“Han fusilado a Dorrego, la patria está desangrando, por la ambición del poder la libertad peligrando. Revuelo de ponchos rojos pal’lado e la Guardia ‘el Monte, ya viene don Juan Manuel trayendo la paz y el orden. ¡Qué viva el Restaurador, grita el pueblo y se alboroza! ¡Viva la Federación y don Juan Manuel de Rosas!”
Roberto Rimoldi Fraga. (Folclorista y yerno del dictador Alejandro Agustín Lanusse).
Si uno tomara literalmente los exabruptos históricos y políticos con que nos bombardean hasta el hartazgo Cristina y su señor esposo, debería llegar a la conclusión de que la Argentina no está a punto de despegar con la excusa del cada día más próximo Bicentenenario, sino al borde de la anarquía y la guerra civil.
El viernes, en un Salón de la Mujer adornado por ella misma con fotos de las Madres, Mariquita Sánchez de Thompson, Alicia Moreau de Justo y Tita Merello, entre otras, la presidenta se comparó con Manuel Dorrego, el popular caudillo federal fusilado por Juan Galo de Lavalle el 13 de diciembre de 1828.
Dijo CFK, con ira en los ojos e ironía en el tono profesoral: “Esto es parte de la historia de los siglos XIX y XX, no del siglo XXI. Tal vez ya no se repitan esos fusilamientos. O tal vez haya surgido otro tipo de fusilamientos, tal vez mediáticos... ¿No?”.
De los dichos de la Señora se desprendería que Clarín está a un tris de convertirse en una especie de Lavalle posmoderno.
Tras largos años de romance, el multimedios conducido por Héctor Magnetto ha descubierto de golpe que los Kirchner son autoritarios y promueven un discurso único, justo cuando el oficialismo se empecina en quitarle buena parte de los negocios que le ayudó a consolidar cuando los medios del holding trataban bárbaramente bien al Gobierno.
Al asumirse Dorrego, Cristina sólo le otorga a Clarín el derecho a considerarse víctima de un virtual asesinato y despellejamiento, que así terminó Lavalle el 9 de octubre de 1841. Y, tan nervioso como en efecto está, Clarín ya parece no hacerle asco a nada. También se asume como víctima.
Tanto Dorrego como Lavalle fueron subordinados de José de San Martín. Eran tipos muy jodidos los dos. Nuestro Santo de la Espada, quien tampoco era un santito pero tenía más claro que ninguno que sin unión jamás habría país, se quedó con las ganas de fusilar a Lavalle en Chile, pero le tuvo lástima pese a sus frecuentes bravuconadas. A Dorrego lo desterró en Santiago del Estero por reirse de Manuel Belgrano: a sus chistes sobre la voz aflautada y el acento castizo del creador de la bandera en las formaciones se debe la injusta fama de marica que sigue circulando hasta hoy en los actos de la secundaria.
San Martín no era unitario como Lavalle ni federal como Dorrego. Si bien su corazoncito parecía inclinarse más hacia los federales, creía que el futuro argentino dependía de que ambos depusieran sus armas o de que uno se impusiera defintivamente sobre el otro. Quiso volver a Buenos Aires cuando Dorrego asumió el mando, pero pegó la vuelta desde Montevideo apenas se enteró, en febrero del ’29, de que Dorrego había sido fusilado. Nunca más volvió, ni con Juan Manuel de Rosas, a quien tuvo la gentileza de regalarle su sable con la ambición de que ese acto simbólico consolidara la estabilidad política. Mañana se cumplen 159 años de su muerte. Aún nadie lo homenajeó con semejante grandeza.
Aparte de su astucia política y su habilidad militar, Dorrego había logrado hacerse del gobierno porteño gracias a la influencia de su diario, El Argentino, que nada tenía que ver con los antepasados del empresario kirchnerista Sergio Bartolomé Szpolski pero también era sostenido con fondos públicos. Los unitarios le hacían la contra desde otro pasquín, El Pampero. No se trataba de medios independientes, por supuesto. Eran enfáticamente partidistas. Es decir, fanáticos.
Por sus dichos y sobre todo por sus actos, el matrimonio Kirchner ha explicitado sus preferencias un periodismo cuyo principal interés editorial radique en las necesidades políticas del Gobierno. Dorrego, desde El Argentino, fue el primer líder local autorreivindicado como representante de “los descamisados”. Cristina y Néstor pretenden tener uno, diez, cien medios que los instalen como exactamente eso.
Imponer su relato los obsesiona tanto que, en medio de una crisis internacional impresionante que ya pega muy fuerte en las cifras de pobreza y desempleo nacionales, han colocado en el centro de la agenda tres cosas que son, en realidad, una sola: facultades delegadas, superpoderes y cambio de las reglas de juego en la radiodifusión. Hoy, el “fútbol gratis para todos” ocupa más tiempo en las agendas de los principales funcionarios gubernamentales que cualquier otra cosa.
Lo más triste es que los Kirchner, ya enfermos de su juego al todo o nada, sólo atrasan. Dividen. Apuestan más al veneno que al remedio. Se autofusilan todo el tiempo, en fin.
Volver un siglo y medio después a la lógica federales-unitarios, aunque sea maniquea o mediáticamente, sólo sirve para que Don José siga dando marcha atrás, muriéndose de viejo en la lejana soledad de Boulogne Sur Mer.