Creer sin duda es uno de los mayores desafíos para el ser humano. Proviene del latín, credere y exige cierto grado de veracidad respecto a algo que no se conoce de manera directa y, por lo tanto, no se detenta. Encierra en sí mismo un tinte de fe: certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve. La fe sin obras es muerta por el simple hecho que requiere de una ejercitación para activarla y hacerla crecer.
Aguardar en la parada del ómnibus el arribo del transporte público conlleva en si mismo un acto de fe casi natural. La naturalización opera de forma automática sin ser cuestionada. Con el tiempo se torna en una práctica internalizada traspasando la barrera de lo creíble, al transformarse al mismo tiempo en exigible. Ya no “se espera” el bus sino que “debe” pasar.
Así como para el iuspositivista austríaco Hans Kelsen (1881-1973) la validez de una norma jurídica se basa en otra anterior que también lo sea, para el ciudadano la exigencia sobre un gobierno descansa en la credibilidad, sustento de legitimidad.
En una campaña política, las promesas están “a la venta”. Una vez que resultan creíbles “son compradas” por los ciudadanos-consumidores. Ya en sus manos se convierten en productos exigibles. Quien detenta en su poder esa promesa de campaña cuenta ahora con una legitimación activa para demandar al candidato que resultó ganador.
La ausencia de credibilidad produce desencanto. Esa ruptura que opera en el fuero íntimo del ciudadano es lo suficientemente profunda como para desgarrar el pacta sunt servanda. El ahora gobernante quebró el pacto firmado con la ciudadanía que rezaba: guardar la palabra empeñada. Algo tan preciado como la esencia misma del acuerdo, repercute en el resto de los sistemas: el económico, político, social.
La reacción de los mercados económicos en Brasil es un fiel reflejo de un mal endémico que nació primeramente en una credibilidad política viciada.
La matriz corrupta en la clase dirigente tira por la borda todo tipo de mensaje de lealtad que pueda esperarse de las masas.
Según el FMI, el PIB de América Latina caerá 0,3% en 2016 a causa de la recesión técnica brasilera. Se analiza un descenso que llegará a un 3,5%. En 2015 el retroceso llegó a 3,8%. Asimismo se pronostica estabilidad con crecimiento cero para Brasil en 2017.
A 10,67% llegó en 2015 la inflación pasando la tolerancia oficial. Por su parte el real se depreció un 48,3% ante al dólar estadounidense.
Los mercados reaccionan de manera automática frente a la crisis de confianza hacia el gobierno y las instituciones. El desplome de la imagen de Dilma Rouseff en parte habla de ello. En un mismo escenario Lula da Silva es investigado por corrupción.
Bolivia le dijo NO a Evo Morales con más de 51% de los votos en el referéndum del pasado 21 de febrero, con el que pretendía la reforma de la Constitución para una reelección por cuarta vez en 2019.
Venezuela le dijo NO a Nicolás Maduro en las elecciones para la Asamblea Nacional, con una derrota que alcanzó 70% de los votos.
Ecuador encontró a su líder dando un paso al costado de manera antedatada, antes de recibir la reprobación social.
Argentina no queda excluida de este panorama a partir del resultado de las elecciones presidenciales.
El acuerdo tácito a lo largo de la región es una muestra cabal del fin de las incompetencias de los populismos latinoamericanos vacíos de contenidos y cargados de sentidos metafóricos que lejos de propender al bienestar de los pueblos acarrean miserias humanas.
Al que cuida bien lo que vale poco, también se le puede confiar lo que vale mucho. (Lucas 16:10)
El desafío ya no es mantenerse en el poder, sino cambiar el modus operandi de servir en política al prójimo.
(*) Analista Política Nacional e Internacional. En Twitter: @GretelLedo.