A fuerza de endurecimiento de la política monetaria (suba de encajes y tasas), canje de Lebac por títulos públicos en moneda extranjera (o atados al dólar) y venta de más de US$ 3 mil millones provenientes del FMI, las autoridades económicas estabilizaron el mercado cambiario: el tipo de cambio de referencia cerró julio debajo de $ 27,5 por dólar, retrocediendo más de 5%.
Aplacar la corrida cambiaria es un requisito básico para dejar atrás la crisis, pero se logró a un costo elevado: crecieron los vencimientos en moneda extranjera de corto plazo y la tasa de interés se encuentra en niveles incompatibles con el funcionamiento del aparato productivo (el costo del financiamiento superó 50% anual). El apretón monetario no puede sostenerse mucho tiempo: la cadena de pagos está resentida y puede romperse en el eslabón más débil (pymes). Es por ello que las autoridades económicas comenzaron a testear la fortaleza de la tregua alcanzada: la tasa de interés de referencia comienza a reducirse y el Ministerio de Hacienda anunció que subastará solo US$ 50 millones diarios de los US$ 7.500 millones aportados por el FMI al Tesoro (la otra mitad de los desembolsos fue al BCRA para reforzar reservas).
La clave para que el proceso de normalización del mercado cambiario/monetario sea exitoso (sin nuevos sobresaltos) pasa por reducir las expectativas de depreciación. Estas dependen principalmente de la capacidad del gobierno de reabrir el acceso al mercado de capitales externo. En la actualidad, el tipo de cambio real de nuestra economía no está atrasado pero tampoco es muy competitivo: alcanza para promover la producción transable y para reducir sensiblemente el déficit externo, pero no para generar las divisas genuinas que, junto a los desembolsos del FMI, permitan cubrir todos los vencimientos de la deuda pública en moneda extranjera.
La calma cambiaria impactó positivamente sobre el precio de los bonos soberanos: el riesgo país cerró julio a 550 puntos básicos (p.b.) tras superar los 600 p.b. a principios del mes. Sin embargo, está lejos de los valores de principios de año (350 p.b.), en un contexto en que la tasa internacional de referencia sube sin prisa pero sin pausa. Ya sea porque los inversores tienen que digerir la masiva colocación de deuda argentina de 2016-17, dudan acerca del cumplimiento del acuerdo con el FMI o consideran jaqueada la permanencia de Cambiemos en el poder, la batalla por reabrir el acceso a los mercados no está ganada.
Mientras el Ejecutivo trata de alcanzar un equilibrio de tipo de cambio y tasas de interés más razonable, el deterioro de la economía real se profundiza. Los primeros datos de actividad y empleo de junio confirman que la recesión se extendió a las demás ramas productivas (ya no solo a la agroindustria) y al mercado laboral.
Para peor, la inflación no da tregua: rozó 3% en julio y los incrementos de precios regulados anunciados para agosto (prepagas, combustibles, transporte público, electricidad) impulsarán el alza de precios a 2,5%. De esta manera, incluso el decreto que permite a los gremios privados aplicar aumentos salariales de 5% entre julio y agosto se quedará corto frente a la inflación del bimestre. Además, la suba del IPC nacional alcanzó 29% i.a. (banda interior del límite superior del acuerdo) y se encamina a superar 32% i.a. en los próximos meses (banda exterior-límite superior del acuerdo), lo que implica una reunión con el directorio del FMI por el desvío.
Por el lado fiscal, se observa un posible sobrecumplimiento de la nueva (más exigente) meta para 2018: el rojo primario nacional acumuló menos de 1% del PBI en el primer semestre. De hecho, frente a la suba de costos de la provisión de servicios públicos (en buena medida dolarizados), el Ejecutivo priorizó subir tarifas para contener el gasto en subsidios, a riesgo de incumplir la meta de inflación. Es que tanto al FMI como a los acreedores externos lo que les importa es que mejoren las cuentas públicas para cobrar sus acreencias.
Por último, los datos post salto cambiario muestran una significativa reducción del déficit externo (intercambio de bienes y servicios). Las importaciones caen producto del enfriamiento de la actividad y del encarecimiento del dólar, mientras que las exportaciones (excluyendo las agroindustriales, afectadas por la sequía) muestran signos de mayor dinamismo.
En síntesis, producto de la corrección de precios relativos, este año la maldición de los años pares vuelve a operar: recesión, aceleración de la inflación y deterioro de los indicadores sociales. La pregunta del millón es si la economía podrá en 2019 recuperar el terreno cedido, como sucedió en los últimos años impares (2013, 2015 y 2017).
Pero lograr una reactivación luce mucho más difícil que en los últimos tres procesos electorales. En primer lugar, el Ejecutivo necesita que se alineen favorablemente dos factores que no controla: mejores condiciones climáticas para el campo; y un contexto internacional sin mayores sobresaltos. Otro año de sequía es un evento poco probable, pero el Gobierno va a necesitar suerte en el frente externo, ya que se espera menor liquidez en los mercados financieros y mayores tensiones comerciales.
En segundo lugar, el Gobierno tendrá que mantener una política monetaria y fiscal contractivas para cumplir la meta fiscal e inflacionaria. Tampoco podrá atrasar el tipo de cambio bajo el programa del FMI: el requisito de acumular reservas en un esquema de libre flotación implica un tipo de cambio real alto. La única herramienta disponible para hacer política expansiva en 2019 será el crédito: proyectos de infraestructura financiados por privados (PPP) y préstamos personales a jubilados y beneficiarios de planes sociales (provistos por Anses) para apuntalar el consumo.
Finalmente, el año que viene la estabilidad cambiaria y financiera dependerá en buena medida de las chances de que Cambiemos retenga el poder. Si los agentes económicos perciben un cambio de signo político, habrá mayor dolarización de activos y salida de capitales, abortando la recuperación.
En conclusión, es posible que la economía crezca en 2019 pero poco probable ya que tienen que cumplirse varias condiciones en simultáneo. Y sin crecimiento las chances de cumplir el acuerdo con el FMI son prácticamente nulas. La economía argentina se encuentra en una encrucijada y la única forma de salir airosa es que se alineen todos los planetas.