Si algo parecía anunciado desde hace tiempo, es la profunda crisis institucional que estalló en el fútbol mundial. Anunciada y a la vez algo inesperada, porque el sistema de la FIFA parecía a prueba de balas.
Dos versiones sobre estos asuntos recorren hoy el mundo. Una es la prevaleciente en la prensa occidental, en muchísimos especialistas y en algunos integrantes de la comunidad de los que viven el fútbol “desde adentro”: estalló lo que era ya insostenible, un sistema armado sobre un castillo de corrupción y negocios poco transparentes. La otra la expresó concisamente hace dos días Vladimir Putin: las potencias occidentales y sus aliados no toleran una FIFA independiente que representa a los débiles del mundo; el enfrentamiento, dicen, es entre Estados Unidos, Inglaterra y el sistema capitalista central versus el mundo emergente.
La corrupción es algo viejo en el mundo. Más nuevo es el fútbol convertido en puro negocio. Un negocio montado sobre la genuina competencia, la cual a su vez tenía raíces en la vida social, termina siendo un negocio que puede matar al deporte. Ya lo hemos visto con el box, por ejemplo.
Todo esto lo conocemos bien en la Argentina. Somos un país que vivió y mamó del fútbol con pasión y con intensidad en todas las etapas de su corta y fascinante historia. Sabemos de qué se trata. Los ingleses inventaron el juego con las reglas que conocemos y lo diseminaron por el mundo; entre nosotros prendió fuerte. Fue un acierto, basado en la mezcla de destreza individual para manejar una pelota con los pies, reglas del juego apropiadas e institucionalización. Fue, además, una notable manifestación de la globalización de los tiempos modernos. Pronto la práctica del fútbol se instaló en los clubes que se iban formando pero también bajó a las calles de barrio y a los potreros, donde el talento se expresaba y desarrollaba mejor que en los colegios y las universidades. Era deporte en el sentido más puro de la expresión; y deporte inclusivo. El juego se institucionalizó y fue incorporando gradualmente a otro partícipe que terminó siendo indispensable: el público activo, definido como “hincha”. Poco a poco fue convirtiéndose en un ingrediente indispensable de la cotidianeidad, un ritual semanal del cual pocos pudieron sentirse ajenos. Hasta que llegó la profesionalización; el deporte pasó a ser espectáculo, la destreza de los jugadores, el espíritu de equipo y la pasión alimentada desde las tribunas se fueron tornando espectáculo y negocio. Y el negocio creció –y sigue creciendo–.
Ese tránsito del deporte al espectáculo como negocio atrajo también a la política. La Argentina, por ejemplo, no fue parte de los mundiales desde la Segunda Guerra hasta Suecia por causas políticas; los jugadores que huían literalmente del país contribuyeron a la globalización del fútbol mundial más que ningún otro elemento. Hoy mismo los presidentes, primeros ministros y monarcas de muchos países se involucran en los entuertos de la FIFA; un eje central de la polémica es la duda sobre la competencia de la Justicia de Nueva York para acusar a directivos del fútbol mundial. Y, desde luego, no ha sido un tránsito inocuo. Hace pocos días, a propósito del escándalo en la cancha de Boca –la violencia en las tribunas es otro de los muchos aspectos de la crisis del fútbol– la Asociación Cristiana de Jóvenes emitió una declaración oportuna para rescatar el ingrediente deportivo que estuvo en el origen del fútbol. Esa entidad habla con conocimiento de causa, ya que inventó otros dos deportes masivos de nuestro tiempo, el básquetbol y el vóleibol. El deporte, recuerda, es “un instrumento fenomenal de formación e inclusión. Lo que viene sucediendo en el llamado deporte profesional debiera constituir un alerta”.
Finalmente, para el fútbol ha pasado el tiempo de la señal de alerta. La bomba estalló. Ahora entramos al tiempo de manejar la crisis. El tema se instala en uno de los mayores ejes de los problemas del mundo actual: la corrupción. Deberíamos tratar de que se instale también en otros ejes, por ejemplo, en el rescate de los valores básicos del deporte como un factor de inclusión social. El que se juega en la calle también es fútbol; Defensores del Chaco también es fútbol; las escuelitas de fútbol también lo son. Allí están los fundamentos que no son los negocios, aunque éstos contribuyan a darle prestancia y a tornar viable la espectacularidad de este juego notable por su complejidad y su enorme potencialidad.
*Sociólogo.