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El discurso del peronismo es más proclive a cultivar el mito edénico.

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A propósito de la irradiación de la fe religiosa sobre la política, un cordial lector, el señor Sagastume, comentaba, el otro día, que eso lo hacía pensar en el peronismo. Tiene razón pues, en efecto, no parece posible en la Argentina decir nada sobre política sin hablar del peronismo. El peronismo, por otra parte, con su fervor de santidades (San Perón, Santa Evita) y sus mitos de resurrección (la de Evita, concretamente), asume de forma expresa esos ecos de religiosidad. Solo que, a diferencia del empeño actual por parte del Gobierno en mirar para adelante y en creer, porque sí y contra toda evidencia, en lo que vendrá, el discurso del peronismo es más proclive a cultivar el mito edénico: un pasado ideal que ha quedado atrás y al que es preciso regresar o, tanto mejor, hacer que regrese.

Por eso su figura preferida suele ser la de la vuelta: desde el “Volveré y seré millones”, que fue atribuido a Evita, pasando por el “Luche y vuelve” y el “Perón vuelve” de la resistencia, hasta el actual “Vamos a volver” que profieren los kirchneristas (y a propósito: Marta Lynch, de quien nos ocupamos el otro día, viajó en aquel vuelo de Alitalia que traía a Perón al país en 1972).

Aun en el marxismo, hay que decirlo, a pesar de su cientificismo laico de origen, o tal vez en razón del mismo, existe una cierta resonancia por la cual revolución y redención mesiánica pueden entrar en una singular correlación.

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Lo señaló Walter Benjamin en 1939, con sus “Tesis de filosofía de la historia”, interfiriendo esa teleología (y la teología de esa teleología) con una apelación al azar de evidente inspiración surrealista. En esa clave, precisamente, parecen haber avanzado, por caso, Louis Althusser o Toni Negri, desplazando la certera ineluctabilidad por medio de lo aleatorio o de lo abierto.

Ni eterno retorno ni el único camino, entonces, sino la posibilidad, y aun la necesidad, de lo radicalmente nuevo.