El 12 de mayo de 1812, en plena Guerra de la Independencia, un terremoto destruyó por completo esta ciudad. Mientras bendecían los entierros de más de diez mil personas, los párrocos, en su mayoría realistas, corrían la voz de que el terremoto había sido un castigo divino contra los patriotas que querían independizar a Venezuela. Dicen que entonces Bolívar exclamó:
—Si la naturaleza se opone, ¡lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca!
Hace poco mas de 4 años una voz ganó la calle:
—¡El cerro Avila se va a partir en dos! ¡El cerro Avila se va a partir en dos!
Caracas está enmarcada en un valle de la denominada Cordillera de la Costa, y el punto más elevado del Distrito Capital es el Pico del Avila, con 2.159 metros sobre el nivel del mar.
El apocalipsis tenía fecha fija: el 15 de agosto el cerro iba a partirse en dos y la ciudad sería bañada por el mar. Las emisoras de radio desbordaron de mensajes desesperados de los oyentes, y tanto los periódicos como los noticieros de televisión se ocuparon del asunto. Nadie daba, claro, motivos concretos para tal desastre, pero los caraqueños esperaron la llegada del 15 de agosto con el corazón en la boca. Aquel día llegó y el cerro Avila se mantuvo en su sitio, imperturbable.
—Escucha esto –me dice, cómplice, el poeta y guionista Leonardo Padrón en un restaurante italiano de un barrio elegante de Caracas, rodeado de residencias con alambre electrificado y fardos de púas–. Esta mañana me encontré con una vecina que me dijo: “Mire, señor, tengo 25 millones de bolívares en efectivo y también diez mil dólares”.
—Y ¿para qué los va a usar, por qué anda usted con tanto dinero encima?, le pregunté.
—Si este domingo gana el zambo, eso es lo que me cuesta alquilar una avioneta para irme del país.
Padrón estalla en una carcajada y sentencia:
—Mirá, aquí los venezolanos estamos muy orgullosos de fabricar tres cosas: misses, telenovelas y muchos rumores.
Leonardo es un exitoso protagonista del segundo asunto: sus novelas son las más vistas en el país. Y el azar ha depositado a una mesa de distancia a Osmel Sousa, el creador de Miss Venezuela. Sousa tiene un lejano parecido con Andy Warhol y quienes lo rodean lo reverencian como si fuese una divinidad. En términos de audiencia lo es: su programa es el más visto del país hace décadas, triplica la medición de Aló Presidente y ha generado cinco Miss Universo y cinco Miss Mundo.
Sousa se aleja con su comitiva de acólitos y me quedo mirándolo un rato: lleva cosida en la espalda de su chaqueta una cruz de unos cincuenta o sesenta centímetros, bordada con filigranas, y parece un icono ruso ambulante firmado por Fabergé, el joyero del Zar.
Si no fuera por el tránsito que se atasca afuera, este sitio no parecería Caracas. Pero el tránsito es igual de endemoniado aquí, en el Chacao, que en el centro de la ciudad: parece Tokio a la hora de la salida del comercio. Los automóviles aquí son importados, y el precio de la nafta explica todo: llenar el tanque cuesta un poco menos de dos dólares (sí, dos dólares, no es un error de tipeo).
Pero esta parte de la ciudad, que es Caracas, no lo parece. Aquí todas las paredes están tapadas de afiches de Rosales, el candidato opositor. Manuel Rosales, gobernador de Zulia, la capital del petróleo venezolano, el estado más rico y poblado del país. Rosales fue dos veces alcalde de Maracaibo (la capital de Zulia), tiene menos carisma que un semáforo descompuesto y ha logrado unir a dirigentes ex chavistas de centro izquierda con lo más rancio de la derecha local. (Y cuando uno aquí dice “derecha”, quiere decir “derecha”.)
—¿Qué tiene Chávez de venezolano? –se me ocurre preguntarle a Padrón–. ¿En qué se parece a los venezolanos?
—Chávez es muy venezolano. Es un gran jodedor, es un tipo de hacer bromas– me dice.
—Y ¿en qué mas?
—Es… zambo, así le llamamos aquí a los de tez oscura. Tiene… cara de pobre.
Siento, por un segundo, que Leonardo se arrepintió de lo que acaba de decir. Hay un silencio, y luego de algunos segundos, retoma el hilo:
—… Mira… Chávez, qué sé yo, ¡cuando se encontró con la Reina de Inglaterra le dio un abrazo! ¡En ese momento la custodia de la Reina casi le salta encima!.. Es sencillo, afectuoso y también es cuentero, y fabulador. Es muy venezolano.
—Aquí –sigue Leonardo– somos muy de tocarnos al hablar, de llamarte “hermano”. Mira, imagínate que te subes a un ascensor que baja desde un décimo piso. Cuando subes hay tres personas más. En el octavo piso nadie dice nada, pero cuando ya vas por el cuarto están todos charlando como si se conocieran de años. Y cuando salen se despiden a los abrazos. Así somos.
Salgo del restaurante con destino al centro y a los pocos minutos vuelvo a estar en estado de embotellamiento. Gabriel, el fotógrafo, me explica que toda esta zona vigilada, limpia y bien mantenida pertenece a otra alcaldía, manejada por la oposición. Avanzamos por la Avenida Libertador a paso de tortuga enferma y se ve con claridad el límite entre ambas zonas: los jardines terminan y empiezan las paredes descascaradas, las calles sucias, las luces rotas. Gabriel, que hasta entonces sacaba el brazo por la ventana del conductor, ahora la cierra y traba el seguro.
“He perdido la voz”. El Palacio de Miraflores ocupa varias manzanas en el centro oeste de Caracas, cerca del casco central de la ciudad. Fue construido por un conde italiano durante el mandato del general Joaquín Crespo en 1884, pero recién se ocupó en 1900, durante la presidencia del general Cipriano Castro. El tránsito está interrumpido en la esquina anterior y, según el humor de los soldados, el visitante debe acceder por la vereda izquierda o la derecha. Grupos de cincuenta o cien personas hacen cola en una de las paredes laterales, y todo delata que han pasado allí la noche. La gente se renueva día a día, y están allí esperando para pedir alguna cosa: necesitan vivienda o comida, o algún trabajo. Han formado parte del paisaje urbano todos los días de todo el año, pero el jueves por la mañana las veredas están vacías y sólo quedan algunas manchas en la pared. Me dicen que el gobierno decidió sacarlos por la cercanía de las elecciones. A las ocho de la mañana del jueves, unos trescientos periodistas comenzaron a apiñarse en un hall de espera para cubrir la única conferencia de prensa que daría el presidente Chávez. Al llegar a la entrada del Palacio debía presentarse la correspondiente acreditación (tramitada desde semanas atrás) y dejar allí el pasaporte para recibir, además de la credencial, otra que decía “Invitado Especial” o “Apoyo”, y pasar por un detector de metales. Con ambas credenciales colgadas del cuello se llegaba al hall donde una impresionante cantidad de periodistas por metro cuadrado aguardaba otras dos requisas: una de bolsos o valijas y otra para cámaras y equipos técnicos. Más tarde aparecieron dos perros que husmearon a los presentes con discreción. La conferencia de prensa, citada para las 8, comenzó a las 11.30: a esa hora una funcionaria chavista anunció que las preguntas “serían sorteadas” y se aceptarían solamente ocho: cuatro de medios internacionales, dos de locales y una de alternativos. Ya sé que la cuenta da siete, pero así fue.
Nadie explicó los detalles del sorteo, pero es evidente que la suerte no es tonta: primero salió sorteada la CNN. Unos veinte minutos mas tarde Hugo Chávez, vestido con un impecable traje azul, camisa blanca y corbata roja (¿sabrá que ése es el “uniforme” típico de los presidentes norteamericanos?), atravesó el escenario y bajó hasta donde se sentaba la prensa. El revuelo fue total. Yo estaba a pocos metros, y pude escuchar su diálogo con una periodista extranjera. La miró a los ojos, compungido, y le dijo:
—No puedo hablar, me he quedado sin voz después de tantos actos.
La chica sonrió.
—Vamos a tener que hablar así, cara a cara con todos y con cada uno.
La voz del presidente, en efecto, sonaba cascada y disfónica. A esa altura ya lo rodeaban unos treinta periodistas, camarógrafos, fotógrafos y una decena de guardaespaldas que hacían presión. Chávez se abría camino hacia el fondo del salón mientras otro grupo volvía a rodearlo y entonces dialogaba con todos. A esa distancia y sin micrófonos era imposible saber qué le preguntaban ni qué respondía. La escena continuó unos diez minutos y el presidente seguía quejándose por su mala garganta. Chávez volvió sobre sus pasos en una dificultosa vuelta al escenario. Nos cruzamos frente a frente mientras terminaba de responderle a un periodista brasileño. Le extendí la mano y me saludó. No tiene el esperable apretón de manos de un soldado, sino el amable saludo de un profesor, o de un gerente. Le pregunté por qué había tanta diferencia entre las estadísticas oficiales y las de la oposición. Me dijo que de eso, justamente, iba a hablar en un rato. Logró escaparse de la muchedumbre y volvió a subir.
Luego, ocupó un escritorio dispuesto en el centro de la escena, con lápices nuevos, algunos cuadernos y una pequeña pila de carpetas, se acercó al micrófono y comenzó a hablar. Uno o dos minutos más tarde su voz se había vuelto normal.
—Bueno –dijo con una sonrisa–. Se ve que estar aquí con ustedes me ha devuelto la voz. Voy a tener que hacer ruedas de prensa más seguido.
Después habló durante casi cinco horas.
“Habló”, en verdad, es un verbo que no alcanza a describir lo sucedido: habló, cantó boleros, dijo algunos chistes, contó anécdotas de su infancia, se puso circunspecto, tuvo algunos silencios y otros arranques de melancolía, gritó y se llevó varias veces ambas manos a la cabeza.
Aquella mañana anunció, al pasar, que el gobierno había descubierto un complot para asesinar al principal líder de la oposición y que había secuestrado el arma y un vehículo. “Pensaban echarnos ese muerto a nosotros”, dijo. Insistió varias veces en que estaba prohibido que los canales de televisión dieran encuestas de boca de urna, y advirtió que quienes lo hicieran serían ocupados por el Ejército. Ante la pregunta de una periodista del opositor diario El Universal, se divirtió leyendo encuestas y documentos de multinacionales que lo daban como ganador. Y hasta leyó en voz alta el de una consultora del establishment local que advertía sobre “tiempos de inestabilidad si ganaba Rosales”. También, aunque con más reticencia, mencionó su proyecto de reforma constitucional en pro de la “reelección indefinida”.
Esa noche a las 22 fue entrevistado por cuatro periodistas locales en un programa especial difundido por Telesur, Venezolana de Televisión (VTV), ambas oficiales, y las privadas Venevisión (del Grupo Cisneros, quien pactó hace un tiempo un armisticio con Chávez) y Televen. El programa estaba anunciado hasta la medianoche, hora en que los canales cierran su transmisión con el himno nacional.
—Bueno, pasemos el himno y enseguida volvemos, dijo el presidente, que siguió respondiendo hasta la una y media de la madrugada.
En algún momento entre la conferencia de prensa, un acto de cierre de campaña en Ciudad Bolívar y el especial televisivo, brindó una nota exclusiva a Patricia Janiot, la reportera estrella de la CNN.
“Yo no soy de izquierda ni de derecha,yo soy bolivariano”. La primera vez que Chávez se refirió a los Estados Unidos lo hizo con delicadeza: “Nuestra lucha no es contra los Estados Unidos, nuestra lucha es contra la corrupción y este gobierno. Creemos que Estados Unidos no va a interferir en nuestro proyecto porque no está en abierta pugna con su política internacional”. En una de sus primeras entrevistas desde prisión, luego del intento de golpe de 1992, Chávez aclaraba en el diario El Globo del 29 de febrero de ese año: “(En mi proyecto) no hay ningún discurso antiimperialista ni antiyanqui, que, por lo demás, pasó de moda con la época de los sesenta”. Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka, autores de Hugo Chávez sin uniforme, refieren un diálogo en la Casa Blanca entre el diputado Rafael Siñón Jiménez, vicepresidente chavista de la Asamblea Nacional y el ex embajador norteamericano en Venezuela John Maisto, quien le cuenta que “Chávez siempre me decía, cuando hablábamos del tema de los roces con los Estados Unidos: “No se preocupe, embajador, yo sé donde está la raya roja. Yo, esa raya no la voy a cruzar, yo llego a la orillita”. Al recordar la anécdota, Jiménez comentó a los autores del libro: “Tú ves que él tensa, tensa, tensa, pero cuando va a romper, afloja”.
El 72,44% del total del petróleo exportado por Venezuela va hacia Estados Unidos: representa 1,63 millón de barriles por día sobre un total de 2,25 producidos por el país. “Una cosa es George Bush –escriben Marcano y Barrera– y otra la Chevron-Texaco, cuyo representante para América latina, Alí Moshiri, es recibido por Hugo Chávez con los brazos abiertos.
En el primer semestre de 2006 las compras de Venezuela a Estados Unidos ascendieron a más del 140%.El gobierno de Chávez es el sexto socio comercial del gobierno que denuncia desde el Palacio de Miraflores. Venezuela tiene una mejor relación comercial con Estados Unidos que Francia, Brasil o Rusia. Los precios en alza del petróleo lo logran todo: las importaciones de automóviles de lujo crecieron un 30% este año, Caracas abre a cada rato un nuevo supermercado y los restaurantes están abarrotados. Perdón: una parte de Caracas, la que queda cruzando la Avenida Libertador. La otra tiene en la “economía informal” a poco más de la mitad de la población activa: el 52% en 2005. Sobre ese sector, los aquí llamados “buhoneros”, trata la telenovela de Leonardo Padrón que registra hoy récords de audiencia: un amor entre vendedores ambulantes.
Las estadísticas de pobreza difieren según su origen: la prensa y las consultoras privadas hablan del 74% y el gobierno reconoce un 48%, advirtiendo que la cifra se encuentra en progresiva reducción gracias al efecto de las “misiones”. Las misiones son programas implantados por Chávez desde 2003 y que llevan distintos nombres: Misión Robinson (plan de enseñanza de lectura y escritura en los barrios populares), Misión Ribas (para facilitar los estudios primarios), Misión Sucre (para secundarios y universidad), Programa Médico Asistencial Barrio Adentro, Misión Vuelvan Caras (de capacitación integral) y Misión Mercal (alimentario, son supermercados populares con precios un 40% menores a los del comercio privado). La oposición fustiga a Chávez por sus planes sociales, pero han sido en efecto de gran utilidad, más allá de que fueran dirigidos a su base electoral. El chavismo duplicó el presupuesto de Salud, entrega desayuno, almuerzo y merienda en las “escuelas bolivarianas”, fundó el Banco de la Mujer y dictó una moratoria de diez años para evitar el desalojo de quienes viven en asentamientos ilegales.
—Chávez es el emergente de la actitud histórica de la clase política venezolana ignorando a los sectores más humildes, decía días atrás, en el aire de la Cadena Ser, Moisés Naim, ex ministro de Comercio e Industria de Venezuela en los noventa y actual director de la prestigiosa revista Foreign Policy en Washington. Es precisamente esa clase, a la que Naim pertenece, la que ahora intenta volver al poder con Rosales y no parece preocuparse demasiado por los métodos del retorno: el candidato opositor basó gran parte de su estrategia electoral en el proyecto Mi negra. Se trata de una tarjeta, negra, con la que repartiría, de llegar al poder, el 20% de los beneficios petrolíferos a los sectores mas humildes de la población y a los dos millones y medio de desocupados. Cada uno percibiría –promete Rosales– entre doscientos y trescientos dólares por mes.
—La tarjeta fue una de sus mejores jugadas –se entusiasman en el comité opositor. Fue entonces cuando se vino la avalancha.
“Avalancha” de votos, dice Rosales por oposición a Chávez, que llama a los suyos “Marea roja”, aclarando que lo que recibe ya no es sólo amor sino, como en el bolero, frenesí.En cualquier caso, nadie debate aquí la propuesta electoral de comprar al público. Los “boliburgueses”. Así fueron bautizados los nuevos millonarios chavistas, los boliburgueses, burgueses bolivarianos.
En su edición del primero de diciembre el Wall Street Journal traza un retrato de William Ruperti, el boliburgués por excelencia, magnate naviero y trader de crudo durante el paro petrolero con el que la oposición intentó cercar a Chávez. Ruperti ofreció sus buques para que Chávez pudiera traer petróleo importado de Brasil mientras la oposición ocupaba PDVSA. William, el año pasado, logró lo que la política no pudo: reunir a chavistas y opositores en un mismo sitio y una misma noche, cuando contrató a Pavarotti para que diera un concierto en Caracas. Fue, también, víctima del rumor: cuando compró en un remate neoyorquino dos pistolas francesas hechas por el armero de Napoleón y que fueron usadas por Bolívar. Todos daban por descontado que iba a regalárselas a Chávez, pero Ruperti decidió entregarles a sus hijos aquel presente de 1.700.000 dólares. “Hay que rescatar la venezonalidad de la gente”, explicó. No todas fueron rosas en la vida de William: fue acusado de haberle doble facturado a PDVSA el envío de gasolina durante la huelga, aunque una comisión parlamentaria oficialista lo investigó y lo declaró inocente. Ahora acaba de invertir 26 millones en un futuro cable de noticias, al que llamará “I: inteligencia, imparcialidad e información”. El diario financiero compara a los boliburgueses con los famosos “Doce Apóstoles” de Carlos Andrés Pérez, una camarilla de amigos favorecidos por los negocios con el Estado. “Los Doce Apóstoles se convirtieron en los cuarenta ladrones”, dice Ben Fihman, editor de la revista Exceso.
Es difícil que en Caracas alguien pueda tirar la primera piedra: la derecha opositora, atestada de casos de corrupción, se golpea el pecho frente a lo que denuncia como la corrupción chavista. La izquierda orgánica y algunos ex miembros del gobierno chavista hacen fila del mismo lado: la candidatura de Rosales cuenta con el apoyo de Teodoro Petkoff, ex guerrillero, ex ministro de Caldera, ex comunista, y Luis Miquilena, ex ministro del Interior y Justicia del primer gobierno de Chávez afirma que el presidente “se emborrachó con el poder” y “no está preparado para gobernar en democracia”. Chávez ni siquiera responde esas acusaciones: cambió el nombre del país (República Bolivariana de Venezuela) y su bandera, modificó una vez y volverá a modificar la Constitución, amplió de 20 a 32 los miembros del Tribunal Superior de Justicia (hasta ese momento eran 10 chavistas y 10 opositores, ahora son 22 chavistas), y según la sección El Cadenómetro del diario El Universal, desde 2004 hasta hoy habló por televisión y en cadena nacional 25 días y ocho horas sin respirar.
3D. Esta mañana, desde temprano, el público hará cola para emitir su voto. Nadie descarta que pueda haber desbordes (ver recuadro de Lina Ron).Ya hace algunos días que la palabra fraude sobrevuela el cielo nublado de Caracas. Los carteles de Rosales dicen “Atrévete”. Los de Chávez: “Vota contra el Diablo y el Imperialismo”.Todos creen que Chávez ganará. Todos creen que habrá disturbios. Lo que hoy se elige aquí son dos países. Esos dos países son irreconciliables. En la vertical de la escena, en el subsuelo, siempre están los mismos. Aquéllos que ya casi ni sueñan. O sueñan con comida.
*Desde Caracas.
INVESTIGACION: JL y LUCIANA GEUNA