COLUMNISTAS

Cristina, Kadafi y Dilma

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INFLACION EN BRASIL, tapa de revista Veja.

Inicialmente, las revueltas en los países del norte de Africa y Medio Oriente fueron atribuidas a cuestiones religiosas, ideológicas, nacionalistas, culturales, etarias y cibernéticas. Si bien todas ellas nunca dejaron de jugar algún papel en cada desenlace –distinto en Túnez que en Egipto, o en Egipto que en Libia–, en ningún caso fueron la causa primordial. Como generalmente sucede en cualquier estallido, la causa fue económica. Y como también sucede en cualquier cambio disruptivo, se lo prefiere revestir de un ropaje más poético (lo mismo sucede en la Argentina actual con la recuperación de la década perdida).

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Es que el último año el precio internacional de los alimentos ha subido más que nunca, arrastrando a la pobreza a millones de habitantes de países importadores de comida, sumado a que ya venían golpeados por la recesión de 2009, de la que nunca pudieron recuperarse los países de la denominada zona económica del euro, que incluye, además de los europeos, a los norafricanos y de Medio Oriente con costas en el Mediterráneo y sus vecinos más estrechos.

El aumento del precio mundial de los alimentos es una bendición para países como Argentina, que producen cantidades de algunos cultivos diez veces mayores que sus necesidades de consumo y pueden exportar el noventa por ciento de varios de ellos, pero al mismo tiempo es una desgracia para los países importadores de alimentos como Egipto, uno de los principales importadores de trigo del mundo, porque produce la mitad de lo que consume.

Gregory Barrow, portavoz del Programa Mundial de Alimentos dependiente de la ONU, declaró a la BBC que “es posible que incidentes como los registrados en Egipto y otros países se repitan si los precios continúan a estos niveles o siguen aumentando. Principalmente en países pobres, subdesarrollados, donde los habitantes tienen que gastar una cantidad significativa de sus ingresos en comida, en momentos en que los precios de los alimentos suben, la gente se encuentra súbitamente sin la posibilidad de afrontar otros gastos importantísimos en su vida, como la escuela de sus hijos, el transporte, el alquiler de su casa o los servicios médicos, y así se generan los conflictos civiles que hemos visto últimamente”.

Similar es la visión de Abdul Abbassian, secretario intergubernamental para granos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), para quien “esta región tiene además un problema significativo de falta de tierra cultivable y escasas fuentes de agua. Los productores en estas zonas tienen oportunidades muy limitadas de expandir la superficie donde plantar y cosechar”.

Una situación inversa a la que viven Brasil y Argentina, con extensísimas disponibilidades de tierra cultivable, que vienen colocando a los fundadores del Mercosur en la situación macroeconómica más ventajosa de toda su historia, que de continuar así mucho tiempo produciría un efecto de acumulación de riqueza de alguna forma comparable al del aumento del petróleo para los países de la OPEP en los años 70.
El principal cuestionamiento de la oposición a los gobiernos de Lula y del binomio Kirchner es que, a pesar de los logros obtenidos, no mejoraron sus países todo lo que podrían haberlo hecho teniendo la suerte de administrarlos bajo su mayor bonanza.

Pero si la situación es tan favorable, ¿por qué Dilma, al asumir, la primera medida importante que produjo fue un recorte del gasto público de 30 mil millones de dólares? El Congreso brasileño había aprobado para 2010 un gasto público de 385 mil millones de dólares, equivalentes al 18% del producto bruto, y todavía con Lula presidente el mismo Congreso aprobó un presupuesto para 2011 de 453 mil millones de dólares. Dilma rechazó el aumento previsto y volvió prácticamente al presupuesto del año anterior.
¿Por qué si Brasil tiene una inflación anual de apenas el 5,9% cree que debe enfriar su economía, la que percibe recalentada? La explicación nuevamente viene de la mano del efecto que produce el aumento mundial de los precios de los alimentos. Mientras los artículos para el hogar aumentaron en Brasil 5,4% durante 2010, la ropa 6,2% y la educación 6,6%, las comidas y bebidas aumentaron en un año 22,1%.

Otra consecuencia del aumento del precio de las commodities en general –ya no sólo los alimentos– es que el transporte aumentó el 20,8% y la mantención del hogar el 13,3% por el aumento de los precios de los combustibles. Pero nadie puede reducir su ingesta de alimentos sin producir efectos mucho más trascendentes que con cualquier otro consumo. Y en Brasil un producto fundamental para el plato nacional, como es el poroto de feijoada, aumentó el 63%, el lomo el 52%, la picaña el 42% y las naranjas el 31%. Compensaron la leche, que aumentó 18%, el pollo (16%) y la cerveza (9%).
Si en Brasil, con una inflación inferior al 6% anual, los alimentos aumentaron el 22% durante 2010, para un país como la Argentina, con una inflación promedio del 25%, hasta podría resultar milagroso que nuestros alimentos en el mercado interno hayan aumentado en 2010 “sólo” el 31%. Pero que en Brasil los alimentos hayan aumentado 16% por sobre el promedio de inflación (22% contra 6%) y en Argentina sólo 6% más (31% contra 25%) tuvo como costo la reducción de nuestra producción y exportaciones.

Nac & pop. Perón pudo haber sido el presidente con la doctrina apropiada para el comienzo de la segunda mitad del siglo pasado, cuando, terminada la Segunda Guerra Mundial, Argentina dejaba de ser el granero del mundo y se imponía naturalmente la reducción de la importancia relativa de la producción del campo en el conjunto de la economía y la sustitución de importaciones era imperiosa cuando, como decía Raúl Prebisch, cada año hacían falta más kilos de lomo para comprar igual cantidad de kilos de productos industriales importados.

Pero hoy la situación es exactamente inversa: los precios de la industria vienen cayendo cada vez más y los precios de los alimentos crecen. Ya el año pasado, un kilo de lomo valía más que un kilo de un auto de alta gama: 11.535 dólares costaba la tonelada de auto de alta gama contra 12.200 la tonelada de lomo, y la brecha se continuó agrandando.
En las condiciones actuales, sería más efectivo para mejorar la balanza comercial argentina aumentar la producción y la exportación de carne que reducir la importación de autos de alta gama. Pero eso hoy no resulta posible.