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Cuando cambia el Gabinete

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En los regímenes presidencialistas, los presidentes cambian los gabinetes por una de dos razones: porque buscan rectificar líneas de política y enfoques que no están dando los resultados esperados, o porque buscan profundizar las políticas y enfoques en vigencia. Pero, además de esos motivos, a veces los jefes de Estado toman decisiones que la mayoría de los mortales no entendemos; eventualmente, ellos tampoco saben muy bien por qué la tomaron. Un ejemplo: en un interesante documento sobre la trayectoria política de Alvaro Alsogaray, Juan Carlos de Pablo refiere un diálogo con el presidente Frondizi, en el que alguien le preguntó por qué Alsogaray salió súbitamente de su gabinete, a lo que Frondizi respondió: “No sé por qué se fue, pero hay algo más intrigante: tampoco sé por qué lo designé”. (La cita no es textual, pero creo estar siendo fiel al sentido).

El cambio de gabinete que está produciendo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es objeto de innumerables conjeturas e interpretaciones. Hoy, realmente, no sabemos qué busca, aunque tratamos de imaginarlo. En agosto de 2008, en estas mismas páginas de PERFIL, un artículo mío decía: “El gabinete que conformó Cristina (en 2007) representaba dos caras, continuidad y algo de cambio. Los nuevos ministros que incorporó –Lousteau, Todesca, Barañao, Ocaña– y el mantenimiento de Alberto Fernández en la Jefatura, respaldándolos, eran la señal de lo que cambiaba; perfiles modernos, competentes, moderados. El grueso de los funcionarios que permanecían representaban los elementos de continuidad. (…) Lo que siguió no fue lo que la sociedad esperaba; fue más de lo mismo, y peor. Peor no sólo porque se frustraban las expectativas de algunos cambios alentadas por buena parte de la sociedad. También porque los problemas que el nuevo gobierno heredaba se fueron agravando y la distancia entre los problemas y las soluciones fue creciendo”.

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En 2009, cualquier observador debe haber estado de acuerdo con ese juicio. En 2011, cualquier observador –en el remoto caso de que recordase haber leído ese párrafo– debe haber pensado que mi análisis estuvo equivocado y que a la Presidenta no le fue nada mal con su gabinete. En 2013 volvemos a la situación de 2009. En otras palabras: un cambio de ministros puede ser juzgado desde el punto de vista de las ideas o intenciones que cada uno atribuye a la Presidenta y a sus ministros, o desde el de los resultados previsibles –buenos o malos, según quien los juzgue– o desde los propósitos del presidente, que a menudo son maximizar votos o equilibrios políticos antes que buscar coherencia ideológica o satisfacción de intereses particulares.

Para descubrir el significado de este cambio de gabinete, muchos comentaristas se enfocan en las ideas, y casi todos llegan a la conclusión de que el gabinete representa un equilibrio entre los “ideológicos” y los “pragmáticos”, más o menos como era el anterior. Capitanich y Fábregas, los pragmáticos; Kicillof y sus jóvenes turcos, así como los “camporistas”, los ideológicos. Sigue en pie el vértice de las decisiones, el secretario de Estado Zannini, y en el resto hay –o se prevé que habrá– cambios de personas pero no cambia ese balance esencial. Nadie sabe, por cierto, cuánto algunos “ideológicos” se están tornando “pragmáticos” calladamente, y viceversa.

La intencionalidad detrás de la designación de Capitanich es una de las mayores incertidumbres. ¿Su foco estará puesto en la gestión, en fortalecer al gobierno en los próximos dos años o en la sucesión presidencial en 2015? En otras palabras, ¿quiénes deberían poner las barbas en remojo más rápidamente: los incompetentes desparramados a lo largo y ancho del Gobierno, los responsables de las malas políticas que cuestan millones de votos o Daniel Scioli? Todavía no lo sabemos.

Hace años, escuché a Alain Touraine decir a sus estudiantes: para juzgar la calidad de un gobierno, no miren al presidente, presten en cambio un poco de atención a la calidad de sus ministros y mucha atención a las segundas líneas debajo de ellos. Este gabinete mejora la calidad del gobierno nacional: le inyecta un poco de oxígeno, aparentemente aumenta un poco la consistencia interna, incorpora algunas personas con más experiencia en la política o en la gestión. Entonces, se abren dos posibilidades: ¿mejorarán las políticas públicas en términos de sus resultados o se avanzará más consistentemente hacia los malos resultados de este último año?
 

*Sociólogo.