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RELACIONES DE PODER

Cruzar la cordillera

La última película de Santiago Mitre refleja un espíritu de época que pone el acento en un transcurrir político cercano al eslogan desprovisto de significados y abundante en significantes.

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Produccion nacional. Película que se presenta como un thriller provocador. | Cedoc Perfil

Hija de un tiempo en el que la política y aquellos que la ejercen son interpelados por el obnubilado prisma del prejuicio, La cordillera se presenta en la cartelera nacional como un intenso y provocador thriller, capaz de “husmear” en los recovecos más oscuros del poder o, simplemente, en el rostro humano de sus miserias. De factura visual impactante y actuaciones sólidas, esta superproducción nacional que insumió casi 6 millones de dólares –entre financiamiento local y extranjero– desmembró la  posible “fórmula del éxito”, y se quedó a mitad de camino. Construida como una alegoría entre las altas cumbres cordilleranas y la parafernalia de un poder que por elevado distorsiona, aísla, aleja, la película transita por una mirada sin sorpresas, plagada de los estereotipos que parecen definir hoy la política. Un relato ambicioso desde lo abarcativo, con algunas historias sin rumbo claro y la irrupción de elementos fantásticos que pueden volver desconcertante el film.

La invitación a completar como espectador parte de la historia queda librada al vacío de lo no dicho, a las muecas que la antipolítica toma de “la vieja política” para emerger por contraste como la máscara en la cual mimetizarse a través de la devaluación constante de la política. Si la dimensión colectiva desaparece en una correlación de fuerzas que dirime pujas, negociaciones e intereses, las directrices personales cobran un nuevo protagonismo. Las principales definiciones pasan a formar parte del humor o los vaivenes palaciegos. Las contradicciones se saldan en las mesas chicas y las decisiones estratégicas penden del humor, la ambición o el ego del mandatario de turno. No hay hechos concatenados o pensamientos holísticos. Las parcialidades no forman parte de un todo, sino de circunstancias más casuales que causales. Las políticas se reducen a la mera gestión tecnocrática.

Esta pincelada de época pone el acento en un transcurrir político cercano al eslogan desprovisto de significados y abundante en significantes. En esta lógica, los líderes se autoconstruyen en su moralidad dudosa, los secretos abarcan partes oscuras de un pasado inabordable, siempre un muerto cuelga del ropero y algún carpetazo amenaza con hacer temblequear a un poder sostenido con alfileres.

Los partidos se diluyen a la par de las representaciones colectivas. La modalidad de la antipolítica apela a individuos desempoderados colectivamente e ilusionados con un destino individual que depende sólo de sí mismos. Probablemente como reacción al anonimato que impone la sociedad de masas, existe un enorme esfuerzo por ser visibilizados, como garantía y testimonio de la propia existencia. La ampliación de derechos viene siendo la respuesta en términos colectivos, mientras las redes sociales alimentan la falsa ilusión de ser registrados y escuchados.

La manipulación y las irregularidades en la comunicación del resultado de las PASO descorrieron velos y máscaras. La “viveza criolla” o la “picardía” exhibida por el Gobierno –y avalada por gran parte de los medios–, que prefirió el golpe de efecto a la credibilidad del resultado, pone en riesgo la confianza y la transparencia acerca de algunas instituciones. Juego peligroso, por cierto, en el que la verdad y la simulación se entrecruzan en un gobierno que parece dispuesto a todo.

Estas relaciones de poder que emergen de un resultado electoral “favorable” que apenas supera el tercio insinúa de acá a octubre avanzar precipitadamente, en un territorio en el que empieza a señalar nuevos aliados, pero sobre todo recientes enemigos. Al estilo de las empresas, el presidente Mauricio Macri ha decidido profundizar la política de “premios y castigos”. Los nuevos destinatarios son los organismos de derechos humanos, los jueces y fiscales díscolos, los mapuches, los sindicatos movilizados, en un intento disciplinador en el que la subordinación se premia y la rebeldía se paga. Ante la justicia del “soberano”, el resto de las voces callan.

Ojalá que esta minoría intensa pueda diferenciar entre la ficción y una realidad dinámica y cambiante. Las altas cumbres nunca están lo suficientemente aisladas ni lo suficientemente lejos.
En algún momento han de interactuar y dar respuestas a “aquellos héroes" –como dice Michel Foucault– capaces de enfrentarse con la “moralidad” de la época.

*/**Expertos en medios, contenidos y comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.