Acceder a la información para satisfacer el interés ciudadano es un gran problema porque la fuente es el “expediente”. El “expediente” supone que las cosas primero pasen. Después es preciso identificar a una fuente que esté dispuesta a contar algo de lo que pasó. Por supuesto que de acuerdo a su interés. Los datos vienen editados. Esto significa que es muy difícil narrar qué pasó en ese acto y qué se escribió luego en el “expediente”. La Justicia construye lejanía. Esta dinámica genera que nunca la expectativa ciudadana pueda colmarse.
La administración de los datos se convierte en una estrategia de los actores judiciales. Pero: ¿qué pasa si los ciudadanos pueden presenciar y/o participar de la trama judicial?
A las 10.30 de la mañana arrancaron tres audiencias en el Tribunal Oral en lo Criminal N° 2 del Palacio de Justicia. Había tres jueces, un fiscal, un secretario que asiste a los magistrados, los defensores y los abogados de una de las víctimas. Toda la escena fue filmada. A pesar de que el acto era oral y público, sólo nosotros estábamos allí. Como las audiencias eran sucesivas, los tres imputados se escuchaban los unos a los otros. El primero era un joven acusado de robar un celular. La segunda, una mujer que había matado a una persona con su auto. En ambos supuestos se discutía suspender el juicio a prueba. El tercero era un joven acusado también de robar un celular. A diferencia del resto, estaba preso y miraba esposado el desarrollo de las audiencias. A él se lo iba a enjuiciar. Los dos varones eran humildes. Uno de ellos tenía dos hijos, trabajaba en un vivero y no había terminado el colegio. El otro tampoco había terminado de estudiar, tenía problemas con las drogas y acusaba a la policía de haberle armado una causa. La mujer, en cambio, era una empleada profesional, con buenos ingresos. Ofrecía, impecablemente vestida y en libertad, para resarcir el daño causado por la muerte donar materiales para el norte del país y un pago de dinero simbólico porque había un juicio civil por daños en trámite. Mientras lo decía, esposado la escuchaba quien esperaba el juicio por el robo de un teléfono. Causaba cierta perplejidad que mientras los abogados de la causa por el accidente de auto revoleaban cifras millonarias de un lado a otro, discutiendo el valor de la muerte, el humilde detenido del robo de un teléfono escuchaba en silencio.
Los jueces, el fiscal y los defensores hicieron muy bien su trabajo. Respetaron a los imputados y a las víctimas. Repararon en la biografía de cada uno de ellos. El fiscal explicó siempre cuál era el sentido de sus preguntas y sus pedidos. La defensora oficial hizo todo con precisión y solvencia técnica. Los jueces administraron el debate incitando a la pluralidad en un marco de respeto. Incluso permitieron que una víctima temerosa no declarara frente al imputado y ante la sospecha de la defensora no permitieron que los policías se retirasen del juicio por posibles careos u otras medidas. A las 12.30 la jornada se encaminaba a su fin. Pero se suspendió abruptamente porque dos testigos, que estaban correctamente citados, no concurrieron al juicio.
Esta vez la audiencia podría haber terminado si no hubiese habido indiferencia ciudadana. O, quizá, por la falta de confianza hacia las instituciones. El tribunal resolvió buscar a los testigos con la fuerza pública y reanudar el trabajo la semana siguiente. De todas maneras, estar presente en una audiencia oral y pública permite ver las cosas de otro modo. Los expedientes se hacen carne. La verdad oficial y escrita se pone en movimiento. Se puede controlar la fidelidad del relato en papel, afloran las historias de vida, los matices, el contexto familiar de los imputados pobres que estaban solos ese día y el de los que tienen más posibilidades económicas, que ven el conflicto de otra manera. Se palpa también la subjetividad y profesionalidad de la burocracia judicial, que no se ve con esa claridad en la escritura. Hacerse cargo, entonces, es importante. La rendición de cuentas anclada en la participación nos hace mejores a todos. A jueces, fiscales, defensores, imputados, víctimas y ciudadanos. Es decisivo el rol de la sociedad porque un juicio oral es más que una cuestión jurídica. Supone ampliar los horizontes de la democracia. Se trata de un acto en el que todos juntos resolvemos los conflictos de la vida en común. Por eso, genera una esperanza fundada el juicio por jurados.
*Autores de La cara injusta de la Justicia, Paidós.