Resulta evidente que algo está ocurriendo en la comunidad internacional para proteger al Artico: el Parlamento Europeo aprobó hace unos días una resolución para que la zona inhabitada alrededor del Polo Norte sea declarada área protegida, tal como Greenpeace demanda desde hace más de dos años.
En septiembre del año pasado treinta activistas de Greenpeace, entre los que se encontraban los argentinos Camila Speziale y Hernán Pérez Orsi, fueron arrestados y encarcelados durante dos meses en Rusia, precisamente por exigir que las compañías petroleras y la industria pesquera dejen de operar en este ecosistema esencial para mantener el clima del planeta estable y reducir, entre otras cosas, las probabilidades de una catástrofe natural.
Poner fin a estas amenazas es clave para el futuro del mundo y así lo entendemos las más de cinco millones de personas que adherimos a este movimiento que fue escuchado, en primera instancia, por Finlandia –país pionero en adherir al pedido de crear un santuario en el Artico– y ahora por el Parlamento Europeo cuya medida promueve una fuerte protección ambiental para la región.
De aprobarse esta resolución, estaríamos en presencia de la mayor zona protegida del planeta, lugar de conservación de peces, especies que habitan el hielo –como los osos polares–.
Sin embargo, y en contraposición con estos avances, siete de los ocho miembros del Consejo del Artico –entre ellos Noruega, Dinamarca, Canadá y Rusia–, se han resistido a establecer un marco legal de protección permanente de esta región y permitieron la presencia y actividad de plataformas petroleras en la zona. El planteo de los eurodiputados representa una clara ruptura con esta posición.
Además, la resolución abarca medidas para prevenir la pesca industrial en alta mar, que hace apenas un mes atrás fueron rechazadas por cinco de los países que controlan estos mares. No lograron un acuerdo para poner límite a la pesca, y simplemente llamaron a los países a obedecer reglas que en verdad no existen.
Por otro lado, es cierto que hay “grises” en este documento. El texto solicita un “enfoque cauteloso” en cuanto a la explotación de energía en el Artico, pero desde nuestro punto de vista esto sólo puede significar una cosa: la prohibición de las perforaciones. Si realmente queremos proteger este frágil territorio entonces no podemos permitir que las plataformas de petróleo y los buques de perforación se le acerquen.
Ahora resta preguntarse cuál será el impacto, tanto dentro como fuera de Europa, de esta resolución. Es seguro que los estados costeros se comportarán correctamente en público, pero en privado la historia será otra. Deberían entender que nadie está amenazando su soberanía, sólo su enfoque.
Esta semana se cumplió el 25º aniversario del derrame de petróleo de Exxon Valdez en Alaska, un accidente que probó que es imposible contener el crudo, recuperarlo y limpiarlo y en el que se gastaron más de dos billones de dólares en el intento, con una recuperación de sólo el 7%. En 2010 BP gastó 14 billones tratando de limpiar el derrame del Golfo de México con un porcentaje que no alcanza el 3% de la superficie de crudo que cubrió el mar y las playas.
En aguas heladas como las del Artico, donde el clima y las características del lugar lo hacen más inaccesible, este porcentaje disminuye y la consecuencias es un daño ambiental permanente que las empresas y gobiernos tienden a subestimar.
En 25 años el mundo pasó de usar 63 millones de barriles promedio por día de petróleo a 91 (Estados Unidos usa veinte del total); las guerras por este recurso se intensificaron y los niveles de dióxido de carbono van en aumento. El derretimiento de la mitad del hielo oceánico es la prueba de ello: los glaciares desaparecen, las sequías, inundaciones y temperaturas extremas van en aumento y sus consecuencias se pagan con la vida de millones de personas.
El Océano Artico es prácticamente uno de los últimos espacios vírgenes del planeta, vital para la humanidad, y así debe permanecer.
*Coordinador de la campaña del Artico para Greenpeace en la Argentina.