás hombres y mujeres conocíamos las historias que nos enseñaban en las escuelas y a través del relato de nuestras familias (…) Hoy vivimos en un mundo donde la historia se ha vuelto doble, donde conviven dos historias simultáneas: aquella que aprendimos en la escuela y la familia, de manera personal, y la que nos inculcan los medios que fijamos a veces subconscientemente (…) Es la primera vez que algo así ocurre a la humanidad. Enfrentamos un fenómeno cultural del que no sabemos cuáles podrán ser sus consecuencias”.

Esto lo escribió el maestro de periodismo polaco Ryszard Kapuściński en Los cinco sentidos del periodista (Fondo de Cultura Económica, 2003), planteando uno de los múltiples dilemas con los que nos encontramos los periodistas y la población en general para asimilar de la mejor manera los cambios acelerados que se vienen dando en instrumentos, lenguaje, formas y hasta el abordaje ético del acceso a la información.

Al comenzar la semana que terminó ayer, sucedió en el ámbito académico interno de una escuela de periodismo un acontecimiento que saltó a las primeras planas de los medios argentinos por el contenido de un tramo de la presentación que hizo el roquero Gustavo Cordera ante los alumnos del primer año de la Escuela Tea Arte. En verdad, la cuestión trazó un novedoso escenario en el que se mezclaron las crudas, repudiables, afirmaciones del disertante justificando la violencia contra la mujer y denigrando el respeto que ésta merece; reglamentos escolásticos dispuestos por la institución acerca de cierta privacidad para lo que dicen sus invitados; los límites a la difusión de lo que allí se dice por parte de los alumnos; y –en esto se observa la gran novedad fundada en cambios paradigmáticos que se vienen dando con la disrupción generada por las redes sociales– el derecho que tiene un estudiante a informar en esas redes algo que le ha sucedido y que considera necesario difundir.

Los lectores de este diario –que tuvieron ayer un amplio informe sobre el tema en la edición de PERFIL– son conscientes de que algo está cambiando en el mundo de la comunicación y en las conductas que éste impone para una adecuada transmisión de informaciones. Y entre esos cambios, entiende este ombudsman, está el adaptar a los nuevos aires ciertas cuestiones que se han dado como verdades absolutas hasta no hace mucho tiempo. 

Cuando ejercía la docencia, compartía la decisión de que los alumnos –por ser tales y no profesionales sino en tránsito a serlo– no debían publicar los frutos de su aprendizaje, salvo algunas excepciones para las cuales sus docentes actuaban como editores y abrían o no el cerrojo para la publicación externa. Pero de pronto irrumpieron las redes sociales. Y entonces comenzó a cambiar la mirada, porque una publicación en el muro personal de un estudiante con olfato periodístico se puede transformar –éste es el caso– en el vehículo para que la sociedad acceda a una noticia que, de otro modo, probablemente quedaría encerrada entre las paredes del aula. ¿Qué es lo más importante en este cambio? Pues, simplemente, el derecho a la información, que es lo que el estudiante en cuestión generó con su texto en Facebook, viralizado en segundos y transformado en una de las noticias más leídas en medios de todo tipo. 

La cuestión ética está presente con claridad en estos hechos que han generado un saludable debate entre quienes ejercemos este oficio, con miradas diferentes aunque tengamos coincidencias sustanciales en lo esencial. “Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”, escribió Albert Camus poco antes de morir en su manuscrito inconcluso El primer hombre. Y eso sigue siendo una verdad absoluta. Ahora bien: ¿cumplió el alumno con su responsabilidad ética? La respuesta es sí: no recurrió –y pudo haberlo hecho (aunque violando el reglamento interno de su escuela terciaria), porque semejante material, en exclusiva, le hubiese abierto las puertas de cualquier sello periodístico– a la publicación en medios de comunicación masiva. Simplemente posteó lo sucedido, poniéndolo como una experiencia personal, en su muro de Facebook. Lo que vino después, aunque previsible, no fue su responsabilidad sino el estallido viral de un tema que es de interés público. 

En un trabajo para la Universidad de Palermo, donde cursaba, otro estudiante –Guillermo Jesús Martínez– concluía: “Los periodistas son trabajadores (…) que muchas veces penan por conciliar su trabajo con la responsabilidad inherente a su profesión (…) El oficio cambió con el advenimiento de la tecnología que permite transmitir las noticias de manera fácil e inmediata. (…) Y de ahí la batalla instalada”.