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Cuando la codicia supera al miedo

Desde que Karl Marx pronosticó en 1867 el inevitable derrumbe del capitalismo, ante cada colapso financiero resurgen quienes creen que esta vez sí será la crisis final. Pero el vaticinio nunca se cumplió, y muy probablemente esta vez tampoco sea la excepción.

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Desde que Karl Marx pronosticó en 1867 el inevitable derrumbe del capitalismo, ante cada colapso financiero resurgen quienes creen que esta vez sí será la crisis final. Pero el vaticinio nunca se cumplió, y muy probablemente esta vez tampoco sea la excepción.

Promueven esta visión aquellos a los que les gustaría que así sucediera y quienes, sin desearlo, aprovechan demagógicamente la antipatía que merecidamente cosecha la política exterior de Estados Unidos: desde Cristina Kirchner hasta el mercurial Nicolas Sarkozy, quien, con la tradicional anglofobia francesa, en su visita a Nueva York alegremente proclamó que la era del laissez faire estaba definitivamente muerta, para luego regresar a París y, al comprobar que también en su país se repetía el fenómeno, cambiar de discurso.

Más seriamente, surgen discusiones sobre estilos de capitalismo, palabra que da para todo: capitalismo autoritario de Putin, capitalismo dirigido de Charles de Gaulle, capitalismo corporativista de Mussolini, capitalismo mixto de China, capitalismo de amigos (crony capitalism) de los países subdesarrollados, capitalismo “creativo” de Bill Gates o capitalismo cowboy, salvaje o neoliberal. Para el ex ministro de Economía de Brasil, Maílson da Nóbrega, “los países ricos nunca fueron neoliberales; hubo, sí, una reversión de las exageraciones del estatismo en los Estados Unidos y la Inglaterra de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que fue exitosa porque en los años 90 la economía norteamericana creció ininterrumpidamente más de cien meses”.

Lo que Reagan principalmente hizo fue bajar los impuestos, cambiando la ideología de la derecha, fiscalmente conservadora hasta 1980. Sobreaplicó lo que los especialistas llaman la curva de Laffer, según la cual, pasado cierto punto, si se suben los impuestos cada vez se recauda menos y, por el contrario, pero también hasta cierto punto, si se los baja se estimulará el crecimiento de la economía y el Estado terminará recaudando más. El resultado fue que Estados Unidos se acostumbró a déficits descomunales, algo que Keynes sólo prescribía hacer para reducir los sufrimientos de la población en momentos de crisis, porque en los de bonanza recomendaba ahorrar, y se generó la idea de que el déficit era un problema para cualquier país, pero no para el que imprime los dólares.

Cuando los demócratas retoman el poder, en 1990, Clinton aumenta los impuestos y recupera el superávit sin perder los beneficios de las reformas generadas la década anterior. Pero el retorno de los republicanos con George W. Bush volvió el reloj para atrás, y lo que podría haber sido una táctica correcta para quebrar una tendencia estatista, resabio aun en parte de las necesidades generadas por la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, se transformó en lo opuesto, que, como toda medicina que sana al paciente, en exceso lo mata.

Bush asume con otra crisis bursátil de envergadura: la de la burbuja de Internet, donde las acciones habían caído el 34%. Una caída no tan menor al 40%, que este año bajó Wall Street. Recurrentemente, suceden estos fenómenos: 33% perdió la Bolsa en 1987 y 42% perdió en 1973 por el aumento del petróleo (en 1930, la Bolsa acumuló bajas de 89%; de cada cien dólares invertidos, quedaron sólo once).

Tras la asunción de Bush, caen la Torres Gemelas, se inician las guerras contra Afganistán e Irak y, antes de demostrar que la economía era “altamente disfuncional”, el mundo goza de un crecimiento sin precedentes de 2002 a 2007.

En este contexto, quien estaba al frente de la Reserva Federal –ahora, de genio pasó a ser considerado culpable–, Alan Greenspan, bajó las tasas de interés haciendo que fuera menos costoso comprar una casa con un crédito a treinta años que alquilarla y aumentó el precio de las propiedades. Como hasta que la burbuja inmobiliaria se desató, nunca en Estados Unidos, desde 1930, las casas habían bajado de precio, los bancos se animaban a prestar hasta el 90% del valor del inmueble porque partían de la premisa de que las propiedades se revalorizaban y la garantía siempre estaba cubierta. También con esos parámetros, las calificadoras de riesgo consideraban triple A, riesgo casi nulo, a todas las hipotecas: 80% eran AAA y un 15% entre A y AA.

El mercado inmobiliario continuó en su ascendiente círculo virtuoso hasta que, cruzado el límite de lo razonable, la mano mágica de Adam Smith demostró su poderío y los precios de las casas comenzaron a bajar: 20% en promedio de todo el país, 10% en lugares como Nueva York y 30% en Estados como Florida y California. Paralelamente, las tasas de interés dejaron de ser tan bajas y no pocos recientes propietarios descubrieron que les convenía dejar que remataran su casas porque la hipoteca era mayor que el precio actual de su vivienda. Un 13% de los hogares norteamericanos corre el riesgo de no pagar o no poder pagar sus hipotecas.

Siempre la burbujas nacen de una buena historia; la burbuja de Internet surgió de las grandes ventajas que creaban las nuevas tecnologías. Lo malo es que siempre se exagera, pero también lo bueno es que, pasada la resaca del estallido, algo queda. Y a veces, mucho: el Silicon Valley o Google, pudieron haber compensado estratégica y económicamente aquel cimbronazo. De la burbuja inmobiliaria es más difícil percibir hoy su legado, pero mínimamente las casas quedaron construidas.

El problema actual excedió en mucho a la burbuja inmobiliaria, aunque haya tenido en ella su catalizador: hoy, el total de las hipotecas representan el 65% del valor de todas las casas del país, contra 25% de 1950. Tanto el Estado norteamericano como sus habitantes desarrollaron una cultura de deudor crónico. Al descubrir que sus casas se revalorizaban y la tasa de interés bajaba, no pocas personas con hipotecas del 50% del valor de sus propiedades hicieron otra hipoteca por un 30% más e invirtieron el dinero que recibieron en computadoras, plasmas, autos o turismo. Hoy, en Estados Unidos, cada familia tiene un promedio de 13 tarjetas de crédito y 40% de los hogares las paga con retraso, contra sólo 6% en la década del 70. Cien mil dólares es el promedio que cada familia norteamericana tiene de deuda total. Los 700 mil millones aprobados por el Congreso son 2.300 dólares adicionales por cada habitante.

El gobierno también acompaña esta tendencia, porque el déficit del Estado requiere atraer 3 mil millones de dólares por día de crédito extranjero para equilibrar su caja, lo que equivale al 80% de todo el plus de ahorro mundial. Para algunos, ésa es la causa principal de su tolerancia hacia ciertos excesos de Wall Street. Actualmente, el total de hogares de Estados Unidos debe 14,5 trillones de dólares, lo que representa 20% del valor de sus activos, mientras que en 1970 debían 13%, y un norteamericano medio paga 19 centavos por cada dólar que gana en intereses, contra 16 centavos que pagaba en 1980. Otra exposición del mismo problema indica que en 1953 la deuda total de los hogares norteamericanos representaba algo más del 20% del total del producto bruto del país, y hoy alcanzó al 100%.

Simultáneamente, la actividad financiera mundial se fue desarrollando exponencialmente: mientras en 1980 el total del producto bruto mundial era de 10 trillones de dólares, el total de los activos financieros del mundo eran 12 trillones, un 20% más. En 2006, cuando el total del producto bruto mundial asciende a 48 trillones de dólares, el total de los activos financieros del mundo alcanzó 170 trillones, tres veces y media más. Los activos financieros de Japón son 4,4 veces mayores que su PBI; los de EE.UU. e Inglaterra 4,2; los de Francia 3,5 veces; los de China 3 veces; los de Chile 2,5 y los de India, Rusia y Brasil, 2 veces, por ejemplo.

Los 170 trillones de activos financieros mundiales se componen de 55 trillones de acciones, 45 trillones de depósitos bancarios, 44 trillones de títulos de deuda privada y 26 trillones de títulos de deuda pública.

Esto no es necesariamente malo; el gran economista de la innovación Joseph Schumpeter sostenía que era necesario un sector financiero muy desarrollado para promover la innovación y el propio John Maynard Keynes explicaba que las economías sofisticadas tenían conjuntamente un alto nivel de innovación y desarrollo financiero. Google, Apple o Microsoft no hubieran podido nacer en un garaje y alcanzar liderazgo mundial sin contar con un amplio mercado de capitales que las financiara en sus inicios. El crédito productivo es bueno, el especulativo es malo.

En 2004, la Securities and Exchage Comission de EE.UU., equivalente a la Comisión Nacional de Valores en Argentina, aceptó que los bancos de inversión tuviesen un “apalancamiento” mucho mayor que el permitido a los bancos comerciales (en Europa no existen bancos sólo de inversión) y la Reserva Federal de EE.UU. aceptó que los bancos comerciales excluyeran ciertos productos financieros de sus balances. “Apalancamiento” viene de palanca, y fue el matemático griego Arquímedes (287 a.C.- 212 a. C.) quien describió por primera vez el funcionamiento de la palanca (“denme un punto de apoyo y moveré el mundo”) con la cual una persona puede levantar un objeto muchas veces mayor a su propio peso. Los bancos de todo el mundo utilizan el concepto de “apalancamiento” para prestar mayor cantidad del dinero que poseen, porque no todos los depositantes lo retiran juntos.

El Banco Central de los bancos centrales, el BIS de Basilea, limita el apalancamiento a un máximo de 12 veces, el promedio de los banco scomerciales de EE.UU. es 10 veces, el Citi tiene 18 veces pero el banco de inversión Merrill Lynch tenía 31 veces, Lehman Brothers 30 veces y el más sano de todos los bancos de inversión: Goldman Sachs, donde el genio de las inversiones Warren Buffet se animó a invertir recientemente 5 mil millones de dólares, tenía 25 veces de apalancamiento, lo que significa que tenía apenas 1 dólar por cada 25 invertidos, en términos reales 40 mil millones de dólares de los clientes y un trillón de dólares en inversiones.

En el siglo XVII, Holanda, un país entonces de sólo 1,5 millón de habitantes y un pequeñísimo territorio, innovó las finanzas europeas creando los mercados de futuro, un sistema de crédito y compañías que vendían sus acciones en el mercado. Décadas después, Inglaterra profundizó el ejemplo con la Revolución Gloriosa de 1688: derechos de propiedad y respeto de los contratos que generaron las condiciones para financiar la Revolución Industrial.

Se supone que los bancos prestan dinero, pero hoy en día hacen mucho más que eso. Nuevos instrumentos financieros se desarrollaron y las últimas décadas se consolidaron varios que hoy han jugado un papel en esta crisis.

*Los securities: se emiten títulos garantizados por un flujo de pagos que serán recibidos en el futuro (por ejemplo hipotecas) y los inversores anticipan el dinero con un descuento.
*Los derivados: se le paga a alguien por correr el riesgo a cambio de una remuneración (por ejemplo, entre muchas otras alternativas, que alguien no pague o una mercadería suba mucho).

*Los credit defaults swaps (CDS): para protegerse de posibles default los bancos intercambian (swap, en inglés) parte de su dinero por una garantía.

*Los hedge funds: fondos de inversión diversificados que apuestan fuerte a títulos de deuda, precios de commodities a futuro, monedas, oro, etc.

Hedge quiere decir protección en inglés. Todos estos instrumentos –que pasaron de 106 trillones de dólares en 2002 a 531 trillones– fueron creados para reducir los riesgos, pero la búsqueda extrema de un futuro garantizado es otra forma de utopía. Un grado de riesgo es sistémico o los costos de que no existan son superiores a sus beneficios. Ya en el siglo XVII se desarrolló la “teoría del riesgo moral” cuando se imaginaba que si una empresa estuviera protegida contra incendios, por ejemplo, abandonaría las medidas de prevención y los riesgos totales crecerían. Quizás algo así sucedió con los derivados, securities, CDS y hedge funds. Un solo hedge fund, el Primus Guaranty de Bermuda, garantizó 24 mil millones de dólares de deuda entre ellos varias centenas de millones de Freddie Mac y Fannie Mae (Chinamérica: el propio gobierno chino tiene deuda de los bancos hipotecarios que EE.UU. tuvo que nacionalizar) además de deuda de Lehman y del banco que Islandia nacionalizó.

Frente a esta situación, la palabra de moda es regulación: que el estado limite, controle, prohíba, vigile, audite los nuevos instrumentos financieros y regule el mercado para que no vuelvan a suceder crisis financieras. Nuevas regulaciones se sucedieron siempre ante cada crisis: la SEC no existía antes del crack de 1929, pero recuperada la calma se descubrirán nuevas herramientas que escapen a las regulaciones: como los virus, mutan para imponer la lógica del eterno retorno.

La codicia le gana al miedo. No sólo en términos económicos, sino también en apetitos como la fama o la trascendencia, con todo lo negativo que conlleva pero también con los aspectos positivos que aportan al conjunto de la humanidad. Estados Unidos fue el país que más creyó que la suma de los egoísmos individuales agrega más valor social que el que resta.

¿Depresión 2.0? Los economistas, como los militares, siempre estudian la última guerra. Con esta experiencia, una crisis como la de 1929 no produciría la quiebra de 3.360 bancos, 20% de caída del PBI y desempleo del 25%. Pero el futuro es esencialmente impredecible. Recuperación, habrá. ¿Será una V que llega al fondo y rebota, o será un U que llega ahí, se estanca varios años y luego se recupera? Como dice Warren Buffett, “sólo sabremos quien está sin ropa cuando la marea baje”.